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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El Partido Demócrata no quiere varones blancos heterosexuales

La demócrata Hillary Clinton junto a Barack Obama

Si eres un americano blanco, varón y heterosexual, olvídate de trabajar para los demócratas. Al menos, para el Departamento de Informática del Comité Nacional Demócrata. 

La responsable de Servicios de Datos del DNC,  Madeleine Leader, ha enviado un correo interno solicitando aspirantes para cubrir las vacantes, pero dejando peridianamente claro que «personalmente preferiría que no reenviaras [este correo] a varones blancos heterosexuales ‘cis’ (es decir, no transexuales), ya que son ya la mayoría». 
Una anécdota, pensarán. Y, sí, pero convendrán conmigo que enormemente significativa de la deriva de uno de los dos grandes partidos norteamericanos que, como hemos comentado en otras ocasiones, parece apostar por una ‘coalición de tribus identitarias’ sin otra cosa en común en su oposición a lo que Leader señala como indeseable: varones, heterosexuales, blancos y ‘cisgénero’. 
Los demócratas son hace tiempo el partido de los grupos marginales, quienes han fiado su estrategia en el apoyo de ‘voting blocks’ a los que se retiene con promesas de ayudas, subvenciones y cuotas: los grupos LGTBI, los negros, los hispanos, las feministas… De hecho, si el nuevo presidente del DNC -tras la dimisión, en medio del escándalo de los correos, de Debbie Wasserman Schultz- es varón y tan blanco de aspecto como pueda desear un supremacista, tiene la envidiable ventaja de apellidarse Perez, Tom Perez. 
De hecho, las últimas grandes batallas de la Administración Obama fueron en esa línea, y ahí radica parte del enorme interés del Partido Demócrata de mantener abierta de par en par la frontera con México. Los expertos ya han calculado cuándo los blancos dejarán de ser mayoría, y los demócratas aguardan la fecha como el día a partir del cual no volverán a perder las elecciones jamás. 
El problema de esta estrategia es doble. Por un lado, los blancos heterosexuales siguen siendo mayoría; no los varones, claro, pero las mujeres, si bien suponen un ‘bloque’ más proclive al voto demócrata, es mucha más incontrolable y variado en sus preferencias electorales. Por ejemplo, las casadas con hijos en matrimonios estables votan mayoritariamente republicano. 
Esto hace que el grupo que ve perder su carácter mayoritario, ante esta declarada hostilidad, vote disciplinadamente al partido contrario, el republicano. 
Un problema secundario es que mantener unidas esas tribus -la célebre ‘transeccionalidad’, en el argot político- es como pastorear un rebaño de gatos. Fuera de la obvia hostilidad al ‘Heteropatriarcado Blanco’, no les une nada, e incluso andan a la greña en mil y un asuntos, como puede observar cualquiera que ande atento. 
Los negros, grupo mimado de los demócratas y fiel votante de sus candidatos, ve cómo los hispanos les comen el terreno y amenazan con convertirse en una minoría más populosa y, por tanto, más codiciada. Estamos hablando de dinero, de cuotas, de políticas preferenciales. No hay para todos, o puede no haberlo, y la hostilidad entre ambos grupos -ambos gozosamente libres del complejo de culpa blanco- es palpable para cualquiera que viva en barrios mixtos de una ciudad americana. 
Las feministas, sobre todo las más radicales y de edad más avanzada -las viejas sacerdotisas de la tribu-, ven el peligro que para su causa representa la ideología de género: si cualquier ‘macho’ puede ponerse a su nivel y hacerse con su rol con solo proclamarse mujer, ¿qué sentido tiene la ‘lucha por la liberación de la mujer’? ¿Cómo reivindicar los derechos de un género si el género es optativo? 
Imaginen todas las combinaciones posibles, y en todas hay problemas y disputas. ¿Cuánto tiempo puede mantenerse unida una coalición tan heterogénea, sobre todo mientras haya pocos demócratas para hacer el reparto y cada vez menos dinero para cada vez más grupos marginales? 
 
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