Todavía no sabemos qué había en el móvil pirateado del presidente Sánchez. Todavía. Pero tiene que ser algo de una extraordinaria relevancia —una información sensible, que diría un agente de inteligencia— como para que haya forzado al campeón de la justicia social y a sus ministros a un cambio de actitud repentino, no sólo hacia Marruecos, sino hacia el aumento de la presencia de fuerzas estadounidenses en España y… oh, sorpresa, hacia la inmigración ilegal-.
Ayer, el hermoso y envidiado galán que nos desgobierna reconoció que la inmigración desordenada es uno de los más graves peligros que vienen de África. Acabó así Sánchez con dos décadas de pasión izquierdista por la inmigración ilegal. Entre pancartas, eslóganes y apelaciones lacrimógenas a una inexistente ciudadanía mundial, la izquierda había rendido las fronteras en nombre de un supuesto afán humanitario que perseguía un profundo deseo de forzar un cambio en la identidad de los pueblos. Con esa pasión, que incluye una dosis alta de desprecio hacia la identidad española, y con el uso del derecho positivo y el arrumbamiento del derecho natural, llegaron las regularizaciones masivas de inmigrantes y el reparto desmedido de la nacionalidad española y la consiguiente ciudadanía europea.
A todos los pocos, tristemente pocos, que clamamos que la defensa de las fronteras no sólo es la protección del territorio, sino la salvaguarda de un modo de vida, la seguridad de nuestras calles, el uso racional de nuestros recursos y la protección de la igualdad entre los españoles, la izquierda nos llamó de todo. De todo. Sin refreno.
Cuando señalamos la connivencia de esos paquebotes openármicos de supuesto rescate con la mafias de tráfico de personas, se nos objetó, entre irrepetibles insultos, que no existían tales mafias mientras agitaban la foto de un pobre niño ahogado por la inhumanidad de Europa. Tal cual. Ese era el marco de comunicación y de ahí no podríamos salir si no queríamos ser cancelados. Se inundó de premios y subvenciones a los patronos de los barcos negreros y se exaltó que un ilegal, es decir, un delincuente, llegara a diputado de la Asamblea madrileña.
Ayer, sorpresa, sorpresa, aparecieron las hasta ayer inexistentes mafias de tráfico de personas en el novedoso discurso de Sánchez y de sus ministros contra la inmigración africana, ilegal y desordenada.
Se nos dirá que es de sabios rectificar, pero no podemos creer que sea la sabiduría la que ha aparecido en el cerebro del presidente, sobre todo cuando hace dos meses conocíamos la desintegración de la misión militar europea en Mali por la presión yihadista y hace poco más de dos semanas el ministro de Migraciones, José Luis Escrivá, presentó el borrador de una reforma del Reglamento de Extranjería con vistas a una nueva regularización masiva de inmigrantes en 2023. No concuerda. Es imposible. La contradicción es absoluta y no se puede cabalgar. Aquí hay algo que desconocemos.
Por desgracia, no sabemos por qué o, mejor, quién en desiertos no tan lejanos ha ordenado a Sánchez rectificar casi veinte años de políticas socialistas de sumisión a la inmigración. Que lo haya hecho en mitad de un movimiento de rearme y expansión imperialista marroquí, nos da pistas, pero no certezas. Suponemos que Sánchez, el transparente, no tiene permiso para contárnoslo.
Quizá podríamos deducir algo más si el mismo Gobierno sanchista-podemita que hasta anteayer retiraba fragatas españolas de los grupos de combate naval estadounidenses, nos explicara bien, pero que muy bien, por qué acepta ahora dos destructores norteamericanos más en la base naval de Rota, a tiro de misil ruso.