«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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EDITORIAL
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15 de noviembre de 2022

El Principio de Hanlon

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el de la Generalitat, Pere Aragonès, en La Moncloa (Alberto Ortega / Europa Press)

El anuncio de la derogación del delito de sedición y la mascullada rebaja del delito de malversación, han instalado a España en el reino del caos y la barahúnda. El Gobierno balbucea explicaciones que no aguantan un asalto y el principal partido de la oposición se refugia en la centralidad para no presentar una moción de censura que estropee su táctica de laissez faire, laissez passer que por inercia lo acabe llevando a La Moncloa (solo, a ser posible).

Por fortuna para las dos formaciones de lo establecido, un tropel de analistas y tertulianos se han sentido impelidos a encargarse de darle sentido a lo insensato y nos han contado a los españoles que todavía los escuchan —sus madres a la hora de comer—, que el presidente Sánchez tiene un plan para solucionar el enquistado problema territorial de España. Un proyecto de calculadas concesiones legislativas a los nacionalistas para desactivar el discurso del Estado opresor —que triunfó en Europa gracias a la desidia del Gobierno de Rajoy— y avanzar hacia la prosti… perdón, constitución de un nuevo Estado Federal plurinacional iuspositivista que será patrimonializado por la izquierda.

Este análisis estimable parte, sin embargo, de un error fatal. Presupone que el socialismo sanchista, heredero del zapaterismo, que a su vez es nieto del frentepopulismo republicano, es inteligente.

Hay una regla poco conocida, el Principio de Hanlon, esencial para comprender cómo hemos llegado hasta aquí y por qué los sediciosos lo volverán a hacer y les saldrá barato y hasta puede que lo consigan. Este principio político ordena que «nunca atribuyas a la maldad lo que se puede explicar con la estupidez».

Sin duda, ha sido la estupidez de los partidos del consenso, y no su maldad, aunque los socialistas se sumerjan con frecuencia en ella, lo que ha alimentado durante los últimos cuarenta años a aquella minúscula lagartija secesionista que correteaba por los muros de la Transición hasta convertirla en una suerte de Godzilla voraz e insaciable.

Año tras año, legislatura a legislatura, sin ayunos intermitentes, el bipartidismo ha alimentado a un monstruo de corrupción y le ha permitido hacer país en la idea estulta de que, algún día, la bestia quedaría satisfecha y se retiraría a dormir el sueño de una pesada digestión de concesiones y transferencias. Sabemos que eso no ha sido así. Y si lo sabemos a ciencia cierta, sólo el Principio de Hanlon explica que unos, los socialistas indultadores, se empecinen en debilitar al Estado, y que los otros, los populares diletantes, se obstinen en no dar batalla alguna cuando están en la oposición (y poco, mal y casi nunca cuando están en el Gobierno).

Dicen que entre un tonto y un malvado, es preferible el segundo porque el primero lo es todo el tiempo. Quod erat demonstrandum. Sin duda, llevamos muchos años de retraso en la necesidad de dejar de hacer el canelo. Si lo que dicen que quieren es que nos homologuemos a Europa, hagámoslo. Ilegalicemos los partidos sediciosos igual que son ilegales en todos los grandes países europeos. Elevemos a la europea las penas de sedición y rebelión. Reformemos el sistema electoral para, igual que ocurre en Europa, la sede de la soberanía nacional pertenezca sólo a los partidos nacionales. Y, por supuesto, devolvamos con urgencia a los españoles el derecho a estudiar, vivir y trabajar en su lengua materna que, por cierto, es la lengua materna mayoritaria también en Cataluña.

Desterremos el Principio de Hanlon y actuemos, para variar, con inteligencia, responsabilidad, y sentido de (la supervivencia del) Estado. Démosle una oportunidad a España. A ver qué tal.

Peor no nos podría ir.

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