El periodismo clásico debe responder, como sabe cualquier alumno de primero, a cinco preguntas que exigen ser contestadas a fin de proporcionar al lector una información completa. Estas cinco preguntas son: qué, quién, cuándo, dónde y por qué. El nuevo periodismo añadió ya hace unas décadas una sexta pregunta, cómo, que complementa al qué; pero esta es discrecional, sin que su ausencia empeore la información. Lo que no puede estar ausente, de ninguna de las maneras, es el quién, porque entonces no es periodismo.
Eso es lo que está pasando en los medios desde hace ya un tiempo cuando el quién de una noticia de sucesos se refiere a un inmigrante o alguna otra persona de una minoría que la ideología progre haya decidido que merece una especial protección porque patatas buenistas.
Es verdad que ya no estamos en los años dorados del periodismo, cuando los periódicos publicaban el nombre, apellidos, mote o alias, lugar de nacimiento, ascendientes en primer grado, residencia y ficha policial de un delincuente que fuera el quién de una noticia. Y si había foto, mejor. Después llegó el acongojado «presuntamente», la omisión deliberada del nombre del delincuente, su sustitución por unas iniciales o ni eso, aunque todavía se respetaba la obligación de dar noticia de su residencia o nacionalidad. Porque es relevante. Porque contextualiza la información y la completa. No es lo mismo, por ejemplo, un mafioso italiano que uno ruso, o un neojerseíta. Como no es lo mismo que, también por ejemplo, un terrorista islamista que atente en un país Occidental haya nacido en Kirguistán y sea de origen checheno (atentado de la maratón de Boston en 2013) o haya nacido en la muy inglesa ciudad de Leeds, haya sido educado en un colegio público inglés y sea de origen paquistaní (atentados suicidas de Londres en 2005),
En el último caso que hemos observado de mala praxis periodística, han sido muchos más los medios que no han querido informar de la nacionalidad del autor de la violación salvaje de una menor en la localidad barcelonesa de Igualada, que los que sí que lo han hecho. El Periodismo fracasa cuando un medio, por afán político, titula: «Detenido un hombre por la agresión sexual de una menor en Igualada». Salvo que hubiera dudas sobre si podía ser un Terminator serie 3.000, «un hombre» aporta nada.
Los mismos medios que, por cierto, se lanzaron a la caza de los detalles de la vida de los integrantes de la famosa y despreciable manada de españoles que agredió sexualmente en grupo a una joven en Pamplona aprovechando el estado de embriaguez y soledad de la víctima. El doble rasero es imperdonable en el oficio de informar. Usarlo con fines políticos perjudica la confianza en la prensa de los ciudadanos a los que decimos servir —la poca que les pueda quedar después de tantos años de abuso—. A estas alturas, cualquier lector puede sospechar —y esa sospecha condena al periodismo español— que si la manada de Pamplona no hubiera estado formada por sevillanos y hubieran sido bolivianos, o marroquíes, o sirios, no hubiera habido esa avalancha de información, ni de manifestaciones feministas, ni presión del Gobierno y escrache a los jueces.
La brutal violación de la menor de Igualada la cometió un inmigrante boliviano. Y eso es relevante. Como lo es que tuviera antecedentes por haber cometido otras agresiones y que estuviera en libertad disfrutando de inmerecidos privilegios. Y esto también es una información relevante porque nos habla de qué España débil hemos permitido que construya el buenismo descerebrado que impide que nuestro Estado de Derecho disponga de los mecanismos imprescindibles y urgentes para expulsar de manera inmediata a todo inmigrante, da igual de qué nacionalidad, en el instante en el que termine de cumplir su condena de prisión. No sólo por la quiebra de ese contrato moral que supone delinquir en una nación extranjera que te acoge, sino también para defender a todos los que viven en España —nacionales y extranjeros que trabajan duro y quieren integrarse— de basuras humanas como son los que agreden sexualmente a un menor.
Ya, que haya periodistas de cadenas serviles que vengan a reprochar la publicación de la información sobre la nacionalidad de un agresor sexual «porque le viene muy bien a Vox», asegurando que lo relevante es que «El detenido es hombre. Varón. Persona de género masculino. Los violadores son hombres. Eso es lo que tiene que quedar bien claro», desciende la categoría de ese buenismo de descerebrado a miserable e inaceptable y hunde la categoría del informador de periodista a activista.