La convocatoria de VOX de la Cumbre de Madrid y a la que asistirán mañana, sábado, los jefes de Gobierno de Polonia, Mateusz Morawiecki, y de Hungría, Viktor Orbán, junto a delegaciones de partidos de toda Europa, algunos con expectativas reales de gobierno como Fratelli d’Italia, Agrupación Nacional en Francia o el Partido de la Libertad de Austria, supone un éxito incuestionable de Santiago Abascal y refuerza un liderazgo esculpido a golpe de trabajo duro. Esa es la primera derivada política que podemos extraer de esta Cumbre de Madrid. Habría que remontarse a los primeros tiempos de Felipe González para encontrar un líder español tan reconocible fuera de nuestras fronteras y tan indiscutido dentro de ellas como Santiago Abascal.
La segunda derivada es la de que hay una Europa, la original, la de los países del Este, la de las naciones del Mediterráneo y buena parte de los pueblos sometidos a una pérdida apresurada de sus tradiciones y de su identidad, que no se resigna a ser devorada por el globalismo. Cada uno de los líderes de los partidos europeos que mañana se encontrarán en la Cumbre de Madrid tiene su propia personalidad, sus intereses y sus objetivos que son exclusivos de sus naciones, de su historia, su contexto y su lugar en el mundo. Pero en esas diferencias que les son propias les une la coincidencia en el análisis de los gravísimos problemas que ponen en peligro a la Civilización Occidental. Como también les reúne el rechazo frontal a la labor destructora de la identidad de las naciones que las elites globalistas han puesto en marcha sin que, y esto es esencial, responda a la voluntad de los europeos.
La Cumbre de Madrid convocada por la tercera fuerza nacional española es el primer gran paso para armar la necesaria unidad entre las naciones que no quieren dejar de serlo. Todas ellas, bajo el liderazgo de Santiago Abascal, mandarán mañana en Madrid un mensaje conjunto europeísta que sin duda va a resultar un mazazo para todos aquellos globalistas y sus tibios aliados políticos que hasta ahora no han encontrado más que conatos dispersos de resistencia que Bruselas trata de vencer a golpe de imposición ideológica y sanciones económicas.
Media Europa se resiste a morir. Media Europa se niega a que sus naciones, forjadas en la Historia y que merecen un respeto, sean meras provincias del imperio de los burócratas a los que nadie ha votado. Esa media Europa que reivindica los valores de Occidente, que quiere defender sus fronteras porque necesita preservar sus tradiciones y su identidad, y que jamás —no como el Foro de Davos— entregaría la presidencia de honor ni de una comunidad de vecinos a la China comunista, el nuevo líder del multilateralismo global.
