Día a día, tertulia a tertulia, artículo a artículo, el señalamiento de VOX se ha incrementado en relación directamente proporcional a su influencia en la política española y a la enorme atracción de voto que le tiene cerca, a la distancia de un grito, de ser la primera fuerza nacional española.
Los más optimistas pensaban que la fuerza de los hechos, la calidad de las propuestas del partido de Santiago Abascal a favor de los españoles, de la Hispanidad, de la Europa de las Naciones, de su soberanía, tradiciones e identidad, desterraría estigmas y etiquetas absurdas. Todo lo contrario. El optimismo es inútil si hablamos de la izquierda española.
La realidad es que la presión mediática y política sobre VOX se ha incrementado hasta niveles intolerables (y ridículos) desde que se ha demostrado como una alternativa efectiva al supremacismo cultural y político de la izquierda y de sus cómplices. Su entrada en el Gobierno de la región más grande de Europa, Castilla y León, ha redoblado los esfuerzos de muchos para señalar a VOX como lo que no es y lo que, y esto es definitivo, lo que ellos bien saben que VOX no es. En algunos casos, hasta límites que sobrepasan la vergüenza ajena.
El ejemplo perfecto de todo lo anterior lo encontrará el lector en las declaraciones de un político socialista y fracasado candidato a la secretaria general del PSOE, Eduardo Madina, que en una entrevista en la SER, y sin ningún tipo de protesta por parte de la activista/presentadora, aseguró que el nuevo vicepresidente del Gobierno de Castilla y León, Juan García-Gallardo, líder de VOX en la región, «se parece mucho» a los maltratadores de mujeres.
Como decíamos, este recurso de la mentira y del señalamiento como arma política contra las ideas legítimas, constitucionales, soberanistas y libres de VOX da vergüenza ajena. Mucha. Que este recurso lo emplee una víctima de ETA como el ya-no-tan-joven Eduardo Madina, que ha conocido en sus carnes el resultado de que el nacionalismo vasco te señale desde la mentira permanente, es una señal de la corrupción mental de determinadas ideologías fracasadas como el socialismo que buscan su supervivencia en la agitación y la propaganda en vez de en el debate sincero y la gestión honrada.
Por el ejemplo anterior de mezquindad, y por mil más que hemos visto a lo largo de estos años, es por lo que Santiago Abascal tiene razón cuando señala la enorme responsabilidad del nuevo Gobierno de Castilla y León porque representa la esperanza para que haya una alternativa en toda España a la sinrazón, el sectarismo y la ineptitud de la izquierda y de sus socios.
El nuevo Gobierno que preside Fernández Mañueco nace rodeado de apriorísticos enemigos que recurrirán a todas las mentiras para aislarlo y desacreditarlo. Pero que no dude, jamás, de que también está rodeado de amigos a los que no debe defraudar. Para eso, además de trabajar duro, lo mejor será que el PP sea leal al pacto y que VOX demuestre firmeza en las convicciones.