Las ‘fake news’ -las verdaderas noticias falsas, si se me permite incurrir en esta contradicción aparente- de la prensa convencional son más visibles, por descaradas, en lo remoto. Es más difícil convencer a quien está cegado por el sol de que es de noche, pero de lejos todos los gatos pueden verse pardos.
Me alerta en Twitter Antonio Camuñas (@ManhattanManOne) del titular con que CNN Chile da la noticia de la victoria de Pablo Casado: ‘Candidato de ultraderecha triunfa en el PP’.
Para ser de ultraderecha solo es necesaria una cosa: que así lo decida la izquierda, sin que importe ni mucho ni poco lo que piense y declare el sujeto. Así, junto a semejante disparate dirigido al consumo internacional, leo el titular de la entrevista que recoge Casimiro García-Abadillo al personaje del día: “No soy de derechas. Quien me conoce sabe que soy moderado”.
Y estamos, así, ante un doble engaño o, si se prefiere, a un mismo engaño del que se convencen, porque lo desean ardientemente, dos grupos enfrentados. La izquierda necesita creer en la extrema derecha, se ciega ante el hecho evidente de que su victoria es total y dicta el dogma social, porque toda su retórica es de resistencia y revuelta. La extrema derecha es ese coco que le permite seguir vendiendo su película y manteniendo en tensión a sus tropas.
Por otra parte, la derecha social, el electorado de derechas, anhela creer que el PP, el partido al que lleva décadas votando, es de derechas, contra toda evidencia. Casado es su última coartada, y en los últimos días los conservadores y los liberales se han intercambiado decenas de mensajes esperanzadores para confirmarse unos a otros que este, sí; que este es de verdad de derechas.
Y todo esto en torno a un personaje que niega ser de derechas. ¿No es patético? En realidad, ¿no son síntoma de un panorama político patológico, tanto ese deseo de creer por parte de los votantes como ese miedo del nombre mismo por parte del candidato? Si la derecha es eso que tanto pringa y mancha y condena y avergüenza, ¿por qué no hacernos todos de izquierdas de una vez?
Y si no es así, si la izquierda ha sido siempre esa desgracia que, cuanto más poder tiene, más desolación siembra sobre las sociedades que gobierna, ¿a qué el complejo? ¿Por qué los remilgos, las concesiones, el miedo a ser lo que se es, el pavor a la palabra misma, la intolerable sensación de ilegitimidad?
El País es la única de mis cabeceras que se permite el lujo, que agradezco, de recordarnos que la victoria de Casado es casi trivial, al dejarlo como tercer asunto en su primera: ‘Los líderes del PP tratan de dar una imagen de unidad tras el congreso’. Ese truco también lo conocemos.
Para El Mundo, lo interesante es lo que viene, las listas, que es exactamente el centro de la vida de un partido, muy por encima de la ideología. A partir de determinado nivel, el poder es siempre ‘apolítico’. Titula, así: ‘Casado asumirá la relación con los barones para hacer las listas’.
ABC quiere empezar desde ya a rodear al nuevo líder de una épica impostada. Lo saca en su despacho, concentrado y con gafas, lo que le da una seriedad ahora necesaria. No sonríe, lo que personalmente me produce un tremendo alivio, que ya había llegado a pensar que no sabía relajar los músculos faciales. Titular: “Está siendo muy duro, pero vamos a ganar”.
No, no es que ABC no se haya enterado del resultado, es que presenta una crónica al minuto de cómo fue la recta final de la victoria. Creando desde ya la leyenda.
Y La Razón, sonrojante. La Razón, devolviéndonos a mis párrafos del principio, haciendo su papel de derechita acomplejada que pide permiso para existir y perdón por hacerlo, siempre con la condición de aceptar como importante lo que la izquierda decida en cada momento que lo es.
Observen y lloren: ‘Casado apuesta por dos mujeres para puestos clave’. Dios mío, qué penita todo.