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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Trevor Phillips: «Black Lives Matter nos utiliza a nosotros, los negros, como peones para la hegemonia»

Todo en Bristol, ciudad portuaria de medio millón de habitantes del sudoeste de Inglaterra, habla de Edward Colston. Al emprendedor y diputado, que vivió a caballo entre los siglos XVII y XVIII, están dedicados teatros, residencias, calles, avenidas y vidrieras en más de una iglesia. El 13 de noviembre se celebra el Colston Day y ese día a los niños, sobre todo a los de la escuela Colston, se les suele repartir los dulces Colston, empastados con fruta confitada y especies dulces. El motivo por el que su memoria se evoca sobre todo en Bristol es porque financió, a lo largo de los años, con el equivalente de trece millones de euros actuales escuelas, orfanatos, iglesias, hospedajes y casa populares. Colston fue un gran filósofo, pero su fortuna no está carente de sombras: efectivamente, durante doce años, participó con una cuota muy alta que le dio grandes beneficios en la Royal African Company, que comerciaba con marfil, oro y, sobre todo, esclavos. Miles de ellos murieron en las naves que le proporcionaron al mecenas el capital que utilizó para beneficiar a toda la ciudad.

Es por esto que el 7 de junio, cientos de manifestantes adherentes al movimiento Black Lives Matter (BLM, las vidas negras importan) —que en Estados Unidos ha organizado protestas pacíficas y violentas para vengar la muerte de George Floyd, afroamericano asesinado brutalmente  el 25 de mayo en Minneapolis por el policía blanco Derek Chauvin— han derribado de su pedestal la estatua de bronce de Colston, la han transportado hasta el puerto y la han arrojado al mar entre gritos de fiesta y flashes de móviles. ¿Se ha hecho justicia? O mejor, ¿igualdad? «Absolutamente no. Temo que las personas de color son solo peones de una guerra anticapitalista más amplia que, por lo menos aquí, en el Reino Unido, tiene como fin último la destrucción de la sociedad occidental».

Son estas las críticas que el exzar británico de la igualdad, Trevor Phillips, dirige al movimiento  BLM hablando con Tempi, y el currículo del expolítico no hace pensar en un caso de fuego amigo. Phillips, de 66 años, el más joven de diez hermanos e hijo de emigrantes de la Guyana británica, fue nombrado en 2006, en Reino Unido, primer presidente a tiempo completo de la Comisión para la Igualdad y los Derechos Humanos, encargada de promover y hacer respetada las leyes contra la discriminación racial. Por su labor periodística y televisiva ha ganado numerosos premios, forma parte del consejo de administración de media docena de sociedades, incluido el Índice sobre la censura, que monitoriza el estado de salud de la libertad de expresión y de prensa en el mundo.

Por sus posiciones claras y radicalmente alejadas del dictado  de la corrección política, Phillips ha atraído sobre sí la ira de amplias franjas de la sociedad. Tras haber guiado la asamblea de Londres como miembro de los laboristas de 2000 al 2003, el partido le suspendió con la «absurda acusación» de islamofobia en marzo de este año, tras haber asombrado a los ambientes liberales con sus acusaciones al multiculturalismo.

Colston era un esclavista. Cuando ha visto caer su estatua, ¿qué es lo primero que ha pensado?

Grandioso.

¿Y la segunda?

¿Para qué sirve? Cambiar el nombre a un colegio o una calle, pintarrajear una estatua o una placa de una calle no creará ni un único puesto de trabajo más para los negros, ni hará que un policía cambie su actitud. La mayor parte de las acciones de protesta que vemos estas semanas sirven para que los blancos se sientan mejor. Pero para los negros no cambia nada.

¿Por qué?

Esta es una guerra de posición para la conquista de lo que Antonio Gramsci llamaría hegemonía, aunque dudo en utilizar esta palabra. Quien decide cómo hay que pensar sobre un tema, qué lenguaje hay que utilizar, gana. El problema es que —temo— a la gran mayoría de las personas que organizan esta guerrilla no les interesa lo más mínimo la igualdad para las personas de color, están siendo utilizadas como peones.

¿Usted habría derribado la estatua de Edward Colston o la de otro personaje implicado en la trata de esclavos?

Lo planteo así: si pudiera decidir si derribar aquí, en Londres, 50 estatuas de comerciantes de esclavos o poner a cinco personas de color en los consejos de administración de empresas importantes del país, ciertamente no elegiría las estatuas.

¿Por qué?

Porque el punto es la distribución del poder, mientras quien levanta una cortina de humo jugando con los nombres de las calles, no quiere compartir el poder con los negros, sino solo forzar la deconstrucción de la sociedad.

Parece que el racismo se ha convertido en la única clave de lectura de la historia: se ha atacado la memoria de Cristobal Colón, san Junípero Serra, George Washington, Thomas Jefferson, Theodore Roosevelt y Winston Churchill, por poner algunos ejemplos.

El primer problema de esta gente que quiere borrar la historia es que no conoce la historia. No tienen la más mínima idea de lo que ha sucedido en el pasado. Han pintarrajeado la estatua de Churchill aquí, en el Reino Unido, y es inadmisible: mi padre estaba en el ejército durante la guerra. Muchas personas procedentes del Caribe se pusieron el uniforme como voluntarios. Podían no hacerlo, pero eligieron combatir en Europa después de haber escuchado sobre todo los discursos de ¿quién? De Churchill. Vaya usted a Jamaica y descubrirá que Winston es uno de los nombres masculinos más populares. ¿Sabe por qué?

¿Por Churchill?

Obviamente. A los ojos de la mayor parte de los negros de mi generación y no solo, Churchill es un héroe porque combatió el fascismo, que habría eliminado a las personas como yo. Preguntemos a los hijos de los negros que han combatido por este país, y han muerto, qué piensan de Churchill. Ninguno le dirá que era un racista. Solo un loco lo diría. O, como he dicho antes, un ignorante.

Sin embargo, mucha gente piensa que así corrige los errores cometidos en el pasado.

Pero no se puede aplicar a la historia nuestro modo de razonar actual. Sobre todo nosotros no podemos eliminar todo lo que nos recuerda lo que sucedió en el pasado y pretender que nunca haya existido. Si elimináramos todos los símbolos de la esclavitud, ¿sabe qué pasaría? Que dentro de una o dos generaciones nadie se acordaría de lo que es capaz el ser humano. Y entonces llegará el día en que un estudiante, leyendo en un libro la palabra «esclavitud», preguntará: «¿Qué es? No he oído hablar nunca de ello». ¿Es lo que queremos?

Muchos le responderían que sí.

Hago una comparación: ¿a qué persona en plena posesión de sus facultades mentales se le ocurriría reducir a escombros el campo de exterminio de Auschwitz porque representa un insulto respecto a los judíos? Esta actitud esconde otro error.

¿Cuál?

Derribar una estatua es un modo de lavarse la conciencia. No se puede echar la culpa por los errores del pasado a personas de manera individual, a unos pocos hombres «malos». Es solo un intento de quitarse la responsabilidad de encima.

El nuevo movimiento antirracista no se detiene ante nada. Ahora quiere eliminar el himno oficioso del equipo de rugby inglés: el clásico del espiritual negro Swing Low, Sweet Chariot. Igualmente ha conseguido que, hace unas semanas, se censurara la película Lo que el viento se llevó.

También en este caso, se desconoce la historia. Los esclavos de los campos no cantaban esta canción, fue escrita después, no tiene nada que ver con la esclavitud. Yo crecí con este himno, que cantábamos en la iglesia, forma parte de nuestra tradición. Es una canción de liberación, no de opresión y esclavitud. La paradoja es que este movimiento se está revolviendo contra los negros, porque ahora son los blancos los que quieren decidir qué parte de nuestra historia es aceptable y cuál no.

Usted declaró en una entrevista que «no existe en el mundo país mejor para ser negros que Reino Unido», ocasionando una avalancha de críticas contra usted…

De muchísima gente que nunca ha puesto el pie en Londres. Soy un periodista y por trabajo he estado, creo, en cada uno de los países europeos. He realizado estudios sobre el racismo y sé lo que digo. Pregunten a Mario Balotelli si para él es más fácil jugar delante de un público inglés o italiano. La respuesta es obvia. Y lo mismo vale para Moldavia, Francia, Alemania, Ucrania, Polonia.

¿No hay problemas de racismo en el Reino Unido?

No he dicho esto; pero solo quien no ha vivido en otros países de la Unión Europea puede pensar que sean mejor. Basta un ejemplo: ¿cuál es el único país en Europa que sabe si los niños negros van peor en el colegio, o si las personas de color encuentran menos trabajo? Inglaterra. Y el motivo por el que lo sabe es que recoge estadísticas, las publica y después pregunta cómo mejorar las cosas. Ningún otro país en Europa recoge los datos y no lo hacen porque, sencillamente, no les importa.

Usted escribió en el Times: «Estas protestas no tienen nada que ver con la igualdad. Son, en cambio, una feroz batalla por el derecho de describir el mundo sin que nadie contradiga la propia visión». ¿Está en peligro la libertad de expresión?

Sí. Hay una peligrosa tendencia a la autocensura en las universidades, en los medios de comunicación y en las escuelas. Creo que es tremendo que las instituciones ya no protejan a quienes plantean argumentos que grupos de intereses muy ruidosos perciben como ofensivos. Como en los tiempos de Galileo, existe la libertad de palabra y de expresión: sin embargo, si dices la cosa «equivocada» puedes perder el trabajo.

¿Está pensado en el caso de la escritora J.K. Rowling, creadora de Harry Potter, que ha sido muy criticada por la galaxia LGBT por haber dicho que «las personas que tiene la menstruación» tienen un nombre y ese nombre es «mujeres»?

Su caso es una locura y ejemplifica lo que estaba intentado decir: ¿acaso es ilegal sostener que existe el sexo biológico? No. Ciertamente, habrá quién no esté de acuerdo, del mismo modo que hay quien cree que la Tierra es plana. Nadie debería ser denunciado por sus ideas; y a pesar de ello, hay personas que quieren silenciar a Rowling, no quieren que pueda expresar sus opiniones. Incluso han intentado que la despidan.

Sin conseguirlo.

Es evidente que ningún editor que esté en su sano juicio despediría a la escritora que más vende del mundo, pero no todos son famosos como ella.

¿Qué teme?

Existe un movimiento que quiere convertir en socialmente inaceptable pensar y hablar de manera distintas respecto a la que llamo la «nueva ortodoxia». Hay quien mandaría a la cárcel a quien no se amolda. Me preocupa mucho esta deriva.

Usted sabe algo de esto: en marzo el partido laborista le suspendió con la acusación de islamofobia. ¿Qué había hecho?

Debería preguntárselo usted al partido laborista: encuentro todo esto desconcertante, soy víctima de una nueva inquisición. Han redactado un informe sobre mí de varias páginas, en práctica me han excomulgado. Me acusan, por ejemplo, de haber citado en un panfleto de 2016, titulado Razza e fede: il silenzio assordante [Raza y fe: el silencio ensordecedor], el famoso discurso de Enoch Powell de 1968 (en el que preconizaba un futuro de problemas raciales y disturbios urbanos en el Reino Unido si el país no cerraba las puertas a la inmigración, ndr). Hablar del problema racial en el Reino Unido sin citar a Powell es como disertar hoy de política en Italia sin citar el Movimento 5 stelle [Movimiento 5 estrellas]. Es imposible. No me acusan de sostener su posición, me acusan de haber mencionado su nombre. En práctica, según el partido laborista, debería haberlo borrado de la historia.

Debería haber derribado simbólicamente su «estatua».

Exactamente. Pensaba que estas cosas sucedían solo en el mundo imaginado por George Orwell, o en el construido por Josef Stalin.

Sin embargo, usted también citó los abusos sexuales en ciudades como Rotherham, subrayando que los culpables venían de un contexto islamo-pakistaní.

Soy periodista, hice mi trabajo. También he dicho que los musulmanes son distintos, y para mí, que soy cristiano, queda la verdad. Si realmente queremos respetar a los musulmanes, debemos dejar de hacer creer que no son lo que son. Digamos las cosas claramente: la mayor parte de los musulmanes considera que la homosexualidad debería ser ilegal. Si yo no reconozco que esta es la verdad, no los respeto.

El partido laborista parece que piensa de manera distinta.

No me acusan de equivocarme, me acusan de herejía. Yo no quiero criticar a los musulmanes, pero si no se observan los hechos, es imposible después afrontar los problemas. Mientras las autoridades se giran hacia otro lado, en muchas escuelas inglesas los profesores gays son expulsados porque los padres musulmanes no los quieren.

¿Cree de verdad que es posible, hoy, defender cualquier valor en la época del multiculturalismo y el relativismo?

Yo creo que aún es posible, pero la verdad es que el partido laborista no lo está haciendo. El motivo de nuestro conflicto es que quieren evitar el problema de fondo y piensan que haciendo como si nada, antes o después, desaparecerá. Yo no estoy dispuesto a callar.

El intelectual francés Alain Finkielkraut ha definido el nuevo antirracismo como una forma de «autorracismo» de Occidente, que intenta borrar la propia historia y, en consecuencia, se autodestruya. ¿Está de acuerdo?

Hablo por el Reino Unido: aquí, BLM persigue una agenda anticapitalista. Presenta peticiones que prevén la destrucción de la sociedad actual con el fin de reconstruirla de manera distinta, si bien aún no he comprendido cómo. En general, los activistas parecen pensar que es imposible extirpar el racismo mientras el capitalismo y el libre mercado dominen la sociedad. No sé si tienen razón, tengo solo la impresión que muchos militantes no sean en absoluto antirracistas, sino que utilizan el problema del racismo para atacar el capitalismo.

¿Y usted qué quiere?

Yo quiero la verdadera igualdad y no estoy absolutamente dispuesto a esperar el éxito de una revolución elitista para obtenerla.

¿Qué propone, entonces, para promover la igualdad en la sociedad?

Todos podemos hacer algo. Las celebridades deben ser menos hipócritas: en lugar de quejarse pueden hacer que se incluyan en sus próximos contratos discográficos y cinematográficos una cláusula de inclusividad. Una persona que conozco ha pedido, para dirigir un importante grupo empresarial, tener en su equipo también personas de color. Y lo ha hecho escribir en su contrato.

¿Y las personas comunes?

Basta con que la próxima vez que oigan a alguien hacer algún comentario racista en una boda, o en cualquier otra ocasión, que en lugar de dejarlo correr, lo digan claramente. Una vez acabados los flashmob y los hashtag, debemos comprender que todos tenemos la responsabilidad de marcar la diferencia donde vivimos y trabajamos.

 

Publicado por Leone Grotti en Tempi.

Traducido por Verbum Caro para La Gaceta.

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