«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Ramiro de Maeztu: el único que entendió lo que pasaba

Me han preguntado mil veces qué autores hay que leer para construirse una visión del mundo alternativa a la descomposición presente. Me faltan ciencia y sabiduría para contestar a esa pregunta, pero sí puedo contar qué autores me han marcado y por qué. Por supuesto, sigo buscando. Hoy: Ramiro de Maeztu.


La gente del 98 dejó escritas páginas inolvidables por su belleza, su profundidad, su intensidad… Esos nombres –Baroja, Unamuno, Valle-Inclán, etc.- iban a ejercer una influencia enorme en nuestra cultura. Sin embargo, uno los lee y no deja de advertir una laguna enorme: en un mundo tan convulso como el del primer tercio del siglo XX, con revoluciones de ambición planetaria, cambios brutales en las formas de vida, guerras mundiales y genocidios en masa, los del 98 viven como de espaldas a todo eso, encerrados en una temática hispano-española irremediablemente alicorta. Sólo un autor del 98 vislumbró con claridad lo que estaba pasando: el hundimiento de las formas políticas decimonónicas, la explosión de la técnica, la universalización del dinero, el surgimiento de la figura del trabajador. Ese visionario fue Ramiro de Maeztu.

Un reformador

Alavés de madre inglesa, Ramiro de Maeztu Whitney nació en Vitoria en 1875. Su familia tenía dinero, así que pudo permitirse una buena educación, muchos viajes y un conocimiento muy directo de aquel mundo vertiginoso que pasaba del siglo XIX al XX. Estuvo en La Habana, donde su familia llevaba varios negocios; estuvo en París, que era ya la capital de la cultura, también en Londres… Era un tipo inquieto y lúcido. Como además era combativo y quería hacerse escuchar, el camino hacia el periodismo fue casi natural; un periodismo como el de aquel tiempo, donde la opinión era tan importante como la información. En 1897 se traslada a Madrid. Escribe en Germinal, El País, Vida Nueva, La España Moderna, El Socialista… Traba amistad con Azorín y Baroja, entre otros.
¿Quién es este Maeztu? Un reformador. Un reformador de ideas poco claras, tan confusas como el momento que el mundo vive, pero que ha identificado algunos claros movimientos: la industria lo llena todo, la situación de los trabajadores pasa al primer plano de la preocupación social e intelectual, la cohesión de las sociedades tradicionales se ha roto, los regímenes políticos heredados del siglo XIX ya han caducado… Maeztu se alinea con el socialismo reformista, no marxista. Nuestro autor mira a España, mira luego a Europa y concluye que España debe renovarse a fondo. De esa época data su volumen Hacia otra España, donde compila algunos de sus escritos periodísticos de este tiempo.
España vive la víspera del Desastre: en 1898 perdemos los últimos restos del imperio. Y para Maeztu, su particular desastre llega en 1904: su familia pierde todo lo que tenía en Cuba. Ramiro tiene que ganarse la vida sin apoyo de nadie. Aprovechando la educación inglesa recibida de su madre, ejercerá como corresponsal en Londres de La Correspondencia de España, Nuevo Mundo y Heraldo de Madrid. Es un corresponsal singular: no informa sólo sobre política, sino que traslada al público español la actualidad de la filosofía, la literatura y el arte. Tampoco se ciñe a Londres, sino que viaja además por Alemania y Francia. Cuando empieza la primera guerra mundial, en 1914, Maeztu es un europeo; como tal asiste a los combates y, como tal, saca las oportunas conclusiones.
Bajo el impacto de la Gran Guerra, Maeztu escribe su primera colección vertebrada de ensayos. Lo hace en inglés para la revista The New Age, que defendía una especie de socialismo gremial. En 1916 los publica bajo el título común Authority, Liberty and Function in the light of the war. Tres años después aparecía en español como La crisis del humanismo. ¿De qué se trata? De tomar el pulso a lo que se está viendo nacer en los campos de batalla. El principio democrático de libertad se ha deshecho al contacto con la dura realidad de la guerra; al mismo tiempo, el principio socialista de autoridad e igualdad se ha desvanecido entre olas revolucionarias. ¿Qué hacer? Volver a definirlo todo desde el principio; encontrar una síntesis que supere tanto al principio socialista como al principio democrático.

Síntesis nuevas

Era el imperativo de aquel tiempo. Lo mismo estaban intentando otros socialistas británicos no marxistas. Maeztu explorará la vía por el camino de lo que él llama “función”, es decir, el lugar que la persona ocupa en el orden social y político. No hay derechos subjetivos innatos en el plano político –dice Ramiro-. Los derechos se adquieren por la función que se desempeña. Tampoco el soberano se legitima por la herencia ni por la elección: sólo el que sirve mejor a los intereses comunes tiene derecho al primer puesto. “Nadie es más que otro si no hace más que otro”. Esta idea de servicio va a ser una constante a partir de ahora en su pensamiento. En el plano de la organización social y política, Maeztu empieza además a propugnar una organización gremial o sindical de la sociedad donde “los hombres se agrupan en torno a las funciones que desempeñan”. Cada ciudadano elegirá varios representantes si pertenece a varios círculos de actividad. Está empezando a definir una democracia orgánica.
En ese momento Maeztu podía haberse convertido en un pensador inglés. Sin embargo, en 1919 decide volver a España. ¿Por qué vuelve? En realidad, por patriotismo. Él lo explicaba así: “Cuando la alabanza inglesa absorbía mi personalidad, alejándome de los vínculos espirituales que me ligan a la patria, he abandonado Londres más que de prisa, para ir a España. Antes que nada, ¡soy español!”. ¿Y qué podía hacer aquí? Escribir. Ramiro escribía, escribía… Sobre todo en la prensa. El pensador de este tiempo –lo estaban haciendo también Ortega y D’Ors- es un pensador de periódico. Si uno además necesitaba dinero, como le pasaba a Maeztu, entonces el periódico era el único horizonte posible. Eso tenía un inconveniente: es difícil construir así una obra estructurada. A cambio, el intelectual mantiene una relación directa, estrechísima, con su público y con la propia actualidad que le rodea.
Esa actualidad, en la España de 1919, era la misma que Maeztu había visto en Europa: el modelo liberal –en nuestro país, el sistema de la Restauración- se agota y el socialismo no es una alternativa fiable. “La obra educativa que más urge en el mundo –decía Ramiro- es convencer a los pueblos de que su mayores enemigos son los hombres que les prometen imposibles”. ¿Igualdad? “Decir que los hombres son iguales es tan absurdo como proclamar que lo son las hojas de un árbol”. ¿Libertad? “La libertad no tiene su valor en sí misma: hay que apreciarla por las cosas que con ella se consiguen”. Hacen falta síntesis nuevas. Todo el país está pensando lo mismo. En Italia, Mussolini se ha hecho con el Estado en 1922. En España, al año siguiente, el general Primo de Rivera se pronuncia y toma el poder con apoyo del Rey. El golpe de Primo, en realidad, está dando respuesta a una necesidad que todo el mundo siente. Hay que recordar que, con excepción de los anarquistas, casi todas las fuerzas políticas saludaron la dictadura de 1923, incluidos los socialistas y los catalanistas, al menos al principio. Se abría una etapa nueva en la que todo era posible. Maeztu ya tenía entonces un modelo: tradicionalista, católico, corporativista, hispánico… Ramiro se adhiere al régimen de Primo de Rivera. Quiere dar forma política a sus ideas. Entra en la comisión que debe elaborar un proyecto constitucional. Maeztu lleva allí sus ideas sobre una democracia orgánica. Quedará en agua de borrajas.

Pensar la Hispanidad

En el régimen de Primo había demasiadas fuerzas contradictorias; algunas, decididamente disolventes. Aquel proyecto de Constitución terminó congelado. Maeztu, no obstante, no volverá la espalda al general: en 1928 acepta el puesto de embajador de España en Argentina. Allí nacerá otro concepto clave en su pensamiento: el de Hispanidad. La idea de Hispanidad la había desarrollado unos pocos años antes el sacerdote vasco Zacarías de Vizcarra, que vivía precisamente en Argentina. Maeztu recoge la idea, la perfecciona y la abandera. “La patria es espíritu –piensa Maeztu-. Ello dice que el ser de la patria se funda en un valor o en una acumulación de valores, con los que se enlaza a los hijos de un territorio en el suelo que habitan”. ¿Y cuál es, en el caso de los españoles, esa acumulación de valores? Es la Hispanidad: “servicio, jerarquía y hermandad –dice Ramiro-, el lema antagónico al revolucionario del libertad, igualdad, fraternidad”.
En España, todo se va poniendo cabeza abajo: el régimen de Primo de Rivera cae con estrépito, la Corona comete un error tras otro y, finalmente, es la propia monarquía la que se hunde. Ramiro lo veía venir. Desde unos meses antes de 1931 ha empezado a alentar a un grupo de intelectuales conservadores: Acción Española, que apuesta por una línea inequívocamente tradicionalista, hispánica y católica. Acción Española se convierte en revista en diciembre de 1931. Maeztu la dirige. Su espíritu es de un compromiso sin paños calientes. Así se definía ella misma:
“El retorno a la tradición cristiana es en el Occidente la vuelta de la Iglesia de Santiago (…). Nosotros lo simbolizamos en el caballero que va a defenderse bajo la cruz del Apóstol e invocando su nombre. Porque ser es defenderse. Todo lo que vale: la fe, la patria, la tradición, la cultura, el amor, la amistad, tiene que ser defendido, para seguir siendo. No hay vacaciones posibles ante la necesidad de la defensa. (…) Ser es defenderse. Y los maestros de la defensa son los caballeros. Esa es su función y su razón de ser”.

El sacrificio

En Acción Española escriben Vegas Latapié, Víctor Pradera, José Calvo Sotelo, Pemán, González Ruano, José Antonio Primo de Rivera, Ramiro Ledesma, el cardenal Gomá, Eugenio Montes, Aunós, Giménez Caballero, Antonio Vallejo-Nájera… todo el universo intelectual de la derecha española del momento. El Gobierno de la II República identifica claramente al grupo como enemigo; en 1932 llega incluso a detener a Maeztu, que pasará algunos meses en la cárcel, y a prohibir Acción Española, que no volverá a publicarse hasta que la derecha gane las elecciones en 1933. En esas elecciones, por cierto, Ramiro de Maeztu se ha presentado por el grupo monárquico Renovación Española y ha obtenido un escaño de diputado por Guipúzcoa. La política y las ideas no son mundos escindidos. Ramiro publica en 1934 Defensa de la Hispanidad, que es la exposición más sistematizada de su ideario. Entre otras cosas, decía esto:
“Los grandes españoles fueron los paladines de la hermandad humana. Frente a los judíos, que se consideraban el pueblo elegido, frente a los pueblos nórdicos de Europa, que se juzgaban los predestinados para la salvación, San Francisco Javier estaba cierto de que podían ir al Cielo los hijos de la India, y no sólo los brahmanes orgullosos, sino también, y sobre todo, los parias intocables”.
En 1935 ingresa Maeztu en la Real Academia. España está ardiendo desde la Revolución del 34, el golpe socialista-catalanista contra la República, y la ola de violencia ya no va a dejar a salvo a nadie. Las elecciones de febrero de 1936, con la irregular victoria del Frente Popular, dispara los acontecimientos. Numerosas personas vinculadas a Acción Española están conspirando contra lo que parece una inevitable revolución bolchevique. El 13 de julio de 1936, la policía del Frente Popular asesina a José Calvo Sotelo. El 17 de julio comienza la sublevación militar en Melilla. El día 30, una cuadrilla de milicianos y policías detiene a Ramiro de Maeztu en Madrid. El diario socialista Claridad, entre otros, le había señalado como “escritor traidor”. A Ramiro lo encierran en la cárcel de Ventas. Le esperan tres meses de cautiverio. Así describió Arrarás a aquel Maeztu cautivo: “Maeztu rezaba el rosario con todos, departía interminablemente con los mejores y pronunciaba largas y encendidas parrafadas sobre la reedificación de la Hispanidad. Vivía como iluminado. Su alta y enjuta silueta parecía agigantarse por momentos. Su ánimo no decayó jamás, en medio de tantas flaquezas y de todas las contrariedades”.
El Frente Popular ha comenzado ya su política de exterminio de la oposición. El 29 de octubre de 1936, Maeztu es sacado de la cárcel y llevado al cementerio de Aravaca. Allí ataban a los presos de dos en dos, ante unas zanjas, y los tiroteaban. Ramiro de Maeztu sabe que su vida ha terminado. Altivo, eleva la voz y se dirige al pelotón de ejecución:
“Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero: ¡Porque vuestros hijos sean mejores que vosotros!”.
Con aquel hombre caía asesinado una de las cumbres de la cultura española. Buena parte de su ideario fue adoptado –más en la teoría que en la práctica- por el régimen de Franco. Pronto, sin embargo, comenzó a ser olvidado, más aún, desterrado de la vida cultural. Hoy empieza a recuperarse su legado intelectual. Lo esencial de su obra está disponible incluso en Internet. También tenemos excelentes ensayos sobre su obra y su figura: desde la izquierda, el de José Luis Villacañas, y desde la derecha, el de Pedro Carlos González Cuevas. Maeztu sigue hablándonos como uno de los intérpretes más agudos del siglo XX, quizás el más clarividente de su generación. Y también como el primer gran teórico de eso que llamamos Hispanidad.

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