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TRUMP ESTUVO COMEDIDO, CASI PRESIDENCIAL

La noche en la que el mundo entendió que Joe Biden es una marioneta

Donald Trump y Joe Biden. Europa Press

Porque, desde luego, Joe Biden no lo es, Joe Biden no puede, de ninguna manera, estar a los mandos de la potencia más poderosa de la tierra. Si aún quedaba algún demócrata terminalmente ingenuo que dudase todavía, anoche, durante un debate en el que la CNN y sus miñones se lo pusieron a Biden como a Fernando VII, las últimas ilusiones saltaron por los aires.

Lo común, después de un debate de candidatos presidenciales, es que la prensa adicta dé por indudable ganador a su hombre. Por mal que lo haya hecho, siempre hay modo de retorcerlo para argumentar que fue el mejor. ¿Siempre? Bueno, no: lo de anoche fue un desastre tan absoluto que los comentaristas demócratas están aterrados, mudos o repentinamente sinceros.

El horror, el horror. Qué crueldad arrastrar a la tarima bajo los focos a ese pobre anciano con demencia senil. Afortunadamente, su descanso tiene, por fuerza, que estar muy próximo.

Para usted, lector, y para mí, nada nuevo: Biden estuvo horrible. Por ceñirnos al modelo clásico postdebate, en una encuesta de la propia CNN, el 67% de los que soportaron la velada dan ganador a Trump, mientras que un 33% se aferra fútilmente a la ilusión de que fue Biden.

Babylon Bee, una publicación satírica, daba la noticia de que Trump tendrá que volver al banquillo, esta vez acusado de asesinar a un anciano ante las cámaras.

Con todo lo que había hecho la CNN para facilitarle las cosas a Biden: periodistas serviles, retraso de dos minutos en la emisión, ausencia de periodistas o público… Todo fue inútil. Para colmo, Trump estuvo extrañamente comedido, presidencial casi, conteniendo su evidente deseo de entrar a matar, de acabar con la agonía de aquel anciano balbuceando incoherencias.

El momento realmente de oro, el instante exacto en que Trump sentenció el debate y, probablemente, las elecciones, llegó cuando se les preguntó a los candidatos por qué deberían votar a uno u otro los ciudadanos norteamericanos. Biden se hizo un lío tan espantoso, soltando palabras sueltas, ideas sin hilar, algunas incomprensibles, hasta el punto de que el moderador, piadoso, tuvo que cortarle y pasar a Trump, que empezó así su parlamento: «La verdad es que no sé lo que ha dicho al final de la frase. No creo que tampoco lo sepa él». En toda la bola.

A partir de esta pasada madrugada ya todo el mundo, demócratas incluidos, han entendido que Biden es una marioneta y que Estados Unidos —y, por tanto, el mundo— lo dirigen personas que no conocemos, que no se presentan a las elecciones ni dan siquiera la cara. Y ese es un problema mucho, pero mucho mayor que la victoria o derrota de Donald Trump en las presidenciales de noviembre.

Lo de Biden ha sido un goteo. Nunca volvió loco a nadie como candidato, pero los demócratas estaban dispuestos a fingir que era la última Coca-Cola del desierto mientras les dejasen, aunque sus votantes iban poco a poco desertando hasta dejarle con un apoyo penoso en un líder «democrático». Pero lo de ayer fue un tirar la toalla. De hecho, es lo que están haciendo los grandes medios progresistas —si me disculpan la redundancia—, todos en modo pánico.

Porque las preguntas que plantea son clave. Lo más evidente es que Biden debe ser sustituido como candidato demócrata inmediatamente, ya. Pero eso mismo era cierto ayer, hace semanas y hace meses y, sin embargo, no lo han hecho, lo que sugiere la existencia de grupos de poder que no se ponen de acuerdo sobre su sustituto y que no sabemos quiénes son.

Otra pregunta es por qué los medios, de golpe, están admitiendo lo obvio. Que sea obvio no ha sido hasta ahora obstáculo para que lo nieguen, como hacen con los problemas de la inmigración masiva o los mapas meteorológicos, como hemos visto hacer, en España, a la «joya» de los verificadores, Newtral. ¿Quién ha dado la consigna de abrir fuego ahora?

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