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«Podría ser la elección más destructiva desde la guerra»

La probable victoria del partido de Marine Le Pen en las legislativas alarma al establishment francés

Marine Le Pen y Jordan Bardella. Europa Press

Todas las elecciones suelen ser importantes, pero hay citas con las urnas que destacan más que otras. Es el caso de las próximas elecciones parlamentarias de Francia, las primeras tras las elecciones al Parlamento Europeo del 9 de junio. Tras la implosión de la coalición de Emmanuel Macron (14,6%) y el enorme ascenso de Agrupación Nacional (31,4%), el presidente de Francia provocó un terremoto político al convocar por sorpresa elecciones parlamentarias, cuya primera vuelta tiene lugar el próximo domingo.

Renew perdió ocho puntos porcentuales y otros tantos eurodiputados, mismo porcentaje y mismos representantes que ganaron los de Marine Le Pen, cuyo partido se catapultó hasta los 30 escaños ––más del doble que la siguiente fuerza francesa en el Parlamento Europeo—. De hecho, los de Macron empataron con los socialistas franceses, quienes, tras años de letargo y descomposición, parecen haber regresado al terreno de juego, doblando con holgura el exiguo 6% que los votantes les otorgaron en 2019. En esta tesitura, Macron decidió convocar elecciones para «dar la palabra al pueblo soberano».

En un gesto digno de Pedro Sánchez —Macron también parece haber tomado como ejemplo sus cartas a la ciudadanía—, el presidente francés llamó a las urnas después de que se cumpliera uno de los escenarios de alto riesgo que en el Elíseo habían previsto. Se trata de una estrategia arriesgada, un golpe de efecto con el que espera acabar con los sueños presidenciales de Marine Le Pen, exponiéndose a la posibilidad de que su número dos, el jovencísimo Jordan Bardella (28), se convierta en primer ministro. Es una apuesta audaz, pero el Gobierno de Gabriel Attal —la apuesta Bardella de Macron— ya se encuentra en minoría, con 250 de los 577 diputados de la Asamblea Nacional, y, tras cumplir dos mandatos, Macron no podrá presentarse a las presidenciales de 2027, sin que exista todavía un heredero con peso suficiente para sucederle. Frente a Attal, Marine vencería en segunda vuelta con el 53%, según las encuestas.

Su decisión provocó reacciones rápidamente —la configuración de un Frente Popular que aglutina los partidos de izquierda y radicales; el cisma en el partido Reconquista de Éric Zemmour y un ridículo golpe de Estado en el partido Los Republicanos—, pero la mano que Macron ha decidido jugar no parece tan buena como él creyó, a la vista de las últimas encuestas.

Y es que Marine Le Pen ya no provoca en la sociedad francesa la misma preocupación que suscitaba hace unos años. Si en las últimas elecciones presidenciales la diputada por Paso de Calais logró un 41,46% en la segunda vuelta (casi 20% puntos más que los que obtuvo en la primera vuelta y que las encuestas previeron), desde entonces la Agrupación Nacional ha visto sus apoyos aumentados… y sigue, además, la estela de la fulgurante estrella Jordan Bardella. A pesar de la campaña de ridiculización y de cosificación contra el joven presidente de Agrupación Nacional, Bardella es uno de los políticos favoritos entre los votantes franceses.

Mientras, para el 57% de los ciudadanos, Marine representa «los valores democráticos». A ella se ha acercado en las últimas semanas la clase empresarial francesa, desamparada por la obvia debilidad de un Macron sin futuro a largo plazo y necesitada de nuevo escudo frente al radicalismo del Frente Popular izquierdista.

Como es natural, el ascenso del partido de Le Pen ha hecho saltar las alarmas en las oficinas europeas y en todas las redacciones de medios. Tras una estrategia, demostrada fallida, de arrinconar a Marine con un perfil bajo y sin apenas noticias sobre sus acciones y discurso —junto a burdas mofas a Jordan Bardella—, la prensa y la élite europea se han volcado ahora a las puertas de las elecciones para poner a punto la campaña de demonización de la política francesa recuperando apolillados muñecos de paja.

«Podría ser la elección más destructiva desde la guerra, no sólo para Francia, pero también para Europa, la OTAN y el orden liberal occidental», asevera el veterano y reconocido periodista John Lichfield, quien también afirma que «al menos una veintena de los candidatos de Agrupación Nacional (…) tienen vínculos directos con Moscú», mientras que otros son «antisemitas, racistas, escépticos de las vacunas, escépticos del clima, negacionistas del COVID-19». En Político, Clea Caulcutt y Victor Goury-Laffont desean entre líneas que Macron abogue por un Gobierno «apolítico de especialistas» para evitar «a la manera italiana» la ingobernabilidad de Francia. Quizás olvidan el triunfo de quién condujo en su país vecino el último Gobierno de concentración nacional.

Incluso el jugador del Real Madrid Kylian Mbappé, quien guarda buena relación con Emmanuel Macron, entró de lleno en la campaña electoral al llamar al voto «contra los extremos», misma consiga que el centrista viene repitiendo desde que convocara elecciones. Por su parte, el canciller socialista de Alemania, Olaf Scholz, admitió estar «preocupado» por las elecciones de Francia y, llanamente, que deseaba que ganaran «los partidos que no sean… el de Le Pen, por decirlo así».

En esta competición de hipérboles, Macron, ni corto ni perezoso, ha advertido de que la victoria de la derecha o de la izquierda —es decir, cualquier victoria, salvo la suya— podría desencadenar una «guerra civil». El primer ministro de Macron, Gabriel Attal, volvió a sacar a la vista los viejos muñecos de trapo que la prensa paseó hasta la extenuación durante la campaña presidencial de 2022: la supuesta «rusofilia» de Le Pen, sus supuestos vínculos con Putin y el Kremlin, y la posibilidad de que Marine conduzca al ‘Frexit’, la salida de Francia de la Unión Europea: «No podemos apoyar la salida de la UE a menos que uno tenga otros intereses, a menos que uno sirva a otro país, a otro poder». Junto al pasado antisemita de su padre, la trinidad de las acusaciones contra Marine Le Pen.

Son, sin embargo, cuestiones de otros tiempos, ya cerradas (o no), pero que poco o nada interesan, y síntoma de la enorme desconexión de una clase política y unos medios de comunicación aislados por entero de la realidad del día a día y de las preocupaciones de la gente de a pie. Por el contrario, el 58% de los franceses creen que Marine Le Pen entiende lo que les preocupa.

Sus posiciones contra el aumento de la inseguridad y la delincuencia —la tasa de homicidios por 100.000 habitantes ha subido desde 2020 de 1,07 a 1,56, un 45%— y frente al islamismo radical han llamado la atención de los votantes, que han tomado nota. Mientras que en la enorme mayoría de países europeos los partidos de corte soberanista y conservador tienen entre los hombres sus grandes caladeros de votos —es el caso de España, Italia y Alemania, por ejemplo—, en las últimas elecciones europeas Marine Le Pen encontró su mayor fuerza entre las ciudadanas francesas: un 33% de las mujeres introdujeron su papeleta en la urna frente al 30% de los hombres. Se trata de un aumento sorprendente de 12 puntos porcentuales desde las elecciones de 2019. 

Y que su denuncia cale es lógico: Francia fue en 2023 el país más violento de toda la Unión Europea, con 1.000 homicidios al año y 100 acuchillamientos al día. El propio ministro del Interior reconoció el papel que en estas cifras juega la inmigración descontrolada al admitir que, pese a representar el 7% de la población, los extranjeros cometieron el 19% de los delitos a nivel nacional y hasta el 39% en Lyon y el 48% en París. Son cifras incompletas, pues el porcentaje de descendientes de inmigrantes en Francia es superior al de inmigrantes (11,4% en 2021). Sus estadísticas de criminalidad no son contabilizadas por separado al estar naturalizados.

Así, Agrupación Nacional continúa subiendo en las encuestas y algunos sondeos indican que estaría cerca de poder alcanzar la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional (289), condición que Bardella ha establecido para convertirse en primer ministro y formar un Gobierno. Pero, para algunos, la inmigración y la delincuencia son problemas «estadísticamente a niveles inferiores que en décadas anteriores» y aunque «bajo presión, los servicios (públicos) siguen funcionando». Será que los franceses no saben votar.

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