Donald Trump es un hombre que realiza sus promesas. Y semejante integridad en el mundo de mentira y engaño en que se han convertido la política y la opinión constituye un escándalo. Es una de las razones, junto con el cese de las transferencias de USAID, que han enloquecido a las minorías gobernantes y opinantes de América y Europa.
El neoyorquino comenzó en enero su segundo mandato presidencial enumerando sus planes: conclusión de la guerra entre Rusia y Ucrania; aranceles para Canadá y México si no colaboraban en frenar la inmigración ilegal; presión a México para que controle la entrada de droga; ofrecimiento a Dinamarca para la compra de Groenlandia; halagos a Canadá para que se incorporase a Estados Unidos como nuevo estado; y advertencia de recuperación del Canal de Panamá debido a la creciente presencia china.
Algunas de estas declaraciones no dejan de ser baladronadas con otro fin, como dejar clara la dependencia que Canadá y México tienen de Estados Unidos y así persuadir a sus gobiernos de izquierdas de que apliquen medidas que favorezcan a su gran socio. Otras, en cambio, son trascendentales para el destino de la humanidad, como la paz en la guerra de Ucrania.
Sólo con sus palabras, Trump ha conseguido otra victoria y en un lugar estratégico para Estados Unidos desde hace un siglo. La empresa china CK Hutchison Holdings, con sede en Hong Kong, ha vendido los dos puertos en Panamá, uno en cada boca del canal, en las ciudades de Balboa y Cristóbal, que poseía y constituían el motivo de la irritación de Trump.
Además, el comprador tiene todos los atributos para agradar a la Casa Blanca. Se trata de un consorcio de inversores estadounidenses encabezado por la gestora BlackRock. A cambio de 22.800 millones de dólares, CK Hutchison le venderá participaciones en 43 puertos distribuidos en 23 países, algunos de ellos enfrentados ahora a Washington, como Reino Unido, Alemania y México. Respecto a los dos puertos panameños, el porcentaje vendido alcanza el 90%.
Deberíamos admirar el espectáculo de este maestro en el arte de la negociación, en vez de aullar, como hacen quienes, anclados en el siglo pasado, ven en él a un agente ruso, a «un orangután a los mandos de la Casa Blanca» o hasta a «la pesadilla de la Ilustración hecha realidad».
En el acuerdo aparece como principal beneficiario BlackRock, la mayor gestora de fondos de inversión del mundo, fundada en 1988 y presente en el capital de casi todas las empresas importantes, incluidas las del Ibex-35 español, ha pasado de imponer las políticas woke y descarbonizadoras a desvincularse de ellas. Pero sigue siendo un inmenso poder, con unos activos gestionados superiores a los 40 billones de dólares, cantidad que se acerca a la suma de los PIB de Estados Unidos y China.
El CEO de BlackRock, Larry Fink, amigo de Trump al que éste tuvo como asesor en su primera presidencia, después de años de propagar el globalismo en las finanzas, parece dar marcha atrás. Cuesta creer que se trate de una conversión al sentido común; más bien de una adaptación al nuevo espíritu de los tiempos. O quizás ha pactado una alianza con Trump para servir al movimiento MAGA y seguir ganando dinero.