En aquellos días terribles de marzo de 2004, el hoy difunto socialista Alfredo Pérez Rubalcaba acuñó aquel eslogan que reclamaba que los españoles nos merecemos un Gobierno que no nos mienta. Escribimos que fue sólo un eslogan, una fórmula publicitaria usada con fines electorales, porque desde entonces, con saña, como antes, por afición, el socialismo no ha hecho otra cosa que engañarnos hasta hacer de la mentira constante e indisimulada un sistema de Gobierno.
Todo, por supuesto, gracias a la pasividad de una parte de la sociedad que desdeña lo mejor de lo poco que tiene, su voto, y que acepta los eslóganes que repiten los medios amaestrados en vez de exigir la verdad.
Sin exagerar, hay cientos de ejemplos del indisimulado y cínico uso socialista de la mentira —embustes, patrañas, engaños, falacias y hasta paparruchas— como forma de gobierno. Todos los ministros han usado y siguen abusando del bulo con un desparpajo y una arrogancia que dan para tesis doctoral. Para una de verdad, claro.
El problema es que hay una categoría especial de burdas mentiras, como la de que la economía española va fenomenal, repetida en las últimas semanas por los mismos socialistas que hace un año decían que la inflación iba a ser un fenómeno pasajero, que no resisten ni un somero análisis.
La realidad, por mucho que nos duela, es que este Gobierno ha trasladado, con villanía impropia en un Estado de Derecho, las mentiras a los datos oficiales, maquillando las estadísticas y presentando resultados irreales como una demostración, Sánchez dixit, de «la solidez y resiliencia de la economía española».
No hay tal. En estas misma páginas, a partir de análisis honrados, hemos demostrado que la economía española está a la cola de Europa en la recuperación de los niveles previos a la pandemia. También hemos probado que la crisis que el Gobierno no supo o no quiso, o ambas a la vez, prever, ha causado un daño irreparable al sector privado, el mismo que sufrió las consecuencias de la crisis negada por Zapatero en 2007. Hemos dado las cifras reales de la inasumible deuda que soportamos y hemos señalado el bulo de que nuestra economía es robusta cuando el segundo semestre del año anterior indica un frenazo indisimulable. Hemos puesto números al gasto ineficiente, a las colas del hambre, a la pérdida masiva de inversiones y hemos informado sobre la estafa que supone esa contabilidad creativa de los contratos fijos discontinuos.
La verdad es la que conocen las familias españolas y los pensionistas que a diario ven mermado su poder adquisitivo. La verdad es esa a la que se enfrenta una enorme mayoría de españoles que sufre el aumento de los precios de la energía, el recorte de los salarios, la inflación subyacente y una presión fiscal que, en contra de las recomendaciones de los principales analistas económicos, no para de crecer.
En su momento, con el inútil Gobierno de Zapatero, sufrimos las consecuencias derivadas de la mentira permanente —«estamos en la Champions League de la economía»— para atraer la inversión imprescindible, tanto interior como exterior, para la reactivación económica. Hoy, con esta orgía diaria de bulos y patrañas, España, que ha caído más de ocho puestos en este siglo hasta situarnos por detrás de México en el puesto 17 de las economías nacionales, se ha convertido en un país mucho menos atractivo de lo que su enorme potencial merece.
Esta es la verdad, y por mucho que insista la izquierda que detenta el poder político, no es antipatriótica. Lo único que es antipatriótico es mentir. Los tiempos que vienen necesitarán de gobiernos honrados que acometan, sin importar el coste político, reformas indispensables que eliminen el ingente gasto superfluo de unas administraciones elefantiásicas, alienten la creación de empresas privadas, privilegien la austeridad presupuestaria, blinden nuestras fronteras, rebajen el gasto político y la voracidad de nuestro sistema de recaudación, reformen el inasumible modelo autonómico, fomenten la natalidad y racionalicen el sistema de pensiones.
En las próximas elecciones, da igual si locales, autonómicas o nacionales, los españoles debemos salir, como Diógenes, a buscar políticos honrados. Porque tenemos que asumir que Rubalcaba tenía razón dentro de su cinismo y nos merecemos, por fin, un Gobierno —pagado con el dinero de nuestros impuestos— que no nos mienta.