«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Justicia social

22 de mayo de 2024

Explica muy bien el filósofo Higinio Marín, al que habría que leer todavía más y mejor, que la síntesis es lo propio del cristianismo, mientras que las oposiciones frontales, las opciones dialécticas y las posiciones excluyentes son radicalmente modernas y letales para el pensamiento y la práctica cotidiana. Da ejemplos clarísimos desde la teología a la economía, pasando por la filosofía. Quizá en el actual debate sobre la justicia social, donde unos abominan de ella sin resquicios y otros execran de los que la matizan sin fisuras, nos está faltando sindéresis, esto es, sentido común.

Dentro de Vox el debate podría recrudecerse por el hecho de que los mayores críticos de la justicia social están entre sus filas y también muchos defensores a ultranza de la justicia social y de la consiguiente distribución de la riqueza. Tras el Viva24 urge encararse con este probable problema, no sólo porque se han visto ambas posturas simultáneamente en la misma formación, sino también porque se ha visto que el entusiasmo (y el nerviosismo de los contrarios) crece exponencialmente cuando Vox es capaz de sumar las diversas posturas en un discurso integrador. En cursi se llama «sinergia».

Pero ¿es esto posible? Lo es en todas las dimensiones, en la teoría y en la práctica. La dialéctica entre justicia social y libertad es falsa y los que la sostienen, llevados por sus buenas intenciones contrapuestas, se precipitan. En las ideas y los principios, la libertad económica y de mercado se ha convertido, como demuestra la historia, en el más eficaz agente de distribución de la riqueza. Quizá de un modo contraintuitivo, pero mucho más eficiente a medio plazo que las economías planificadas y que los proteccionismos estancos y generales, que tienen justificaciones en circunstancias concretas, paliativas y breves. Tampoco la libertad sin una justicia social que sostenga el sistema sobre el que se asienta puede mantenerse mucho tiempo. Ambas nociones, contra lo que quieren los dialécticos, se requieren mutuamente.

Y también se requieren sus tensiones inevitables. La desconfianza en la justicia social sirve para vigilar que ésta no se convierta en una excusa edulcorada para la confiscación de la propiedad privada. Sin amantes acérrimos de la libertad, las élites extractivas se ponen las botas con una excelente conciencia social, además, que cargan sobre nuestros hombros y llenan sus bolsillos. Por otro lado, sin partidarios incansables de la justicia social, la libertad encubre el individualismo egoísta en el que pueden incurrir los más fuertes. Y ambas pulsiones sociales tienen que someterse a sus sendas subsidiaridades. Hay que dejar tanta autonomía como se pueda tanto a las iniciativas sociales de la sociedad civil como al emprendimiento individual.

Así las cosas, un partido saldría ganando si tuviese en su interior personas más partidarias de una postura y de la otra. No se puede ser un partido grande sin acoger a familias distintas, como tampoco se puede ser una estirpe o familia extensa sin incluir a distintas familias nucleares con sus respectivos cuñados y cuñadas. Advierte Gregorio Luri que la política hace con frecuencia extraños compañeros de cama. «Toda la gente de bien está con usted», le dijo una vez una señora a un político que acababa de dar un mitin. «Pues no tengo suficiente», le respondió éste. «¿Qué más quiere?», suspiró la desconcertada señora. «¡La mayoría!».

La función del liderazgo consiste en hacer esa síntesis que defiende como estilo propio el filósofo Higinio Marín. Dentro de las diversas áreas de la acción política, se puede encargar la vivienda social, por ejemplo, a un heroico partidario del distributismo, que se dejará la piel en ello; y encargar el ministerio de Hacienda a un ferviente creyente en la libertad, que no nos despelleje en cada ejercicio fiscal. La economía estará mejor en manos de quienes crean en el mercado libro y en la iniciativa privada. Las políticas familiares piden cabezas y corazones con una gran inquietud social. Como un buen entrenador deportivo, que sabe poner a sus jugadores en las zonas del campo que mejor se adaptan a sus características, el liderazgo político puede y debe fomentar el trabajo en equipo que las diversas ideologías o sesgos complementarios permiten. Lo que no tiene sentido, con perdón, es negar el pan y la sal al que no piensa como nosotros, entre otras cosas porque a dos metros ya somos indistinguibles por el público en general.

En su ensayo Cómo ser conservador, el fiero y firme sir Roger Scruton ofrecía la fórmula para conseguir esta cuadratura del círculo. Consistía en no negar una simpatía de partida a nadie y luego, con un criterio paulino, examinarlo todo. Quedarse con la verdad, mayor o menor, que tuviese lo de cada uno. Como nadie defiende la mentira absoluta, todo el mundo puede aportar matices e ideas valiosas. Reconocérselo también es justicia y, en cuanto que repercute en el bien de todos, es justicia social. Los debates maximalistas y faltones son falsos, inútiles y no conducen más que al fracaso, a la ruina y a la melancolía (pagada de sí misma).

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