«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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24 de noviembre de 2021

‘¡Esos cojones, en Despeñaperros!’

El líder del PP, Pablo Casado. Europa Press

La ocurrencia del todavía líder del Partido Popular, Pablo Casado, de exigir un 155 educativo para Cataluña que garantice el cumplimiento de la sentencia de Supremo que obliga a dar un 25 por ciento de las materias escolares en español (el mal llamado castellano), nos recuerda a aquella historia que se cuenta de lo que una vez le sucedió al torero Rafael Gómez Ortega, el Gallo.

Dice el relato que el matador, recién desembarcado del tren que le traía de Sevilla a la capital, pasó junto a la locomotora justo en el momento en el que la máquina descomprimía su caldera arrojando un chorro de vapor acompañado de ese rugido característico de las locomotoras de comienzos del siglo XX.

Cuentan que entonces el torero se volvió hacia la máquina y con una mirada de desprecio le habló: «¡Esos cojones, en Despeñaperros!», en alusión al lento traqueteo de los trenes antiguos cuando subían (cuesta arriba, qué fatiga) y bajaban (cuesta abajo, qué trabajo) ese puerto quebrantapiernas que separa Andalucía de la meseta castellana.

El caso de la ocurrencia de Pablo Casado al exigir la aplicación del artículo 155 de la Constitución e intervenir Cataluña a cuenta de una (otra) sentencia sobre la inmersión lingüística en las aulas, es apenas un chorro de vapor y un bufido de la locomotora de vapor que ha sido el Partido Popular, que ha vivido en un Despeñaperros perpetuo en relación con el abandono de la mayoría de catalanes que tiene el español como lengua materna.

Desde su primera llegada al Gobierno en 1996, el PP ha sido incapaz de defender el español, la lengua común de todos los españoles y materna de más de 500 millones de personas en un imperio lingüístico donde apenas se pone el sol. Esto no es una opinión. Es un hecho. El Partido Popular del que forma parte el señor Casado desde 2004 se ha negado, a pesar de las suplicas de tantos catalanes, a poner orden en una región española en la que unos pocos han hecho del catalán —una lengua minoritaria no solo en el mundo, sino en la propia Cataluña—, un arma de combate ideológico al servicio del separatismo.

Hemos perdido la cuenta de todas las sentencias de los tribunales que desde hace décadas ordenan revertir, por ilegales y anticonstitucionales, las nomas de inmersión lingüística que, con desprecio de la libertad de los catalanes, de todos ellos, han ninguneado el español y lo han tratado con desprecio xenófobo como una lengua de conquista. Lo que no hemos perdido la cuenta es de cuántos gobiernos del Partido Popular han dejado hacer a los partidos separatistas que se han adueñado de la educación en Cataluña y que han llegado a imponer el uso del catalán hasta en los recreos mientras la Alta Inspección Educativa del Ministerio se fumaba —mira tú qué casualidad— un puro.

Con posterioridad al golpe del 1 de octubre de 2017, hubo una oportunidad de oro para intervenir esa quebrada autonomía política, destituir a los sediciosos, ilegalizar a los partidos golpistas y restablecer el orden y la cordura en Cataluña. También en las aulas. Pero el Partido Popular se achantó en Despeñaperros y permitió que el PSOE —dominado por el socialnacionalismo catalán—, junto a buena parte de la oligarquía financiera catalana y lo que hoy son los cadáveres caminantes de Ciudadanos, les impusieran un 155 desnatado con un solo objetivo: que los montes parieran un ratón; es decir: convocar elecciones. Esto no es memoria histórica. Esto es rigor histórico. Por aquel entonces, y esto también es riguroso, Pablo Casado era ya miembro de la Ejecutiva de los populares y diputado en las Cortes Generales. Así que (y ya nos disculpará la grosería), como dijo el Gallo, y si no lo dijo está bien contado, esos cojones, señor Casado, en Despeñaperros. Que ya nos vamos conociendo.

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