En últimos días conocimos el reciente viaje a Madrid del primer ministro y ministro de Exteriores de Catar, el jeque Mohamed Abdulrahmán al Thani, para reunirse con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y con el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, con el fin de «continuar fortaleciendo las relaciones bilaterales» entre ambos países.
La de Sánchez, el Gobierno o el PSOE —valga la redundancia— no es la única alianza establecida por la teocracia del Golfo Pérsico en Europa. Son conocidos sus lazos con burócratas de Bruselas, con empresarios y de sobra célebres con el mundo del fútbol a través de clubes como el PSG, el Manchester City de manera directa o el FC Barcelona de manera indirecta.
Llama la atención —en realidad no— que un Gobierno que se declara «progresista», «feminista» y «defensor de los derechos humanos» reciba a autoridades de una teocracia islámica que fomenta la ideología antidemocrática de su difunto líder espiritual, Yussef Alkaradawi, en los inmigrantes musulmanes en Europa. El país que alberga con «orgullo» a miembros de Hamás; niega derechos laborales a los trabajadores inmigrantes asiáticos de baja cualificación, en condiciones de esclavitud, mientras los europeos disfrutan de lujos; y persigue a los homosexuales mientras agravia a las mujeres, subyugadas a un tutor masculino.
Sorprende —en realidad no— el silencio cómplice, que homologa a una tiranía con las democracias de nuestro entorno, de quienes han establecido una diferencia entre españoles de primera y de segunda a través de la amnistía a Puigdemont y otros golpistas. Un trato que contrasta con el dado por Sánchez, su partido y su Gobierno a la nación argentina, consecuencia de la rabia del inquilino de La Moncloa hacia Javier Milei por recordar los problemas de Begoña Gómez con la justicia.
Carece de sentido reclamar explicaciones a Sánchez, al Gobierno o al PSOE de las razones tras la ruptura de relaciones diplomáticas con Argentina, por ser de sobra conocidas y responder únicamente a motivaciones personales. Es necesario, en cambio, exigir respuestas y luz sobre las alianzas de unos políticos que presumen de «avanzados» y «europeos» con una teocracia islamista, financiadora del peor terrorismo en Occidente.
Si no llegan esas explicaciones, será difícil no pensar que tras esas llamativas amistades no existe ningún tipo de intención de mejorar la vida de los habitantes de España o de Catar, sino intereses infinitamente más espurios e inconfesables.