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10 de agosto de 2022

Pertinaz sequía, pertinaz ineptitud

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el trance de beber un vaso de agua (E. Parra / EP)

Todos los que han tenido afición a la lectura de la prensa y que ya hace tiempo que dejaron atrás los pantalones cortos —como expresión, que el verano siempre nos devuelve ese desastre estético de proporciones bíblicas—, tienen que recordar las recurrentes primeras planas del periódico ABC del maestro Anson en las que con una imagen de la tierra agrietada se advertía de los efectos perniciosos de la pertinaz sequía y de la necesidad de acometer planes hidrológicos que garantizaran, no ya el consumo corriente de la población, muy reforzado por la descomunal obra del anterior régimen (con perdón), sino el abastecimiento de agua para el campo español en todas las provincias.

Aquella expresión de «la pertinaz sequía» no fue una ocurrencia del ABC. Por fortuna, y ante la desmemoria general, las hemerotecas conservan publicaciones del siglo XIX —véase como mero ejemplo La Gaceta de Madrid, antecesora del BOE, número 732 de 23 de diciembre de 1882—. En este ejemplar, el entonces ministro de Fomento, el periodista gaditano José Luis Albareda, y con la rúbrica de Alfonso XII, comunica un Real Decreto en el que se dice, y copiamos: «Sabidas son las tristes circunstancias que han atravesado y atraviesan varias provincias y especialmente las de Andalucía. La pertinaz sequía en los meses de abril, mayo y junio fue causa de la pérdida casi total de las cosechas […] De todas partes se elevó al Gobierno angustioso clamor pidiendo auxilio».

Nada nuevo bajo el sol, por lo tanto. La sequía en un país como España en el que en buena parte de su territorio llueve poco, es sempiterna más que pertinaz. El Cid cabalgó las tierras de España en el siglo XI entre polvo, sudor y hierro. No entre barro, rocío y hierbas altas. Que ahora a la pertinaz sequía la llamen emergencia climática y le den un origen antropocéntrico es ridículo, pero es igual. Hay que enfrentarla la llamemos por su nombre real o por otro que se inventen.

Por desgracia, hace ya tiempo que España dejó de ser una nación, al menos hidrológica. El carísimo —Giscard d’Estaing tenía razón— modelo autonómico que nos dimos ha supuesto la quiebra del principio de solidaridad y ha permitido a determinados políticos de determinadas regiones arrogarse la propiedad del agua, que es de todos los españoles, y la gestión de los recursos hídricos por motivos ideológicos. Aún recordamos, porque fue anteayer, la pretensión de la Agencia Catalana del Agua de blindar el Ebro, que nace en Fontibre, Cantabria, para evitar los trasvases. Lo increíble fue que llegáramos a debatir lo que no merecía más que un bufido.

Ante la pertinaz sequía no hay más solución que continuar con la obra hidrológica, modernizarla y mejorarla creando todas las infraestructuras necesarias —recicladoras, balsas, pantanos (con perdón de nuevo) y canales— para que las reservas hídricas de las zonas septentrionales garanticen no sólo las necesidades de la población, sino del campo español y de la industria.

Además de medidas de ahorro sensatas, jamás restricciones, en tiempos de pertinaz sequía como el de este año —peor fue el de 1882—, es urgentísimo que, como exige Vox, se trabaje en la redacción inmediata de un Plan Nacional del Agua que por ser Nacional elimine el insolidario escollo autonomista, los bloqueos de las leyes ideológicas seudoecologistas y la ineptitud de los políticos que nos han gobernado hasta ahora. La pertinaz ineptitud.

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