«¡Santiago y cierra, España!» no es, pues, de ninguna manera, ese grito endogámico de la España tenebrista, cerrada sobre sí misma, enemiga de la libertad y del progreso que todos los que se han permitido el lujo cultural de escupir sobre nuestra propia Historia han proyectado y fomentado con mucho éxito, por cierto. Desde el más tonto al más listo; como por ejemplo, Ramón María del Valle-Inclán, quien en su obra «Luces de Bohemia«, pone en labios del modernista Dorio de Gádex «Santiago y abre España, a la libertad y al progreso». Aún sin quererlo, acierta Valle-Inclán. Claro que el acierto azaroso, surgido de la voluntad expresa de querer decir todo lo contrario, es la peor forma de acertar porque, efectivamente, «¡Santiago y cierra, España» nace de la firme voluntad de los españoles de conquistar su libertad y, a partir de ella, el progreso que convirtió a España en la primera potencia mundial durante siglos y en todos los órdenes, no solo el militar, también el cultural, científico y artístico.