La dama, el vagabundo y un fantasma que no da miedo. Esta semana, Yolanda Díaz ha visitado Bruselas como recadera mayor de la felonía sanchista. Lo ha hecho después de que el chico Asens —camueso adiestrado por los maestros de la vagancia y el nepotismo, Pisarello y Colau— hubiera estado unos días antes dándole coba al prófugo. Preparando el terreno con el secretismo necesario, ya saben, el gobierno de la gente pero que la gente no esté al corriente. Creando, cual celestino, el clima propicio para el encuentro. Y aunque Puigdemont sea un vagabundo muy envarado, al final aceptó la visita de la ansiosa dama. Así, carantoñas y sonrisas mediante, Díaz formalizó la cosa. Hay idilio entre la izquierda y la derecha vividoras. Hasta se abalanzó ella sobre Toni Comín, otro fugado de la justicia, y le arreó dos besos como dos soles. Eran besos de Estado, nada de agresión sexual. Calor y mimos de la España que no abandona, a pesar de los jueces franquistas, a ningún hijo. Ni al más descarriado. ¿Conspiraron, robaron, incitaron a la violencia? Nada, accidentes menores del conflicto político en Cataluña. Del lenguaje de esta gente aflora una perversión subyacente. «Conflicto» fue la nauseabunda palabra usada, durante décadas, para justificar los chantajes, secuestros y asesinatos cometidos por el terrorismo vasco. Después, la izquierda desacomplejada, aquella que hizo aparición con los tripartitos catalanes —todo el mal viene casi siempre de Barcelona—, vio «conflicto» en el intento de una minoría de instaurar la república bananera de los idiotas. Un régimen autoritario, sin separación de poderes y en que más de la mitad de la población pasaba a considerarse paria. Sueño húmedo, aspiración nacional preservada estos años en Waterloo y en el corazoncito de Junqueras.
Para comprender esa Cataluña victoriosa sólo habría que traer su pacifista himno, seguramente compuesto por un John Lennon del siglo XVII: «Cataluña, triunfante, volverá a ser rica y plena. ¡Atrás esta gente tan ufana y tan soberbia! ¡Buen golpe de hoz, defensores de la tierra! […] Para cuando venga otro junio, afilemos bien las herramientas». Y mientras la vicepresidenta alternaba con la delincuencia, reaparecía en las ondas un espíritu recurrente, Felipe González. «¡Los cimientos de nuestra democracia y convivencia están siendo atacados!», resonó en la negra noche española. Pero, cual fantasma de Canterville, el sevillano tiene agotados todos sus trucos y no provoca ya ningún efecto, si acaso una cierta ternura. Dijo también, oh melancolía, que «me costó votar al PSOE».
Faltan incendios. Pone el foco, que no la cerilla, Fernández Barbadillo sobre la disminución de incendios forestales durante el presente año. Según informa, «se ha quemado una cantidad de hectáreas equivalente a menos de un 25% de las de todo 2022». Es una pésima noticia para quienes se regocijan y retozan en el barro mediático del apocalipsis climático. Profundo desencanto, la «era de la ebullición global», bautizada así por António Guterres, dirigente de la mayor organización mundial de inútiles y corruptos, no acaba de llegar. Estas cosas ocurren cuando la gente se emociona sin mesura y cunde la pasión flagelante. Nuestros dirigentes deberían moderarse. Proclaman alegremente la sensual destrucción del planeta y de los hombres, pero eso no se produce y luego son todo desilusiones. Por ejemplo, yo todavía espero la noticia de la desaparición de Kiribati, anunciada a bombo y platillo desde 1993. Sobre las islas condenadas del Pacífico, algunos científicos cenizos, sin duda fascistoides, han explicado que el movimiento de placas tectónicas y los huracanes pueden explicar el aumento del nivel del mar. Cáspita. En fin, nos cuenta también Fernández Barbadillo que ni el Gobierno ni los grandes medios de comunicación se han hecho eco de la disminución de incendios forestales en España. Pero esta omisión podría ser positiva, no fuera que a algún activista climático se le ocurriera quemar bosques en lugar de echar pintura sobre una obra de Rubens. Si el fin del mundo se hace el remolón, habrá que animarlo, podría pensar.
Acción y reacción. Es una historia repetida, aunque sigue funcionando como una maquinaria del diablo: dejen cualquier asunto en manos de un infante (intelectual) y hará un estropicio. Irene, mujer de Pablo, ha conseguido cargarse lo que ha tocado con su abultado presupuesto y manirrota gestión. Una mente privilegiada para provocar el caos. Sería una versión parvular de Savonarola, que al menos había estudiado a Tomás de Aquino. Mas el ardor expiatorio es el mismo. Prieta moral de la izquierda casta y misionera: a principios de siglo veinte ordenaba a los obreros no beber; ahora, ni tocar. Bueno, del feminismo viejo no queda nada y de la libertad de la mujer, sujeto adulto, cada vez menos. Estuve la otra noche platicando largo con dos señoras, Claudia (aristocracia romana) y Sandra (de Alejandro, «el que protege a los hombres»), y les pregunté por el eterno femenino. La verdad es a veces resbaladiza, pero me atrevo a decir que muchas mujeres comienzan a sentirse soliviantadas con el régimen sanchista y sus estrellitas fugaces, fenomenología de la nada disruptiva. Robo de un artículo de Marín-Blázquez: «Lo que nos encontramos ahora es con una sociedad en constante proceso de caricaturización», valga especialmente por el trabajo del Ministerio de Igualdad.
Breviario semanal (o recuento de caídos). Postrera víctima de la izquierda devoradora, el fútbol que llamaban femenino ha fallecido nada más ver la luz (tenebrosa) del mundo woke. De tal devastación, podría resurgir cual ave fénix el caído Rubiales —veremos—. Nos ha dejado también, vida corta e intensa, la gran artista María Jiménez, para mi generación imagen recia, maciza, rubia arrebatadora como sus canciones. Un mundo que se va, Maria Teresa Campos atesora innumerables tardes de magazines y entrevistas, señora de la tele, falda media y piernas cruzadas, ondas de peluquería y papel couché. Descansen en paz y que Dios las tenga en su gloria.