La reforma del sistema de pensiones avanzada ayer por el ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, y desmentida hoy por el ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá («ayer no tuve mi mejor día»), además de anunciar el parto de los montes de ligar las pensiones al IPC —como ocurre desde 2013— elimina el criterio técnico de sostenibilidad e incorpora el principio de equidad intergeneracional como imaginativa forma de decir que no hay un céntimo y que hay que aligerar el peso de las pensiones «con un pequeño esfuerzo» de las generaciones de la explosión de la natalidad española: los nacidos entre los años 1950 y 1975.
Es decir, un pequeño esfuerzo de una parte de los que ya están en el sistema de pensiones y de las oleadas de boomers que avistan la edad de retiro.
Pueden hacerlo, claro. Y lo harán. Y los españoles nacidos en la ominosa dictadura y, por tanto, culpables del pecado original de haber nacido bajo el impulso de las políticas natalistas del anterior régimen, lo aceptarán. Quizá ellos, no. Pero lo aceptarán en su nombre sindicatos, patronal, el consenso social y unos cuantos obispos, empezando por los catalanes, que son los que mandan en España.
Lo harán, sin duda, exigiendo por ley (es decir, obligando) ese pequeño esfuerzo sin que ellos, los políticos al mando, hagan esfuerzo alguno ni pidan perdón por todo el derroche que el Estado autonómico ha supuesto y supone. Sin pedir perdón por la corrupción política y sindical que cada año en las últimas décadas ha ido empobreciendo España. Sin disculparse por el uso abusivo de la deuda pública como forma de parchear la nefasta gestión política de la economía española. Sin lamentar el leviatán fiscal cargado de impuestos abusivos directos e indirectos, tasas y tributos, que han creado para tapar su fracaso. Sin arrepentirse de sus políticas neomalthusianas de control de la población a través de la promoción del negocio de los derechos sexuales y reproductivos (el negocio del aborto, en román paladino). Sin arrepentirse de haber ido subiendo legislatura a legislatura la asignación económica a los partidos muy por encima de sus merecimientos. Sin dolerse de haber creado, con desprecio del sector privado, una sociedad paralela subvencionada, sometida y clientelar en beneficio de las economías de terceros países. Sin arrepentirse del gigantesco e inútil gasto político generado en miles de municipios y en todas las autonomías. Sin confesar que a nuestro sistema de pensiones lo han convertido en un gigantesco esquema de estafa piramidal.
«Un pequeño esfuerzo», dice y se desdice y volverá a decir el ministro de Seguridad Social. ¿Y el esfuerzo de los que heredaron la gestión económica de una nación próspera y la condujeron a esta crisis económica, social y nacional, dónde está? Ni está, ni se le espera.
Por suerte para nuestra clase política del consenso, cada día llegan a España cientos, sino miles de inmigrantes ilegales que vienen, como es canónicamente sabido, a pagarnos las pensiones.
Ironías al margen, si quieren reformar el sistema de pensiones y cargar sobre las espaldas de los boomers sus fracasos, lo primero es pedir perdón. Y luego, podremos sentarnos a hablar de políticas de austeridad, reforma del sistema autonómico, fomento de la natalidad, de la iniciativa privada con bajadas de impuestos y, sin duda, de protección del empleo con salarios dignos. Si después de todo eso hace falta un pequeño esfuerzo, se hará. Pero que el esfuerzo sea por los dos lados, no sólo por los gobernados. Otra vez.