En todo el penoso incidente de la expulsión de 32 bachilleres del colegio La Salle de Palma de Mallorca a instancias de una profesora independentista que se negó a dar clase en un aula donde los alumnos habían colocado la bandera nacional, ha habido una insistencia a nuestro juicio equivocada en centrar el debate en las ideas políticas de la docente.
La clave no está ahí, sino en la defensa que la dirección del centro, que es la autoridad que ordena la expulsión de los alumnos, y el Gobierno catalanista balear, hacen de la profesora al asegurar que ella, y esto es lo fundamental, «trató de garantizar el cumplimiento de las normas de convivencia del centro».
¿Normas de convivencia? No entendemos qué convivencia es aquella en la que un profesor, prevaliéndose de su autoridad para ejercer un poder ilegítimo, por totalitario, desprecia la bandera nacional que representa valores morales como la permanencia, la soberanía, la independencia y la unidad, aceptados por la inmensa mayoría como benéficos y legítimos. Aún más: qué normas de convivencia pueden ser aquellas que restringen o incluso impiden a los alumnos la libertad de pensamiento y de expresión de su afecto por un símbolo que también es signo de los mejores valores constitucionales, incluida la tolerancia que practica con generosidad desbordante nuestra democracia.
Si las normas del colegio La Salle de Palma de Mallorca, que se dice católico, permiten que alguien pueda reprimir e incluso castigar la exhibición de una bandera de concordia como es la enseña nacional, es que no son de convivencia, sino de fractura y de opresión. Normas de intolerancia.
Los 32 bachilleres expulsados por insubordinación a una orden injusta, ilegítima e inconstitucional, merecen nuestro reconocimiento y apoyo. Ellos han padecido, quizá no por primera vez, el estado de enajenación en la que malviven de un tiempo a esta parte las islas Baleares sometidas, por acción de unos y la permisividad tibia de aquellos otros, a un pancatalanismo nacionalista político y lingüístico que destruye su propia identidad.
Cuando se opusieron a retirar la bandera, estos 32 jóvenes reaccionaron como españoles honrados de bien. Así lo acredita el largo aplauso de la mayoría abrumadora de sus compañeros con el que fueron recibidos a su vuelta. Si todos ellos, con el valor ya demostrado, perseveran en el empeño de no dejar que nadie les arrebate su libertad y su identidad (y con la ayuda de sus padres esperemos que así sea), su futuro será brillante. Hacen falta más como ellos para que el futuro de España también lo sea.