Acaban de derribar la Cruz de los Caídos de Larrabetzu. Un monumento que recordaba a los muertos durante la campaña del norte (1937) durante la Guerra Civil.
Ahora, los restos de este monumento, levantado en plena guerra, serán reutilizados para erigir otro, dedicado a la memoria de los “gudaris vascos” que supuéstamente habrían defendido la ciudad de Bilbao desde el Cinturón de Hierro.
Es decir, que pretenden imponer unas víctimas sobre las otras, en lugar de mantener los dos monumentos. Pero, tras esta decisión del Ayuntamiento de Larrabetzu -que ha costado cuatro heridos- está, nuevamente, una historia tergiversada por la izquierda que pretende vender el Cinturón de Hierro como una gran obra de la República, y no como un nuevo fracaso de su estrategia militar.
Nada más comenzar la Guerra Civil, el Gobierno de la Segunda República decidió crear una línea defensiva de ochenta kilómetros de longitud que defendiera Bilbao de una posible conquista por parte de las tropas nacionales. El interés de esta ciudad vasca estaba en que poseía la más importante industria pesada de España, fundamental para el esfuerzo bélico de una contienda que ya se sabía que sería larga.
Los trabajos de construcción fueron encargados al ingeniero Alejandro Goicoechea, que pocos días antes de la ofensiva del Ejército Nacional se pasó al bando atacante con los planos de las instalaciones que demostraban que, tras haber invertido más de cincuenta millones de pesetas, solamente se habían completado en un 40%.
También explicó que de los 14.000 trabajadores empleados en las obras, una tercera parte era mano de obra exclava formada por prisioneros vascos considerados enemigos de la República. El alto mando nacional, a cuyo frente estaba el general Fidel Dávila, también supo que en la defensa habría más de 75.000 soldados. La mayoría eran miembros del Gudarostea -Ejército Vasco formado por el PNV- y una tercera parte eran socialistas y comunistas y un pequeño número de anarquistas.
Las tropas destinadas por los nacionales para el ataque a penas llegaba a los 18.000 efectivos. Un número muy limitado aunque tuviesen un importante apoyo aéreo y artillero. Por eso, el Cuartel General de Franco fue elevando el número de soldados hasta los 60.000.
La ofensiva de las tropas nacionales comenzó el 31 de marzo de 1937, poco después de los bombardeos de Guernica y Durango, que eran pasos previos necesarios para cortar el acceso de suministros para la defensa de Bilbao.
El primer ataque al Cinturón de Hierro fue lanzado con casi 20.000 efectivos, golpeando en los puntos más débiles según los planos aportados por Goicoechea. Los atacantes consiguieron abrir una brecha de casi un kilómetro por la que entró el grueso de las tropas atacantes. Por allí pudieron también introducir la artillería menos pesada para situarla de tal manera que se pudiera atacar la defensa perimétrica de la ciudad.
Las órdenes de los bombardeos fueron tajantes: solamente objetivos militares. No querían correr el riesgo de destruir una industria que les era necesaria para el esfuerzo bélico posterior. Por eso, la propaganda republicana posterior a la toma de Bilbao es falsa. No hubo bombardeos intencionados sobre población civil.
La caída de la ciudad se produjo el 18 de junio, después de que la artillería y la aviación de los nacionales arrasara las defensas de la ciudad. Mientras tanto, los “gudaris vascos” a los que ahora se pretende levantar un monumento con los restos de la Cruz de los Caídos demolida en Larrabetzu, tomaban dos decisiones muy distintas. Un grupo decidió abandonar España y escapar a Francia, desde donde nunca volverían para luchar. Otro grupo, el más numeroso, se pasó al bando nacional alistándose en las banderas carlistas.
La caída del Cinturón de Hierro y la toma de la ciudad de Bilbao permitió que el Ejército de Franco tuviera el camino allanado para completar la campaña del norte, avanzando rápidamente hacia Santander y Gijón.
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