«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Gracias al separatismo…

El golpe de Estado separatista ha hecho resurgir en muchos españoles el patriotismo adormecido por la oligarquía política

España vive una crisis de identidad permanente. Ser español, hasta ahora, ha sido en la mayoría de los españoles un complejo, cuando debería ser algo más que un orgullo, una vocación. Desde que el primer presidente del posfranquismo, Adolfo Suárez, decidiera prohibir la bandera de España en los actos de los paridos políticos -por Real Decreto en el año 1978- ser patriota empezó a estar proscrito.
A partir de ese momento, lo políticamente correcto -que era esa actitud impostada para hacerse pasar por antifrnquista de toda la vida-, empezó a llamar a España “este país” para evitar nombrar la patria común de todos.
La bandera de España quedó relegada, en la mayoría de la población, para sacarla cuando nuestra selección de fútbol pasaba de cuartos en un Mundial o una Eurocopa. Jamás se hacía gala de la rojigualda, no sea que te fueran a llamar facha. Algo que no ocurre en ningún país del mundo porque tiene tan poco sentido como el Estado de las Autonomías que se nos impuso y creció hasta arruinar cualquier posibilidad de viabilidad de España como nación.
Ahora, gracias al separatismo, una parte importante de la población ha desempolvado las banderas guardadas tras unos años de sequía deportiva y ha perdido el complejo y miedo a que le llamen franquista. Ha vuelto a lucir la enseña que nos une a todos, para oponerla a la estelada que pretende separar a los españoles y romper España.
Hay ejemplos que dejan claro que no todo está perdido, que hay una esperanza para quienes siempre hemos estado orgullosos de pertenecer a España y hemos defendido la necesidad de recuperar el patriotismo como elemento de unidad y proyecto común para los españoles, incluídos los catalanes que, tras décadas de adoctrinamiento e ingeniería social, han caído en la locura separatista.
El día 3 de octubre, mientras se vivía en Cataluña una jornada de huelga convocada por las organizaciones separatistas, un puñado de jóvenes se reunió en la Plaza Artós de Barcelona a primera hora de la tarde. Llevaban banderas de España y al grito de “En pie si eres español” consiguieron congregar a miles de personas que marcharon, sin protección policial, por Vía Augusta y Balmes. Y después acudieron a cuarteles de la Guardia Civil y comisarías de Policía para recordar a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado que ellos sí saben que son los garantes de la legalidad.
Esos jóvenes dieron una lección a sus mayores, la mal llamada mayoría silenciosa, que forman sus padres que llevan décadas cediendo ante el separatismo con la cobarde idea de que ya se pasará. Esos jóvenes fueron al día siguiente a sus institutos, colegios y universidades afrontando con la cabeza muy alta el riesgo de ser señalados y llamados fachas o fascistas. Pero ya habían dejado antes muy claro que no eran nada de eso, que se habían puesto en pie el día anterior porque son españoles, nada más.
Pero no es solamente ese ejemplo. Los ciudadanos toman conciencia, también gracias a la demencia separatista, que no todo vale en una democracia. Que no todas las opiniones son válidas ni deben ser amparadas legalmente porque atacan a la nación y al Estado, a la Patria, y sin éstos no habría democracia.
Y la sociedad se da cuenta ahora, muchos medios lo llevamos señalando años, incluso décadas, de que eso de las autonomías se nos ha ido de las manos porque al final puede ser lo que rompa España.
El sentimiento de la sociedad vinculándose con su patria a través del símbolo permanente de ella, la bandera, está aflorando tras décadas de letargo en las que esta actitud parecía patrimonio de un puñado de partidos sin representación en las instituciones.
Decenas de miles de personas lo demostraron en la Plaza de Colón de Madrid convocados por la Fundación para la Defensa de la Nación Española el sábado 7 de octubre y, un día después, un millón de personas abarrotaron Barcelona para decir que Cataluña es parte de España.
Está en la esencia de España crecerse ante un ataque que ponga en peligro su existencia. Esta vez el ataque ha venido del separatismo catalán. Se ha recuperado un sentimiento de vinculación con la Patria que había sido adormecido por los partidos del sistema. Y ha despertado por el desafío lanzado desde Cataluña para disolver nuestra unidad. Por todo ello: gracias, separatistas.
 
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