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Ramiro de Maeztu
EN LA PLAZA DE TOROS DE GUIJUELO
El Niño de la Capea vuelve a torear para celebrar el 50 aniversario de su alternativa
El Niño de la Capea vuelve a torear para celebrar el 50 aniversario de su alternativa
El Niño de la Capea. Plaza de Toros de Guijuelo
Por La Economía del Toro
20 de junio de 2022

Fue Pedro Gutiérrez Moya uno de los toreros más importantes de las décadas de 1970 y 1980. Apodado El Niño de la Capea, recibe la alternativa en 1972 y corta dos orejas a un toro de Lisardo Sánchez, con Paco Camino como padrino y Francisco Rivera Paquirri como testigo. 

Desde entonces, su avance fue imparable. En su confirmación en Las Ventas, dos años después de la alternativa, se anunció con toros de Atanasio Fernández y cortó tres orejas en un cartel en el que acompañaban Palomo Linares y, otra vez, Paquirri. Aquella fue la primera de cinco Puertas Grandes en el coso madrileño, donde llegó a cortar un total de 23 orejas como matador de toros. 

El Niño de la Capea lideró el escalafón en 1973, 1975, 1976, 1978, 1979 y 1981, sumando entre 68 y 92 corridas, y rivalizó con algunos de los mejores toreros de su tiempo, caso de José María Manzanares o de su paisano Julio Robles. Temple y mando, ambición y carácter, fueron los sellos de una carrera que también tuvo mucho eco al otro lado del Atlántico, en las plazas de América.

Lo que no esperaba nadie era que el pasado 19 de junio, con casi 70 años de edad, Capea volviese a vestirse de luces para celebrar sus cincuenta años de alternativa. “Empezó como un coqueteo con la locura, como una ensoñación que no parecía del todo seria, pero hemos acabado construyendo un acontecimiento histórico para la tauromaquia”, explica José Ignacio Cascón, el empresario que organizó el cartel de la reaparición de Capea en la plaza de toros de Guijuelo

El cartel no podía ser más especial, puesto que el maestro salmantino hizo el paseíllo acompañado por su hijo, El Capea, y por su yerno, Miguel Ángel Perera. No solo eso: la ganadería elegida fue la suya, puesto que las reses lidiadas en la tierra del jamón llevaban los hierros de Capea y Carmen Lorenzo. 

Las localidades de sombra se agotaron en apenas veinte minutos y las de sol también lucieron repletas. Había expectación por ver al maestro, “un hombre con un amor propio que no tiene límites. Verle prepararse día a día ha sido digno de admiración, me hablaba como si estuviese totalmente en activo, toreando cuarenta tardes de toros. Los espectadores han podido comprobarlo, es un maestro en toda regla”. 

“Quiero reivindicar la importancia de mi generación”, insistió Capea hace algunas semanas. Y vaya que lo hizo. La faena de su reaparición fue de lo más templada, con un Pedro Gutiérrez Moya que parecía hambriento de toro y primero se lució a la verónica, para después recetar un quite al astado. Ya en faena, desplegó el temple y la capacidad propia de su toreo, capaz de encontrar muletazos más largos y de enorme hondura. Cortó las dos orejas y el rabo tras una efectiva estocada. 

Si la reaparición fue soñada, lo que ocurrió con el cuarto de la corrida fue una auténtica explosión. El recibo de capa, el quite por delantales, los muletazos enroscados hasta detrás de la cintura, el trazo lento pero mandón… Un toreo hipnótico, de esos que se pueden paladear en los mejores tentaderos o en las exhibiciones más inspiradas de toreo de salón, pero rara vez en una corrida de toros. Cortó una oreja tras varios pinchazos y dio la vuelta al ruedo arropado por un público extasiado. 

Su yerno, Miguel Ángel Perera, desorejó a los dos toros de su lote y desplegó el poderío que le ha convertido en uno de los toreros más importantes del siglo XXI. También triunfó su hijo, Pedro Gutiérrez Lorenzo El Capea, quien se llevó otras cuatro orejas. Y la ganadería familiar estuvo a la altura, exhibiendo ritmo y clase y reivindicando su sitio en el circuito de las corridas a pie. 

De modo que los cincuenta años de alternativa del maestro se convirtieron en una gran cita, organizada a la perfección por un José Ignacio Cascón que, apoyándose en el ayuntamiento de la localidad salmantina, está poniendo a Guijuelo en el mapa taurino y haciendo de su coqueta plaza una parada obligatoria para los aficionados al toreo (y al jamón) más exquisito. 

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