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22 de enero de 2023

Contra soberbia, Cibeles

Detalle de la manifestación en la Plaza de Cibeles en defensa de España y contra el Gobierno de Pedro Sánchez (foto: Fernando Sánchez / Eiuropa Press)

No esperábamos otra cosa del presidente Sánchez que un comentario desdeñoso y ensoberbecido al éxito de la manifestación convocada ayer en Madrid por asociaciones de la sociedad civil. Una manifestación, más bien una plantada a favor de España, la democracia y la Constitución, que es lo mismo que decir en contra del Gobierno y sus tenebrosos aliados.

Lo que no acabamos de entender es de dónde le viene a Pedro Sánchez toda su soberbia. Quizá la psiquiatría tenga la respuesta que a nosotros se nos escapa.

Los resultados económicos de su acción de Gobierno son, maquillajes aparte, calamitosos. Uno de los países del mundo con mayor mortandad per cápita resultado de la pandemia que él negó. Con la mayor pérdida en porcentaje de PIB de la eurozona. En el furgón de cola de la recuperación. Con una inflación subyacente en niveles de posguerra. Con una pérdida masiva de empresas y de autónomos. Con una deuda incobrable desde 2018 de más de 57.000 millones de euros. Desplazada por México del décimoquinto puesto como potencia económica cuando en 2004 éramos la octava (y desde entonces hemos disfrutado de doce años de Gobierno socialista). Y con unos datos —como los que confirman que en el segundo semestre de 2022 se creó el 10 por ciento de afiliados a la Seguridad Social de todo el año—, que prueban que la economía española se ha parado y nos va a costar Dios, un nuevo Gobierno y ayuda, atraer las inversiones necesarias para recuperarnos mientras Sánchez ordena el enjuague de la estadística del empleo en España y persiste en la negligencia (esta, heredada) de mantener a España dependiente de la energía extranjera que nosotros podríamos producir. 

Y esto sólo son apuntes del desastre económico. En lo social, no hace falta que entremos. Chapuzas, incompetencia, persecución del disidente, asalato a los poderes del Estado, profanación de tumbas indefensas, inmigracionismo y una lamentable connivencia con lo peor de la política española que hasta ha fracturado —no hay mal que por bien no venga— el feminismo. Estas, junto a la rendición de España a Marruecos, y no otras, serán las notas a pie de página que los manuales de Historia le dedicarán.

Lo único que da sentido a la soberbia sanchista es, quizá, que nadie le frena. Asaltado y desmantelado el sistema de contrapesos que legitimaba el Estado de Derecho, mutada la Constitución, con un cuarto poder sometido y bien pagado, y con un Partido Popular que quiere heredar de nuevo el Gobierno —¿para qué?— sacando una silla a la puerta de su casa, Vox ha sido hasta ahora el único que ha llamado a la autocracia por su nombre y ha levantado de su sofá a los españoles y los ha sacado a la calle.

Hasta ayer. Con Abascal como único líder a su lado, decenas de asociaciones de la sociedad civil consiguieron movilizar el descontento y el hartazgo y desbordar la Plaza de Cibeles. Y lo lograron, y esto es interesante, pasando por encima del silencio mediático previo y sobreponiéndose a la vuelta del PP de Feijóo al rajoyismo contemplativo.

Si bien es cierto que las cinco canciones en bucle que eligieron los organizadores —es una tortura inhumana escuchar media docena de veces en una hora y a todo volumen el Mediterráneo de Serrat— ahogó el ansia de los manifestantes de gritar que basta ya, y que el discurso elegido no estuvo ni de lejos a la altura del enfado de los que retaron al frío en Madrid, cualquier gobernante democrático tendría la inteligencia de abandonar la soberbia y no desdeñar un clamor que cada vez va a más.

El mismo clamor que persigue a Sánchez cuando sale a la calle y se cruza con gente normal y no con figurantes socialistas que juegan a la petanca.

El clamor que le perseguirá toda la vida y que ayer se escuchó alto y claro en Cibeles cada vez que la dichosa música paraba durante un par de segundos y conseguíamos oírnos los unos a los otros: Sánchez, traidor. Gobierno dimisión.

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