«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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La hispanofobia impuesta desde el poder ha obtenido respuesta

Siete recomendaciones contra la leyenda negra: de Maeztu y Menéndez Pelayo a ‘Cuando los dioses nacían en Extremadura’

'La entrada de Hernán Cortés en México'. Augusto Ferrer-Dalmau

Convendremos en que vivimos un periodo de esplendor historiográfico y ensayístico sobre la historia de España. La curva es ascendente. Proliferan títulos nuevos mientras las editoriales rescatan otros clásicos. La hispanofobia (patología que padecen, casi siempre, descendientes de españoles como López Obrador) impuesta desde el poder a ambos lados del charco durante décadas (véase el reciente caso mexicano y a nuestra clase política autóctona representada por el expresidente Zapatero y ministros como Urtasun) ha obtenido respuesta.

Hace un cuarto de siglo los escaparates de las librerías carecían de las obras que ahora son habituales sobre la Hispanidad, la conquista de Nueva España, las falacias de la leyenda negra, biografías de Blas de Lezo, Cortés, Pizarro, Núñez de Balboa, Pedro de Valdivia… Esta feliz reacción también se plasma cada año en las larguísimas colas que disfrutan historiadores y ensayistas como J.J. Esparza, Roca Barea, Fernando Paz o Marcelo Gullo en cada Feria del Libro. A continuación, proponemos siete recomendaciones para profundizar en la historia del descubrimiento, evangelización y conquista de América:

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, del soldado Bernal Díaz del Castillo. Hay quien niega la autoría, como el historiador francés Christian Duverger, que se la adjudica a Hernán Cortés. En cualquier caso, sus páginas están consideradas como una de las mejores crónicas de guerra de la historia. Cronista y conquistador, Díaz del Castillo participó en las tres grandes expediciones que partieron de Cuba a México junto a Francisco Hernández de Córdoba, Juan de Grijalva y finalmente Hernán Cortés, con la toma de Tenochtitlán, la caída del imperio azteca y otros episodios fundamentales como la Noche Triste.

Rafael García Serrano siguió esta obra para construir la majestuosa novela histórica Cuando los dioses nacían en Extremadura, que no hay título más hermoso para contar las glorias de aquellos hombres de secano que se lanzaron a esas casas que flotan —a decir de los indios— sin haber visto el mar en muchos de los casos. García Serrano reconoce que «el argumento se lo inventó Cortés y el libro lo escribió Bernal» y que escribir esta historia de la conquista es una forma de hacer «ejercicios espirituales de terquedad hispánica» en un momento (la obra ve la luz en 1949) en que «toda la baba del mundo era escupida sobre mi patria». A la epopeya protagonizada por los quinientos quince dioses de romería se suma la cuidadísima prosa de García Serrano.

Por suerte, hay y ha habido grandes hispanistas fuera de nuestras fronteras. O al menos, enamorados de nuestra historia y cultura. A orillas del Danubio nos encontramos una joya: El Dios de la lluvia llora sobre México, de Lászlo Passuth, que queda prendado de España cuando la visita apenas unos años antes de la guerra civil. El entusiasmado escritor húngaro vuelca su talento en narrar una de las grandes gestas de la civilización occidental y publica la obra durante al inicio de la Segunda Guerra Mundial. Más tarde, para su desgracia, es censurada en la Hungría comunista de posguerra. Es una obra magna, en la mejor tradición de la novela histórica, con narraciones y diálogos muy detallados de los protagonistas (Cortés, su enemigo Velázquez, doña Marina, Alvarado…).

La Historia de España de Marcelino Menéndez Pelayo puede dar lugar a equívocos: nunca escribió la obra como tal, sino que es una recopilación de artículos (ensayos) seleccionada por Jorge Vigón, militar monárquico, miembro de Acción Española, la revista y sociedad cultural fundada por Ramiro de Maeztu. La recopilación abarca el vastísimo espacio que va de la propagación del cristianismo en España hasta la Restauración monárquica a finales del XIX. Sin embargo, Menéndez Pelayo dedica grandes reflexiones al siglo XVI: «Nunca, desde el tiempo de Judas Macabeo, hubo un pueblo que con tanta razón pudiera creerse el pueblo escogido para ser la espada y el brazo de Dios».

Otro ensayo, éste más específico sobre lo que representó la huella española en tierras americanas, es Defensa de la Hispanidad, de Ramiro de Maeztu, que advierte que «la Hispanidad no es una raza», ya que tal cosa «sólo podría aceptarse en el sentido de evidenciar que los españoles no damos importancia a la sangre, ni al color de la piel, porque lo que llamamos raza no está constituido por aquellas características que puedan trasmitirse a través de las obscuridades protoplásmicas, sino por aquellas otras que son luz del espíritu, como el habla y el credo». Además, añade que la comunidad de los pueblos hispánicos «no puede ser la de los viajeros de un barco que, después de haber convivido unos días, se despiden para no volver a verse». Todos ellos —asegura— «conservan un sentimiento de unidad que no consiste sólo en hablar la misma lengua o en la comunidad del origen histórico, ni se expresa adecuadamente diciendo que es de solidaridad, que es una adhesión circunstancial a la causa de otros, y aquí no se trata de una adhesión circunstancial, sino de una comunidad permanente».

En los últimos años han proliferado otros ensayos que abordan la cuestión. Uno de ellos, Sobre la leyenda negra, de Iván Vélez, señala cómo ese prisma negativo sobre la historia de España ha dado lugar a una «ideología de indudables repercusiones en el presente de la nación española». El resultado de su análisis —aclara— no es una leyenda rosa de signo contrario, sino un retrato, el de la identidad histórica de España, que permanece deformado por la transformación caricaturesca que sobre la misma produce la leyenda negra.

Muy celebrado ha sido el que lleva por título Imperiofobia y leyenda negra, de María Elvira Roca Barea, que no sólo aborda el manto negrolegendario arrojado contra el imperio español, sino también contra Roma, Rusia y Estados Unidos. La autora desmonta los tópicos habituales que construyeron los enemigos de la hispanidad que hablan de una España oscura y atrasada, a pesar de haber sido capaz de llevar su fe a América y ser la primera potencia mundial en el siglo XVI, o la que magnifica la persecución de la Inquisición cuando los protestantes perpetraron una mayor. Esa hispanofobia que nace en los países luteranos —advierte— sigue resultando rentable.

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