De alguna manera, Pedro SÔnchez tiene razón cuando justifica la rebaja del delito de malversación al asegurar que la corrupción ya no es un problema. Es evidente que lo que quiere decir el presidente español es que la corrupción ya no es un problema para la izquierda, como lo demuestra el ejemplo perfecto del regreso de un criminal corrupto como Lula da Silva a la Presidencia de Brasil.
En esa gran nación iberoamericana, igual que aquĆ, hay una masa notable, incluso crĆtica, de votantes, dispuesta a perdonar cualquier delito a la izquierda āincluso el terrorismo (vĆ©ase Petro)ā como peaje necesario para que el progresismo consiga el objetivo de alcanzar la hegemonĆa cultural y polĆtica, hoy indisociables.
Ante esta situación, la Ćŗnica posición Ć©tica que tiene sentido es la de no colaborar, como ha hecho Jair Bolsonaro, con el blanqueo de los crĆmenes y la corrupciones de la izquierda. Por eso, no hay que dejar de escribir que Lula da Silva es un delincuente convicto. Su vuelta a la presidencia de Brasil abochorna a la democracia liberal, que no ha sabido defenderse. Igual que deberĆa abochornar a esa parte de la izquierda que todavĆa tiene escrĆŗpulos de conciencia. Una parte, a la vista estĆ” por lo que hemos leĆdo y escuchado en los Ćŗltimos dĆas en los medios del consenso progre, raquĆtica y residual.
Pero Lula da Silva es mĆ”s que un corrupto. Durante su primer mandato, se sometió a las órdenes del castrochavismo y creó el Foro de Sao Paulo, uno de los mayores consorcios de dictadores, terroristas, sindicalistas, activistas y polĆticos socialistas que el mundo ha conocido. No hay exageración alguna en estas palabras. Lula usó el dinero de los brasileƱos para albergar los trabajos de creación de un nuevo mĆ©todo totalitario de hacer la revolución que superara el fracaso del modelo comunista clĆ”sico. Este nuevo sistema, mucho mĆ”s complejo que el simple dominio de los aparatos represivos de un Estado, necesita el control de los aparatos ideológicos de una nación: medios de comunicación, universidades, sindicatos y hasta la Iglesia, sin olvidarnos de la penetración en la estructura bĆ”sica de la sociedad: la familia. El uso de recursos pĆŗblicos para esta ingente labor de ingenierĆa social gramsciana con el objetivo de conquistar la hegemonĆa polĆtica, tambiĆ©n es corrupción y de un nivel mastodóntico. No lo duden.
AdemĆ”s de un sicario del castrochavismo y del nuevo Socialismo del siglo XXI, Lula da Silva tambiĆ©n carece de vergüenza alguna. Y este es un rasgo por desgracia ya comĆŗn entre todos los lĆderes socialistas de la Iberosfera. Todos ellos, Pedro SĆ”nchez incluido e incluso epĆtome, actĆŗan con desvergonzada impunidad ante la pasividad subvencionada de la opinión publicada que los cobija y que implementa una ley del embudo anchĆsima para las mentiras, los asaltos y los delitos de la izquierda y estrechĆsima para las corrupciones ādeleznables, pero minĆŗsculas en comparaciónā de la derecha.
Brasil ha entrado, con el aplauso emocionado del consenso progre, en una nueva Ć©poca de oscuridad. Lula da Silva, con el apoyo de esa internacional de la miseria saopaulista, tratarĆ” de completar el asalto a las instituciones del Estado y eliminarĆ” lo que quede āque es poco, como prueba que se le permitiera presentarse de nuevoā del sistema de contrapesos imprescindible para que haya una autĆ©ntica democracia liberal.
Como ha quedado demostrado, la izquierda mundial celebró en la toma de posesión del criminal Lula da Silva que la corrupción, su corrupción, ya no es un problema, sino un medio para lograr sus fines totalitarios. Avisados estamos.