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LA GACETA DE LA SEMANA

Del enésimo ridículo de Pisarello al incumplimiento de la jurisprudencia del TS con las telas arcoíris

Bandera LGTBI en el Ayuntamiento de Barcelona. Europa Press

Los ultras. Según el Ejecutivo español y el consenso mundial, hay una fantasmagórica extrema derecha que recorre el continente. Aunque en ese lugar común esté por supuesto y siempre VOX, la etiqueta es algo ambigua. A Meloni, por ejemplo, se la incluye o no en la lista negra dependiendo de la conveniencia. Ocurre que el sanchismo vive en el momento, porque tener algún proyecto, o incluso presupuestos generales, parece muy complicado. Excepto mantenerse a costa de vender cual bagatela la soberanía nacional. Y por eso a Junts no se le llama derecha, sería quizás derechita bona, aunque todos sabemos lo que son, progresistas por gracia del PSOE. Así, la formación de Puigdemont, en competencia con Alianza Catalana, negocia con el Ejecutivo la cesión de competencias en materia de inmigración. Las orejas al lobo.

Orgullosamente. La obsesiva y alienante agenda braguetera celebra cada junio el llamado orgullo, que antes era gay y ahora se ha multiplicado en un ramillete de intimidades al viento, LGBTQIA+, van sumando letras. Riquísima inventiva que tiene entretenidos a millones de bobos y bobas, así no dan la murga con la precariedad laboral, el paro juvenil o la inseguridad en las calles. La efeméride recuerda la primera revuelta (esos hijos indómitos de la burguesía) por los derechos de la comunidad queer en Stonewall, 1969. Cuando esta semana uno buscaba en Google la palabra queer aparecía una animación en pantalla recreando una manifestación con banderitas del arcoíris. Como tantas otras cosas supuestamente subversivas, el orgullo ha sido engullido y moldeado por el capitalismo, animal especializado en someter a cualquier posible enemigo.

Guerra de banderas. Con motivo del comentado orgullo, han sido desplegadas en numerosas sedes institucionales las manidas telas arcoíris. Esto incumple el artículo 4 de la Constitución y la jurisprudencia del Tribunal Supremo. Ha ocurrido también en sitios gobernados por el PP, porque votos son amores. Y, cómo no, en la siempre adelantada Cataluña, donde se quitaba la enseña nacional de los consistorios cuando el golpe y su moda estelada. Estamos en esa vorágine del populismo, en la bromita de que si se incumple alguna ley no pasa nada. En La Sexta señalaron con un mapa cuáles son “los menos orgullosos”, o sea, los que cumplen con la legalidad, que es la manera de estar siempre aseado.

Ni palo al agua pero sabio. Gerardo Pisarello, miembro de aquel peronismo que elevamos con tanta ingenuidad cuando la gran farsa del 15M, se ha lucido esta semana en un debate sobre la tauromaquia. La fiesta nacional debe ser prohibida, como se hizo años ha en la totalitaria Cataluña, guía y modelo para esta izquierda disolvente. Quizás lo recuerden, el argentino forcejeó con Alberto Fernández en el balcón del Ayuntamiento de Barcelona intentando retirar la bandera española (2015). Gerardo, quizás el político más vago que haya pasado por las instituciones (y ya es mérito), no parece haber leído ni la wikipedia. Afirmó que Unamuno había sido asesinado y que Carlos III fue rey durante la Revolución Francesa. A este hijo de Tucumán seguimos pagándole un bonito sueldo, ahora se comprende que merecido por su magisterio.

Irene en Europa. Un amigo sostiene que, en general, las mujeres son un coñazo. E ilustra tal afirmación con casos particulares, como por ejemplo el de Irene Montero, criatura que habría sobrepasado el deslumbrante parloteo de su creador intelectual, empresario Iglesias. Notorio es hasta dónde ha elevado la naturaleza cotorra, sus criminales ocurrencias (ley trans) y esa cháchara de eterna mesa camilla. El caso humano es poco discutible. Alguien debería haber impedido, pensando en la salud mental de los españoles, que Irene llegara a la vida pública. No sé, podría haberse organizado una colecta para comprarle el chalé y que se dedicara a la vida conyugal. Yo hubiera contribuido de buen grado. Ahora es eurodiputada, nadie piense en la bondad de la lejanía bruselense: ya circulan en redes sus videos de la excitante nueva aventura. Piezas de un estremecedor tono púber. Una cosa fatua. Y esa pesadilla en que han convertido estas mujeres el feminismo.

Oh, Europa. Destrucción de la clase media, tronco sociocultural de las democracias tras la última gran guerra. Escribe Marín-Blázquez: «La asfixia impositiva a que les somete es un primer paso en su proceso de aplastamiento, sin duda, pero es necesario ir más allá. Los intelectuales orgánicos y los narcisos de la cultura subvencionada les dicen lo que deben pensar. Ciertos deportistas multimillonarios les orientan acerca del sentido de su voto».

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