Hoy, entre las siete y las ocho de la tarde, el precio de la luz alcanzará los 500 euros el megavatio/hora. Hace un año estaba en 36,7 euros. La invasión de Ucrania no es la causa.
El Índice de Precios al Consumo, lo que los mayores llamaron siempre la inflación o la carestía de la vida, hoy está en el 7,4 por ciento, el más elevado de los últimos 40 años, y llegará en los próximos meses a los dos dígitos. El año pasado los españoles cerraron el año con una variación anual respecto a 2020 del 6,7 por ciento. La invasión de Ucrania no es la causa.
La variación anual en el Índice de Precios Industriales, el menos conocido IPRI, que mide los precios de venta a salida de fábrica, excluyendo los gastos de transporte, comercialización y el IVA facturado, es, en el caso del índice general, del 35,7 por ciento. En la Energía, del 91,4 por ciento. Estos son los datos del pasado enero y, por lo tanto, la invasión de Ucrania no es la responsable.
Este descontrol de los precios, unido a los malos datos de empleo y al hecho de que España es el país de toda la OCDE que peor se está recuperando de los desastrosos efectos económicos de la pandemia china de covid-19, nos ha puesto al borde de la estanflación, que es la combinación de recesión y de inflación. Cuando lleguemos a ese punto, la economía se volverá caótica y hará falta algo más que supuesto doctores para diseccionar ese caos y tomar las medidas adecuadas. La invasión de Ucrania no explica que España haya llegado hasta el borde del abismo.
El precio del combustible está ya en una media de 1,838 euros el litro de gasolina 98, de los que la mitad son impuestos.En marzo de 2020 era de 1,365. Antes de la invasión de Ucrania estaba en 1,749. La agresión rusa sólo explica la última subida.
En los próximos días, semanas y meses, el Gobierno de Pedro Sánchez se parapetará detrás de la invasión de Ucrania para justificar esta descomunal subida de los precios. No será cierto. Por desgracia, una de las peores crisis económicas de la Historia nos ha llegado con un Gobierno socialcomunista al frente que llena sus discursos de mantras inexplicables como inclusividad, sostenibilidad, brechas digitales, multilateralidad y globalismo. La ineptitud del supuesto doctor en Economía que preside el Consejo de Ministros, junto al deplorable nivel de sus incompetentes subordinados, sólo alcanza para maquillar las cifras de contratación de cara a mendigar nuevas ayudas europeas y, al tiempo, pensar cómo pueden subir la presión fiscal y ahogar, más, a las pequeñas y medianas empresas privadas y a los cientos de miles de autónomos e que se han visto obligados a pasar a la inactividad mientras a su alrededor aumenta la contratación en un sector público ineficaz y sobredimensionado plagado de carísimas autonomías.
Sin rastro alguno de una auténtica política de Estado que permita a España apostar por la energía nuclear para recuperar parte de la soberanía energética perdida, el Gobierno de Sánchez a lo más que ha llegado es a recuperar el nivel de gasto en propaganda previo a la crisis de 2007 que nos colocó al borde de la intervención tras la penosa gestión de otro socialista como Zapatero.
En los próximos días, semanas y meses, Sánchez usará el dinero de nuestros impuestos para esquivar su responsabilidad y echársela a un desquiciado Vladimir Putin. Y no será cierto. Putin sólo es la puntilla. El golletazo, la desastrosa estocada que nos tiene a los contribuyentes y a los pagadores de facturas sangrando por la boca con los pulmones destrozados, fue de Sánchez. Con acero chino, pero de Sánchez.