«Todos los demócratas estamos amenazados de muerte si no paramos a VOX en las urnas». Esta declaración literal de la ministra socialista Reyes Maroto, que ayer recibió una amenaza en forma de navaja enviada por un enfermo mental, un perturbado sin filiación política alguna, nos muestra hasta qué punto se puede perder el norte cuando se insiste en la estrategia de teatralizar con fines electoralistas el miedo a una violencia ultraderechista que no existe más que en la imaginación de algún estratega de campaña de esta izquierda decidida a asaltar Madrid en vez de ganarla con limpieza en las unas.
Cualquiera esperaría de este editorialista que apelara a la responsabilidad de Estado e incluso a la acción de la Justicia, pero cuando la pirueta dramática de Maroto en forma de declaración retórica contra VOX es tan grosera, tan histriónica y tan estúpida, sólo es posible hacer un mohín de disgusto mientras nos compadecemos de los votantes de la izquierda a los que la ministra, en compañía de otros, trata como a niños pequeños que se tragan cualquier mentira expelida por los medios de comunicación afines, subvencionados o controlados con dinero de todos los españoles.
Que la ministra Maroto aliente la violencia contra VOX incluso después de conocer que el remitente era un pobre enfermo mental, merece sin duda un reproche en forma de dimisión; pero Maroto no es nadie y pedir su dimisión o su renuncia, una inutilidad. Maroto es sólo un peón de brega de un presidente fatuo y enloquecido que en su infinita ambición cree que los votantes socialistas son todos unos chiquillos miedosos o unos débiles mentales que se van a movilizar por el terror nocturno a un partido que tiene como presidente de honor a José Antonio Ortega Lara, símbolo del coraje frente a la violencia terrorista de la izquierda —esta, sí— vasca.
Nada esperamos del comunista que todavía crea que el marqués de Galapagar merece su voto, pero a la conciencia de los votantes socialistas, de los que todavía piensen por su cuenta y no compren el discurso del miedo, queda decidir si con su papeleta avalan la sucia campaña electoral del PSOE que, a falta de liderazgo y de inteligencia, se apoya en la peligrosa tensión (ay, Gabilondo) guerracivilista puesto en marcha por el sanchismo heredero universal del zapaterismo desde su llegada a La Moncloa.
El 4 de mayo será el momento de ver cuántos votantes socialistas infantiloides y acriticos hay en Madrid.