En esto del Periodismo, pero periodismo, con minúscula, hasta el mejor escribano echa un borrón. Todos los que trabajan en esa cosa ‘tan cómoda y tan chic‘, como diría Cayetana Álvarez de Toledo, que es escribir en un periódico, tienen momentos de debilidad intelectual y en ocasiones escriben lo que no deberían o no querrían. La suerte —en ocasiones una maldición— es que lo que escriben hoy es con lo que se envuelve el pescado de mañana. La caducidad de la palabra escrita en un diario es llamativa y, a veces, providencial.
No ocurre lo mismo, no lo de la caducidad, sino lo de la debilidad intelectual, en esos artículos anónimos que fijan la opinión del propio medio y a los que llamamos «editoriales», como este que leen. Los editoriales tienen vocación de influir, no sólo en la opinión de los lectores, sino en los periodistas que escriben en el medio, que están obligados —salvo impericia o desidia— a leerlos y atenderlos para que no haya disonancias chirriantes en las informaciones, crónicas o artículos que puedan ser publicados a partir de entonces. Por esa relevancia, por su condición anónima que implica un trabajo en equipo, por su vocación de influencia, estas piezas periodísticas no tienen (no deben tener) borrones. Representan la opinión de la empresa editora.
Sirva este introito para señalar la perplejidad que debe asaltar a cualquier persona con principios democráticos que se haya detenido a leer tres de los editoriales que esta misma semana ha publicado el diario El País. El editorialista del autodenominado periódico global en español, otrora diario independiente de la mañana, ha fijado la opinión de la empresa editora sobre las elecciones del pasado domingo en Venezuela, la inminente segunda vuelta de las elecciones chilenas y la candidatura de Lula da Siva a las presidenciales brasileñas que se celebrarán en 2022.
Hiela la sangre leer cómo el editorialista de El País, solo o en compañía de su directora, Pepa Bueno, ha escrito que las elecciones locales y regionales en Venezuela «son un paso adelante hacia la democracia plena». Asombra también leer al editorialista de El País llamar a la movilización de la izquierda chilena a favor de un candidato marxista e hispanófobo como Gabriel Boric contra el «populista» (¿dónde?, ¿cuándo?, ¿cómo?) José Antonio Kast. Por último, aunque no en orden cronológico, la empresa editora de El País ha bendecido la candidatura del corrupto Lula da Silva, fundador del Foro de Sao Paulo, esa Kominterm iberoamericana, a quien etiqueta como «socialdemócrata».
Aclaremos lo que no necesita ser aclarado. Venezuela vive en una dictadura represiva feroz que ha lesionado la vida y las esperanzas de futuro de millones de venezolanos. Las elecciones del pasado domingo fueron una farsa del régimen narcochavista y alejan cualquier posibilidad de una restauración democrática en un Estado fallido. José Antonio Kast es un conservador-liberal con un programa de recuperación de Chile frente a la violencia izquierdista que hace dos años consiguió romper el equilibrio democrático que tan buenos resultados había dado a la nación chilena, ejemplo pasado de prosperidad en la región. En cuanto a Lula da Silva, el abrazadictadores, es de una cursilería ridícula etiquetarlo como la gran esperanza socialdemócrata, ecofeminista y ecosostenible frente a Jair Bolsonaro. Tan ridículo, insistimos, que en vez de indignarnos lo que nos da es vergüenza ajena.
Esos tres editoriales marcan el camino de lo que a partir de ahora leeremos, los que conservemos el vicio de leer, en El País. Sus periodistas, cronistas y articulistas deberán acatar la línea editorial que ha decidido que la defensa del Estado de Derecho, del imperio de la ley, la separación de poderes, la libertad de expresión y la propiedad privada, no va con la empresa editora.
La defensa de la libertad sí que va con todos los que hacemos La Gaceta de la Iberosfera. Por eso no nos basta con no ser comunistas, sino que, al contrario que El País, somos anticomunistas, que es de las pocas cosas honradas que se pueden ser en el mundo y con especial relevancia en los territorios de la Hispanidad. Esta, y no otra, es nuestra línea y queda fijada en este editorial, al igual que la vergüenza queda fijada en los de la empresa editora de El País.