«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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LA GACETA DE LA SEMANA

De la fuga de Puigdemont al nuevo tripartito separatista

Carles Puigdemont. Europa Press

Al final de la escapada. Como en una loca película, el atribulado Puigdemont apareció finalmente en España. La semana pasada decíamos que ese supuesto haría las delicias de un Lubitsch. Por supuesto de nuestro genial Berlanga o de Mario Monicelli (Rufufù). Tenía el pelazo presidencial preparado un escenario, un atril, cámaras de televisión y público expectante. Y, de pronto, surgió del frío exilio belga para plantarse en el calor barcelonés, hacer un speech aflautado de seis minutos y largarse por donde había venido. La tele interrumpió su emisión olímpica para ofrecer el momento histórico: ¡Ha vuelto! Había que frotarse los ojos, ¿era él o un doble, como aquellos que usaba Manuel Noriega, alias Carapiña, para despistar al malvado yanki? Un vídeo grabado en una callejuela adyacente al Paseo Companys mostraba al president rumbo al encuentro, tras siete años, con su esclavizado pueblo. 

La trama. Cubierta todavía por el misterio, se irá desvelando con el tiempo. Arduo trabajo para periodistas, los teléfonos arden en las horas posteriores a la aparición casi mariana del Carles. Las preguntas son muchas e importantes. ¿Cómo entró en España? ¿Cuándo lo hizo? ¿Con ayuda de quién? Y las sospechas se multiplican. Podría tratarse de algo pactado, convenido con las altas esferas socialistas. Cualquier episodio, por esperpéntico que sea, es susceptible de haber nacido en la mente de un Sánchez. Recordemos la urna falsa en el comité del PSOE, maniobra fundacional del sanchismo; las maletas de Delcy en Barajas; el espiado teléfono móvil presidencial; las negociaciones secretas en Suiza; las extrañas visitas a Marruecos; las no menos sospechosas reuniones en Moncloa, esposa mediante. 

La acción. A las 15.10 h. del jueves milagro el cuerpo policial catalán emitía un comunicado. Anunciaba la puesta en marcha del dispositivo que debía acabar con la detención del (nuevamente) fugado. Bautizaron la acción con el nombre de jaula. Y, efectivamente, la entera área metropolitana de Barcelona se convirtió en seguida en una jaula, no tanto para el escurridizo Puigdemont como para miles de ciudadanos atrapados en las salidas de la urbe. Se buscaba un coche blanco, pero no era más que un señuelo. Parece que su propietario era policía, cosa turbia esta. Ya los mandos han procedido a la detención del funcionario al tiempo que sospechan de grupos de agentes colaboracionistas. Bueno, uno recuerda lo pasado el 1 de octubre de 2017, cuando los Mossos permitieron la tropelía golpista del referéndum. 

El escenario. Las metáforas son siempre ineludibles a la acción humana, al vivir mismo. Y, en ocasiones, son de una riqueza y fuerza extraordinarias. El simbolismo del pasado jueves, fecha a esculpir en los mármoles de la historia política catalana y su larga tradición de fugas, tenía como elemento principal un arco. Un arco de triunfo erigido en 1888, cuando la Exposición Universal de Barcelona. Custodiado por tal monumento, Puigdemont arengó al público. Y la metáfora se desdoblaba en dos imágenes: me paso el Estado de Derecho por el arco de triunfo y aparezco, hablo y desaparezco triunfante.

Los silencios. Ya sabemos que el veraneo es muy agradable, permite descansar y darse a la lectura de Horacio o de nuestro Marcial, bilbilitano. Uno supone en esos trances a los líderes socialistas y populares, especialmente. Sobre estos últimos está la excepción de los catalanes Alejandro Fernández y Xavier Albiol, versos sueltos. El primero cargó contra el pacto nacionalista entre PSC y ERC; el otro se implicó en una desocupación en Badalona, ciudad de la que es alcalde. Por su parte, Ignacio Garriga denunció a las puertas del parlament el esperpento vivido con el prófugo. Y en el Gobierno nadie decía nada, aunque este silencio sea una bendición, ojalá in aeternum. Sin embargo, al día siguiente salió Bolaños (sin su peluquero) a decir que muy mal la policía catalana. Esos desdoblamientos, ahora soy ministro de Justicia, ahora no, resultan apoteósicos. Y el consejero del ramo, deslumbrante Elena, justificó la escapada de Puigdemont con la habitual delicadeza de la época, no se podía recurrir a la violencia ni a la alteración anímica de la gente allí reunida, peace and love. En definitiva, el escándalo que ha ofrecido España al mundo entero merecía para nuestros dirigentes mucha calma y, sobre todo, un responsable silencio. 

Ausencia. Mientras todo el mundo buscaba, especialmente una policía de opereta, al president escapista, el Estado de Derecho se encontraba ausente. Y casi nadie con cargo y poder parecía echarlo de menos, por cierto. A día de hoy, sólo un juez ha deslizado lo que muchos sospechaban: un insidioso hilo compuesto por Sánchez, Illa, ERC, Marlaska, Mossos. Y quién sabe si también Junts.

Otro tripartito. A todo esto, en el parlament se votó un nuevo tripartito nacionalista y radical en Cataluña. Estarán ahí, con sus cargos, prebendas y capacidad de destrucción, PSC, ERC y los colaus. La destrucción social, moral y económica de la comunidad autónoma seguirá, por tanto, lenta pero firme. En Esquerra lo tenían muy claro: “Cataluña tendrá la llave de la caja y la llave de la nación, que es la lengua”, se puede leer en su web. Y así será, a tenor del pacto firmado la semana pasada. Por otra parte, el nuevo president, Salvador Illa, pronunciaba estas palabras sobre lo sucedido aquella mañana, una especie de guiño esclarecedor, de tono mafiosete-corporativo: “Nadie ha de ser detenido por los hechos que los representantes de los ciudadanos han decidido amnistiar”, en referencia al refugado y muy honorable Carles. El jefe de todo el tinglado, Sánchez, felicitaba en catalán al socialista investido: “Hem treballat junts en les circumstàncies més adverses. Sé del teu amor per Catalunya”. Esto del amor, además de cursi, es pavoroso. Cada vez que un político nacionalista de izquierdas (pleonasmo) se expresa en tales términos, los catalanes ya sabemos a qué atenernos: más flagelo. 

Secundario de lujo. Fiel a su rol, García-Paje, paje mayor del sanchismo, salía puntual a decir algo discordante. «Siento una profunda vergüenza y profundo sonrojo porque la gobernabilidad de España dependa de alguien como Puigdemont. Espero que ya nadie le incluya cuando se hable de mayoría progresista». Hala, ya puede volver al redil y descansar.

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