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LA GACETA DE LA SEMANA

De los mensajes del fiscal general revelando que trabaja «para el relato» de Sánchez al comodín Franco

García Ortiz con Sánchez y Gómez

Catadura moral. Toda consideración moral sobre este gobierno y sus socios debería ser igual a la aplicada a los dirigentes catalanes que montaron de arriba a abajo el golpe procesista. Sí, ya sé que se hace hoy todo con algo más de disimulo (o se intenta), pero la consideración indica que ambos comparten naturaleza de mangantes de primer nivel. No debería esto extrañar con el jefe que se han dado, sus evidentes pruebas de una relación, digamos, estrecha e íntima con la mentira.

Spain is different. Además de vivir y moverse en la líquida mentira, o posverdad, el presidente concibe la política, el Estado mismo, como un tablero que hay que someter. Un juego de fichas por el que todavía pululan jueces y periodistas a los que desterrar sin muchos eufemismos. Todo esto produce situaciones que sonrojarían a cualquier democracia europea, aseada, allí donde las normas generales tienen prestigio y no se vulneran. Por ejemplo, hay aquí a un fiscal general del Estado que se preocupa no de combatir cualquier supuesta ilegalidad, sino de controlar el “relato”: “Almudena, si dejamos pasar el momento nos van a ganar el relato”, escribió en uno de sus famosos WhatsApp.

El guateque. Puigdemont vive momentos de zozobra. La convocatoria de elecciones autonómicas le había animado mucho, ya se veía regresando a Cataluña, recibido por las masas desde el complejo puteril de la Jonquera y ocupando, de nuevo, el sillón de president. En campaña le vimos envalentonado y contento, pero ahora no le salen las cuentas. Además, no está claro eso de regresar y quizás ser esposado por la policía. Un juez de apellido Aguirre ha abierto causa por delito de malversación y alta traición de la trama rusa del procés. Ya saben, el control putinesco de Cataluña, como intentara Stalin en los años de la República. Así que Carles tendrá que esperar acontecimientos. Por lo pronto, el horizonte de nuevos comicios catalanes tras el veraneo no parece descabellado. La política española es ya un guateque sin fin, impredecible sucesión de cócteles lisérgicos y canapés estomagantes.

Cataluña. Uno observa el supremacismo catalán, que existe y existirá largo tiempo, y piensa en su escasa justificación. Aquellas performances del procés, con sus bailes ridículos, sus cadenas infantiles, las camisetas chinas, las urnas chinas al fin, eran pura elocuencia. Luego tenemos la general fealdad del indepe medio, su impúdica estética, uniforme decathlon con sobrepeso y enemigo de las peluquerías. El supremacismo podría ser la reacción a la naturaleza provinciana, paleta de burgués balzaquiano. Resulta cómico. Es como si viéramos a un suricato obeso pavoneándose por la sabana frente a la mirada del león. En otro estrato, más arriba, se sitúan personajes tal David Madí, clase extractiva del catalanismo, mano derecha e inspirador de la ida de olla mesiánica del president Mas en 2012. Ahora saca libro reflexivo, manual para aprender de los errores pasados, en que asegura que “la Agencia Tributaria es la Bastilla de los catalanes”. La pela, lo de siempre.

El comodín Franco. En ocasiones, uno desearía ausentarse del ritmo español, de ese empeño secular en repetirse, en volver a los mismos fantasmas del cainismo. Naturalmente, el retorno al mal rollo fue una brillante idea de Zapatero, responsabilidad de una izquierda a la que le ha parecido desde entonces estupendo desandar el camino de la mítica reconciliación setentayochista. Con morbosidad de cuneta, resucitó a Franco, espectro que reúne todo el material histórico y sentimental necesario a la insania guerracivilista. Y, además, causa efectos de frenesí entre unos cuantos millones de analfabetos políticos con derecho a voto. Están deseando otra guerra para ver si, esta vez, consiguen ganarla. La noticia al hilo es que el ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres, ordenará la salida del Valle de los Caídos de la congregación de monjes benedictinos.

Entretenidas refriegas en la ultraizquierda. O lo que queda de ella, absorbida, sustituida por el más ultra Sánchez. La menguante existencia de Podemos y Sumar es una de las pocas buenas noticias. Si bien, el caudillaje sanchista provoca cierta inquietud, aunque también va perdiendo elecciones, manual de insistencia. Irene Montero ya se ha hecho esta semana el obligado happyselfie en Bruselas, donde dará la matraca desde su escaño. La imagen es conmovedora, no cabe más gozo, y ese sueldazo y los viajes en primera clase, sueño cumplido de una cajera. La atomización de tales proyectos, o negocietes, se la debe soplar a la señora de Iglesias, y no digamos al mismo Iglesias, empresario tabernario.

Pero quedan restos, como Monedero, que sigue dando consejos y lecciones como si él estuviera por encima de todo. Es un personaje oscuro, esas gafitas de bolchevique. Esta semana, se permitía unas reflexiones de tono pastoral. Y no tardaron algunas féminas, caídas en desgracia, en ponerle a caldo. Lola Sánchez, exeurodiputada por Podemos, le contestaba: «acabé en 56 kilos y empastillada, y yo os acuso directamente de ello. Tú sabías lo mal que lo estaba pasando y no siquiera leías mis mensajes. SOIS MALA GENTE«. Y otra, Silvia Cosio, añadía: «una cosa más y cierro el tema para siempre: llevo militando desde los 18 años y el daño en la salud mental que me provocó Podemos, durante y después, es algo difícil de describir. No soy la única, ha sido una picadora de gente y de ilusiones tremendo«.

La columna. Se pregunta esta semana Miquel Giménez qué podemos hacer contra el sanchismo. Y, entre otras cosas, recomienda evitar “entrar en esas trampas saduceas que nos ponen a cada paso para que nos centremos en la hojarasca, dejando a un lado lo mollar”.

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