En un hecho poco conocido, unos meses antes de las elecciones generales de 2011, en el final del zapaterismo e inmersos en la crisis económica que había acabado con el empleo de un millón y medio de españoles, el Boletín Oficial del Estado publicó una reforma de la Ley Electoral por la que los partidos políticos pasaban de cobrar 33 céntimos por cada voto que se tradujera en escaño al Congreso, a 81 céntimos. Pero eso no era todo. Un mes antes de las elecciones de noviembre de 2011, el mismo BOE publicó una actualización del IPC que elevaba a la subvención a 83 céntimos. Les parecería poco. Todas esas reformas que obligaban a dar más dinero de los contribuyentes a los partidos fueron aprobadas… por esos mismos partidos.
Tenemos muchos más ejemplos de cómo la clase política del bipartidismo, con la colaboración esencial de sus socios nacionalistas parásitos, han esquivado con dinero público y condonaciones de deuda las crisis económicas que han empobrecido a los españoles, a los que nadie, ni siquiera la muerte, les condona nada.
Por descontado que el resto de los partidos políticos se va a resistir a la exigencia innegociable de Rocío Monasterio hacia la necesaria austeridad
Por lo antes contado, por todo lo que podríamos contar sobre falta de transparencia, gasto ineficaz y corrupción aparejada a esos privilegios y por todo lo que el lector ya conoce, el anuncio de Rocío Monasterio de que el apoyo de VOX a la formación de un gobierno anticomunista en la Comunidad de Madrid pasará por exigencias concretas para la reducción del gasto político como la disminución drástica del número de diputados de la Asamblea de Madrid, es un magnífico comienzo. La clase política, la que ha esquivado todas las crisis con subidas injustificables de subvenciones mientras jugaba al candy crush o veía Fariña, debe sentir que comparte al menos una parte de la austeridad a la que se ven sometidos los gobernados que no pueden legislar para subirse sueldos, prebendas y subvenciones.
Que nadie dude de que esta exigencia de austeridad innegociable de VOX es la única manera de conseguir que las formaciones del bipartidismo, las que han parcheado las crisis endeudando a los españoles hasta niveles intolerables, se avengan a una reducción de sus privilegios, como lo demuestra que hace sólo dos meses, antes de la convocatoria de elecciones autonómicas, PP, PSOE y Ciudadanos rechazaron una proposición de ley de VOX para reducir consejerías, viceconsejerías y asesores. Si no se enteraron en su momento, pregúntense por qué. Quizá porque los medios de masas, los que dependen de concesiones administrativas arbitrarias de esos partidos, los que están financiados con nuestro dinero por esos partidos y los que están regados por subvenciones millonarias concedidas por esos partidos, no dedicaron ni un segundo a denunciar el cierre de filas del centro centrado y la izquierda sanchista contra la necesaria austeridad.
Si VOX es la revolución ética que entrevemos y esperamos, su presencia activa en alianzas de Gobierno será la garantía de que ni una sola persona entre en política sin hijos y con un piso en un barrio obrero y salga con tres hijos, un patrimonio millonario (lo que es una contradicción absoluta como saben todos los sufridos padres de familias numerosas) y un casoplón en la serranía. Que si se lo gana en el sector privado, sea en buena hora, pero no con nuestro dinero.
Por descontado que el resto de los partidos políticos se va a resistir a la exigencia innegociable de Rocío Monasterio hacia la necesaria austeridad, la transparencia y la rendición de cuentas. Deberán ser entonces los contribuyentes, los que trabajan, pagan, callan y, a veces, votan, los que el próximo 4 de mayo decidan de qué lado están y si quieren seguir poniendo la cama.