La Unión Europea se descompone. En Holanda, Francia y Alemania, el establishment se ha salvado por los pelos. A pesar de la victoria de Macron, y con la de Salvini sobre la mesa, quienes daban por muerto al, ejem, ‘populismo’, parecen haberse precipitado.
Ha habido unas elecciones clave en las que los resultados se oponen frontalmente a los intereses de las élites globalistas que manejan los medios de prestigio. ¿A quién culpamos? A Putin, naturalmente.
No es broma, o si lo es, se está haciendo muy pesada. Igual que llevan casi dos (patéticos) años tratando de convencernos de que el Kremlin decidió la victoria de Donald Trump -como si Estados Unidos, en lugar de ser la única hiperpotencia mundial fuera una república bananera-, ahora se está esparciendo el rumor de que la victoria de los partidos antiestablishment -y antiUE o, al menos, contra la alarmante marcha de la nueva UE- en Italia se debe a las malas artes del líder ruso.
Lo recoge, naturalmente, El País. Pero también se lo podemos leer al excampeón de ajedrez Garry Kasparov o en el inequívoco titular del diario israelí Haaretz: ‘Vladimir Putin acaba de ganar las elecciones italianas’.
Yo no sé si se dan cuenta de lo ridículo que suenan, o de lo insultante que resulta repetirlo para el electorado italiano, al que en pocas palabras le están llamando idiota. Visto lo visto, imagino que tendremos que hacernos a la idea de que siempre que el pueblo ‘vote mal’ -es decir, contra la opinión expresada por el New York Times y sus miñones- habrá sido Putin y nadie más que Putin.
La idea de que precisamente llamar idiotas a los votantes de moda cada vez más evidente les enajena la escasa simpatía de esos mismos votantes parece no pasárseles por la cabeza.
El artículo de El País, que recogieron inmediatamente medios americanos, pretendía que el sitio ruso de noticias Sputnik y los todopoderosos tuiteros rusos habían radicalizado la oponión italiana con respecto a la inmigración.
Las probabilidades de que el italiano medio haya oído hablar de Sputnik son escasas; que le llegue más, más veces y rodeado de más prestigio que, digamos, la CNN son absolutamente nulas. Porque suponer que los italianos no pueden estar disgustados por el hecho de que su país haya tomado el relevo de Grecia como imán de las pateras norteafricanas en una situación que, en declaraciones publicadas, ha desbordado al Gobierno italiano, no, eso es imposible. Tiene que ser Putin, no cabe otra.
Desesperación de las euroélites
Una estrategia tan descerebrada es hija de la desesperación de las euroélites: la Unión Europea se descompone. En Holanda, Francia y Alemania, el establishment se ha salvado por los pelos, y si con la victoria de Macron, nacido en un laboratorio de marketing político, ya se daba por muerto el, ejem, ‘populismo’, nos tememos que las noticias de su defunción han resultado asaz exageradas.
No hay muchas vueltas que darle, porque el euroescepticismo y la inmigración no han sido asuntos marginales en estas elecciones: han sido, prácticamente, los dos únicos asuntos, que se revuelven en uno, a saber: si Italia tiene o no control sobre sus propios asuntos o debe gobernarse desde Bruselas.
Esa va a ser la pregunta clave, como lleva siéndolo desde hace dos o tres años, en las elecciones a medio plazo; cada una de ellas convertida en un referéndum que decida entre soberanía nacional o globalismo. Y la tendencia parece evidente: desde el referéndum sobre el ‘Brexit’, incluso las victorias del ‘establishment’ globalista han sido retrocesos, meras resistencias.
Italia rompe el equilibrio y decide la balanza. Quizá porque los italianos tienen razones de especial peso para querer recuperar su soberanía, empezando por la invasión descontrolada de emigrantes norteafricanos y siguiendo por una política financiera dictada desde Alemania, se quejan, y pensada para beneficiar a Alemania.
No importa lo poderosos que sean, los medios que controlen, lo alto que griten: siempre llega un momento en que la propaganda choca demasiado fuerte con la realidad, y ese momento está llegando en Europa. Si alguien quiere seguir creyendo que unos medios rusos que apenas nadie conoce deciden el voto de americanos, italianos o austriacos sobre las machaconas consignas de los poderosísimos medios nacionales, puede seguir creyéndolo. Pero la gente normal no va a seguir haciéndolo mucho tiempo. Es demasiado absurdo.
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