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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La carga de los liberales contra la nueva inquisición: «No hay justicia sin libertad»

Rushdie, Atwood, Brooks, Rowling. Más de 150 intelectuales firman un llamamiento contra la cancel culture, la muerte del debate y las purgas de todos aquellos que no estén alineados con la ortodoxia progresista.

Salman Rushdie, Margaret Atwood, David Brooks, Kamel Daoud, Francis Fukuyama, J.K. Rowling: son sólo algunos de los más de 150 intelectuales y estudiosos que, aun perteneciendo en gran parte y por motivos distintos a la galaxia liberal y progresista, han pillado desprevenida a la izquierda firmando un llamamiento contra la cancel culture, porque rechazan «cualquier elección falsa entre justicia y libertad, dado que no pueden existir la una sin la otra».

«La censura se está difundiendo por doquier también en nuestra cultura: una intolerancia hacia puntos de vista distintos, la moda de la vindicta pública y el ostracismo, la tendencia a reducir cuestiones políticas complejas a una cegadora certeza moral -se lee en el manifiesto publicado por la revista Harper’s-. Editores despedidos por publicar pasajes controvertidos; libros retirados por supuesta falta de autenticidad; periodistas a los que se les prohíbe escribir acerca de determinados temas; profesores que son investigados por haber citados obras literarias en clase».

El caso «Bennet» y el de la «bruja feminazi»

Para los firmantes, «la rendición de cuentas necesaria» a la que han llevados las protestas por la justicia racial pidiendo reformas y una mayor igualdad e inclusión en toda la sociedad, «ha intensificado también una nueva serie de actitudes morales y políticas que tienden a debilitar nuestras reglas sobre el debate abierto y la tolerancia de las diferencias en favor del conformismo ideológico». Aquí el manifiesto hace referencia a las muchas, demasiadas, penalizaciones, picotas, venganzas precipitadas y desproporcionadas infligidas a todo el que exprese un pensamiento que no esté alineado -o que sea percibido como tal-, con el pensamiento único. Todos recordamos los días de las depuraciones de los periodistas liberales que se atrevieron a violar la ortodoxia progresista sobre el racismo y las revueltas, la obligación a dimitir del New York Times o la tormenta de insultos y boicots que han caído sobre la escritora J.K. Rowling, la nueva bruja feminazi acusada de transfobia por haber sostenido que «el sexo es real».

De Atwood a Rushdie, de Chomsky a Kasparov

Rowling dice que se siente orgullosa de firmar «esta carta en defensa de un principio fundamental de una sociedad liberal: el debate abierto y la libertad de pensamiento y palabra». Carta que lleva también la firma de Margaret Atwood, punto de referencia cultural de las neotransfeministas y muy alejada de las posiciones de la autora de Harry Potter, y la de la señora del feminismo Gloria Steinem. Y las de David Brooks y Bari Weiss, del New York Times, y de George Packer, de Atlantic. Como las de escritores del calibre de Salman Rushdie, Kamel Daoud, Malcolm Gladwell y politólogos como Noam Chomsky y Francis Fukuyama. También la han firmado el gran maestro de ajedrez ruso Garry Kasparov, la historiadora Anne Applebaum, el abogado penalista Ronald S. Sullivan Jr (decano de Harvard expulsado tras haber entrado en el equipo legal de Harvey Weinstein), el lingüista Steven Pinker y el psicólogo Jonathan Haidt.

Quiénes son los liberal contrarios a la cancel culture

Todos están de acuerdo en defender la autonomía intelectual y denunciar un «pensamiento iliberal mucho más grande y peligroso que el del presidente Trump», come ha dicho al Nyt Thomas Chatterton Williams, editorialista afroamericano de Harper y escritor colaborador del New York Times Magazine, y la persona que ha lanzado el llamamiento: «No somos sólo un grupo de blancos ancianos que se han sentado a escribir esta carta. En ella han participado hombres de pensamiento negros, musulmanes, judíos, personas trans y gays, ancianos y jóvenes, de derechas y de izquierdas». La carta se concluye invocando una cultura que deje espacio a que se asumen riesgos e incluso se cometan errores: «Tenemos que preservar la posibilidad de una oposición de buena fe, sin temer terribles consecuencias profesionales. Si no defendemos aquello de lo que depende nuestro trabajo, no podemos esperar que el público o el Estado lo defiendan por nosotros».

Firmantes en el objetivo

Lo que da incluso más valor al contenido de la carta han sido las reacciones: Emily VanDerWerff, colaboradora transgénero de Vox, ha atacado a su compañero Matthew Yglesias, cofundador del portal liberal y firmante de la carta, porque dice que ya no se siente segura en Vox. Jennifer Finney Boylan, autora activista y transgénero, ha retirado su firma confesando que no había entendido quién había promovido este llamamiento. Y lo mismo ha sucedido con otros, como la historiadora Kerri Greenidge, o como quienes por «desacuerdo» con efecto retardado, o por prejuicio, «no sabíamos quiénes eran los otros firmantes». En las redes sociales se ha iniciado la caza a quien tiene los antecedentes peores: el periodista Glenn Greenwald ha estigmatizado el «comportamiento pasado» de muchos de los firmantes, «que refleja la mentalidad censora que están condenando aquí».

Williams ha revelado que muchas personas a las que se ha invitado a firmar han declarado que «no pueden estar más de acuerdo» con los contenidos de la carta, «pero que a ese punto de sus carreras no podían correr el riesgo de firmarla, porque admiten tener miedo a sufrir auténticas represalias».

 

Publicado por Caterina Giojelli en Tempi.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana y La Gaceta.

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