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SEGÚN UNA RECIENTE ENCUESTA DE IPSOS

El 20% de los estadounidenses quiere un «divorcio nacional»

Capitolio de los EEUU. Europa Press

Uno pensaría que, después de los 620.000 muertos en la Guerra de Secesión norteamericana que finalizó en 1865, a los estadounidenses se les habrían quitado para siempre las ganas de dividir el país en países más pequeños, pero son muchos los que piensan que la «incompatibilidad de caracteres» entre las dos naciones reales, demócratas y republicanos, es ya demasiado grande para seguir juntos más tiempo.

Lo quiere un 20%, 66 millones, según una reciente encuesta que realizó Ipsos después de que la diputada republicana por Georgia Marjorie Taylor-Greene declarara abiertamente que el país no puede seguir siendo uno por más tiempo.

Lo quieren, sobre todo, una cuarta parte de los republicanos, que no soportan un día más de lo que conciben como una tiranía woke, pero incluso entre los demócratas, que controlan la Casa Blanca y la mayoría de los medios de comunicación, un 16% no soporta más compartir nación con esa panda de rednecks trumpistas aún reacios a obedecer a la ONU y mantener fronteras.

Esa quinta parte de estadounidenses que quiere partir el país, es cierto, sigue siendo una minoría con unos números que están lejos de determinar el destino de la Unión. Sin embargo, es la proporción más alta desde la citada Guerra Civil, y no ha parado de crecer en las últimas décadas.

La principal portavoz de esa opinión, Tayler-Greene, lanzó el grito de guerra tras la visita sorpresa de Biden a Polonia y Ucrania, toda una declaración de intenciones del Ejecutivo norteamericano sobre su determinación de mantener la guerra con Rusia a cualquier coste, incluyendo, tácitamente, una guerra mundial nuclear.

«Necesitamos un divorcio nacional«, tuiteó Taylor-Greene desde su cuenta en la red social. «Tenemos que separar los estados republicanos de los demócratas y reducir el gobierno federal», insistió. «Todo el mundo con el que hablo lo dice».

Y sigue: «Desde los problemas derivados de una cultura enfermiza y repugnante que nos imponen hasta las políticas traicioneras de America Last (América, lo Último) de los demócratas, hemos llegado al final».

La encuesta de Ipsos revela que los más ansiosos por firmar el divorcio son los varones, las personas que ganan $50,000 o menos cada año y las que viven en el sur y el oeste del país.

En Washington, la posibilidad de secesión no entra siquiera en el rádar político, pero a escala estatal ya es otra cosa. En Oregón, por ejemplo, cobra cada vez más peso una campaña para que el este rural del estado se separe efectivamente del estado, furiosamente demócrata, y se una a un Idaho más conservador, y los políticos de ambos estados expresan su apoyo al cambio de la frontera.

En Texas, este mismo mes, un diputado ha presentado un proyecto de ley para establecer un referéndum y que los votantes decidan si el estado debe explorar la posibilidad de separarse de los Estados Unidos, un movimiento conocido como Texit. Después de todo, en el caso de Texas se trataría de volver a la independencia perdida.

Pero incluso si la idea siguiera creciendo hasta hacerse mayoritaria, nadie sabe muy bien por dónde meter la tijera. La última secesión, la del Sur en 1861, fue relativamente limpia, porque se trataba de dos territorios claramente diferenciados con economía y culturas suficientemente distintas. Hoy, en cambio, la división no se da solo ni especialmente entre unos estados y otros, sino entre las grandes ciudades y el resto del país.

Sin embargo, sí son más que visibles las líneas de factura social y política en Estados Unidos, y no es probable que la anunciada detención del expresidente del país, Donald Trump, vaya a hacer otra cosa que exacerbarlas.

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