«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
EDITORIAL
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1 de julio de 2022

La Defensa era para hoy

Acuartelamiento Cabo Noval. El Regimiento de Infantería 'Príncipe' nº 3, perteneciente a la Brigada 'Galicia' VII (BRILAT) presenta a los MMCC su próximo despliegue en Mali. En Siero (Asturias), a 29/10/2021 (© Jorge Peteiro / Europa Press) - KEYS: ejército, militar, militares

Todo el mundo militar sabe que España se comprometió en 2014 a alcanzar para 2024 el 2 por ciento del PIB anual en inversión en Defensa. Ayer, el presidente del Gobierno anunció que ese compromiso —firme y decidido, a la altura de las necesidades, Putin no ganará, etc.—, al que ni nos hemos acercado estos años, queda postergado hasta 2030. Que el anunciado aumento del presupuesto de Defensa empiece incumpliendo el anunciado aumento del presupuesto de Defensa es una muestra del impasible espíritu procrastinador de nuestros dirigentes. Así nos luce nuestra relevancia internacional. La de verdad. Ante nuestros aliados, somos una nación capaz de organizar modélicas cumbres de la OTAN, pero que luego acepta destructores de los Estados Unidos porque no tiene para botar los suyos. Es lo que pasa cuando sacudes los bolsillos de los contribuyentes para despilfarrar en lo innecesario.

El aumento en inversión en Defensa ha sido una petición constante de todos aquellos que entendemos, de nuevo con Santiago Abascal a la cabeza, que España debería haberse preparado hace tiempo para afrontar las nuevas amenazas (y las antiguas que se han reforzado), que desafían nuestros intereses. Los nuestros, primero. Los intereses de los aliados de la OTAN, también, pero siempre que no entren en conflicto con los nuestros (véanse los intereses franceses y estadounidenses en el Norte de África, que desde luego no coinciden con los nuestros). Todo lo anterior, ya. No para 2030.

Además de afrontar con unas mejores Fuerzas Armadas y una mejor industria nacional de armamento las nuevas y viejas amenazas, aumentar la inversión en Defensa ya, no para 2030, nos permitiría sacudirnos —en parte, no seamos ingenuos— la prevalencia de los Estados Unidos a la hora de tomar las mejores decisiones para el futuro de una Alianza Atlántica que ha sufrido enormes y recientes decepciones como el repliegue en desbandada de Afganistán.

Hasta ahora, como todo los aliados conocen, la fiesta de la Defensa europea la han pagado los Estados Unidos y su paraguas nuclear. Las reiteradas llamadas desde Washington (que se acerca al 4 por ciento del PIB en inversión en Defensa y que se ha dejado cerca de seis billones de dólares en una misión fracasada como la de Afganistán) a que los europeos arrimemos el hombro, deben ser atendidas. Sobre todo por parte de esos países irresponsables como España que incumplen sus compromisos mientras dedican ingentes cantidades de dinero de los contribuyentes a destruir su soberanía energética y hacer un mundo más feminista e inclusivo.

Es evidente que la conocida afición de los partidos del bipartidismo por el derroche y el gasto político, junto con la crisis económica galopante en la que nos encontramos por su magnífica gestion, nos obliga a desconfiar de que algún día España cumpla el compromiso que ya ha incumplido. Pero por encima de todo, desconfiamos de que el gasto comprometido se destine de verdad a reforzar nuestras capacidades militares —incluida una actualización necesaria del salario de nuestros mal pagados soldados— en vez de a una operación de lavado de cara y de manipulación de las cifras a las que son tan aficionados. Vox, y cualquiera que esté con ellos, deberá estar vigilante.

Postergar el aumento de inversión en Defensa hasta 2030 si ni siquiera presentar un plan de escalado de ese gasto, es perder el tiempo que no tenemos. Una Defensa eficaz no se construye de la noche a la mañana, sino que hacen falta lustros, incluso décadas, para, por ejemplo, fabricar un submarino, formar una brigada operativa de lucha en el ciberespacio o reactivar la imprescindible Sanidad Militar que hoy languidece por el déficit mayúsculo de médicos a los que el Ministerio de Defensa de Margarita Robles es incapaz de ofrecer una carrera militar atractiva.

En esta batalla asimétrica entre los que saben —el general Asarta, diputado de Vox, podría dar un máster— y los que hace unos años deseaban suprimir el Ministerio de Defensa y convertir al Ejército en una ONG de cooperación internacional, son los segundos, los ignorantes procrastinadores junto a los antimilitaristas de salón, los que están al mando. Es evidente que tendremos que esperar como mínimo hasta finales del año que viene para tratar de que esto dé la vuelta. Y ya se nos hace tarde.

Nuestros intereses son hoy. No a partir de 2030. No podemos seguir postergando una auténtica emergencia defensiva en un entorno geoestratégico de inseguridad e imprevisibilidad y seguir derrochando nuestro dinero en más que cuestionables emergencias ideológicas.

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