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LA GACETA DE LA SEMANA

Del aplauso de los terroristas de Hamás a Pedro Sánchez a los azucarados mundos de Yolanda Díaz

El líder de Hamás, Yahya Sinwar. Europa Press

Semana política aun más entretenida que la anterior. El socialismo sanchista no parece reconocer límites estéticos, esos que separan decencia y bajeza. Rico en estiércol retórico, el Gobierno va abonando la España venidera, alineada internacionalmente con el eje del mal, adicta a la paguita estatal, intelectualmente desnutrida y dotada de una seguridad jurídica bananera. A saber, pero siempre que escribo estas cosas me aparece una sombra siniestra, la figura de un expresidente socialista manejando los hilos desde Puebla (México). Sea o no una idea loca, o evocadora, la nación huele a lodo chavista y la iniciativa sigue llevándola casi siempre el hacedor, Pedro.

Sánchez o el perfeccionamiento de la frescura. La hemeroteca arroja su facilidad para cambiar pasmosamente de criterio sobre cualquier cuestión. Incluso cambiar varias veces, dependiendo de la conveniencia. Su último discurso en la carrera de San Jerónimo transitó sin mayor problema de una inicial reivindicación de la política conciliadora al acostumbrado desprecio por la oposición. Campeón de las piruetas, comenzó pidiendo poner “punto y aparte en la deriva de crispación que se ha apoderado de las Cortes Generales” para, a renglón seguido, soltar que a la oposición, “reaccionaria y sin argumentos”, «cada día más ultraderechizada», «sólo le queda la máquina del fango, financiar a pseudomedios para ensuciar el debate público». Concordia.

Inmundicia. Cuando, por lo que sea, te felicita un grupo terrorista, caben dos posibilidades (te has equivocado profundamente; los terroristas se han enajenado) y un sólo panorama moral (del que difícilmente se sale). Lo ha hecho Hamás, autor de la matanza de hombres, mujeres y niños (e incluso fetos), enviando su enhorabuena a Sánchez por el asunto de Palestina. Ya saben, el mantra de los dos Estados que los árabes rechazaron cuando la fundación de Israel, acicate del terror palestino. Pero la izquierda siempre vio en el pañuelo de Arafat (otro demócrata intachable) algo bonito, una bandera de la lucha internacional y, gracia divina, del antisemitismo. Ahí tenemos a la vicepresidenta Díaz, tan locuaz como aventurada, tan verosímilmente irresponsable. Como un guiño a Hamas, Hezbolá y la OLP, ha reproducido el lema «Palestina libre desde el río hasta el mar», expresión de hondo pacifismo que llama al exterminio de Israel y sus siete millones de ciudadanos. Una cosa filonazi, en términos de memoria histórica.

Un trono para Sánchez. Como proclamara, aún de manera apócrifa, el Rey Sol, del discurso del Presidente situando a su esposa como «institución del Estado» se deriva aquella célebre máxima: «L’État, c’est moi». Sólo desde esta circunstancia psicológica, y salvando todas las enormes distancias entre el dorado Luis XIV y el chico con traje de despedida de soltero, se comprende la acción gubernativa, elevada al público por un puñado de esclavos agradecidos con carteras ministeriales. Como también se entiende que, durante la sesión en Cortes, el presidente mandara a Armengol cortar el discurso de Feijoo. No iba desencaminado Abascal cuando trató al líder socialista de «majestad» tras la indisimulada muestra de soberanismo, o absolutismo si prefieren, del primer ministro. Y ahí estaba Patxi, bufón sin talento pero con enorme dedicación, deslizando ese «a su querida Casa Real» cuando se dirigía al PP. No fue un tropiezo: para el triste lacayo la realeza se hospeda en Moncloa, no en el Palacio de la Zarzuela.

A vueltas con Milei. En apenas unos días la actividad del cordero Albares ha provocado dos conflictos diplomáticos de envergadura. No es que haya perjudicado las relaciones del Reino de España con, pongamos, Guyana o Liechtenstein. Tan sólo estamos de muy mal rollo con dos países de la trascendencia de Argentina (país hermano con implantación de grandes empresas españolas) e Israel (única democracia en la región, dique para los ayatolás). A esto se le llama fortalecer las relaciones internacionales, amén de ponerse, en el segundo caso, del lado de los malos. De Milei sugirió un hábil y mesurado ministro español que consume sustancias. Pero ya había antecedentes, cuando Sánchez se metió en la campaña argentina con sus lindezas sobre el candidato finalmente ganador: «Frente a la estridencia, Sergio Massa representa la tolerancia y el diálogo», dijo apoyando al peronista. Así las cosas, el fervor verbal del bonaerense pone en bandeja de plata una oportunidad para el español: cortina de humo que tape los asuntos, ya en manos de un juez, de su esposa. Declarada «institución del Estado», pasa a ser intocable, más o menos como Carmen Polo.

Rufián. El cronista nunca debería desperdiciar una declaración del diputado catalán. No voy a entrar mucho en disputas sobre el sueldo que gana, pero teniendo en cuenta el espectáculo que nos viene ofreciendo está claramente muy mal pagado. La perspectiva de que cumpla finalmente su promesa (2015) de abandonar el escaño se antoja un palo para el periodismo antropológico. «Si tanto les gusta la argentina de Milei, váyanse», ha invitado esta semana a VOX. Quizás sus enemigos en ERC acaben defenestrándolo, y esto sería una lástima. No van a encontrar a nadie con sus dotes representativas del charnego agradecido y torero, chulesco de Santaco, aquel Gabriel que un buen día se plantó y mandó (metafóricamente) a la mierda a España.

Los azucarados mundos de Yolanda. La vicepresidenta sobre Milei: «Son gobiernos del odio. Frente a esto hay una política del amor y los afectos».

Felipe. Allá por los años ochenta, la prensa destacaba su carisma. De eso hace mucho, aunque el elegido por Europa para modernizar España conserva ese encantamiento por uno mismo que todo carismático debe poseer. Estuvo esta semana en un programa ya señalado por la izquierda como facha, o algo así (El hormiguero). Allí habló González de varias cosas, dardo a Zapatero, ácidos comentarios sobre Sánchez, lecciones de liderazgo y defensa de la Constitución (un ejemplar de la Carta Magna permaneció sobre la mesa durante toda la entrevista). También advirtió que la amnistía supone «la voladura del Estado». Más o menos todo previsible, otro socialista histórico tras el muro levantado por el actual Presidente. Volviendo al encantamiento, declaró sin rubor que «yo hice la sanidad pública con Ernest Lluch. El sistema público de salud lo hizo mi gobierno». También dijo que universalizó la educación. Al escuchar estas palabras, recordé (ustedes perdonen la vanidad) a mi padre, médico, perteneciente a una generación que se educó bajo el franquismo y, en su caso, trabajó en un, según González, fantasioso sistema público de salud.

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