«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
LA GACETA DE LA SEMANA

Del «No pasarán» de Ferraz a la ilusión en Waterloo

La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, celebra en la sede del PSOE el resultado del 23J. Europa Press

De la campaña a los hechos. Lo bueno que tiene el día de reflexión es que ya no hay campaña. Lo bueno del día de la votación es que no hay que reflexionar más. Y lo malo que tiene el lunes siguiente a la votación es que vuelve la campaña. Así hasta los próximos comicios. España es una nación feliz en la gresca electoralista permanente. Que los políticos le concedan una jornada (o dos) al año para reflexionar, verbo de exótica conjugación, parece una crueldad. El éxito de Sánchez consiste en dos cosas: haber comprendido y explotado esa naturaleza hispana, el gusto de pertenecer a un bando contra el otro; y, además, saber hacer amigos. Es un maestro del colegueo parlamentario, mientras en la derecha todo son reproches y mal rollo. Y confusión. Habiendo ganado mucho poder territorial en las elecciones de mayo, al líder conservador no se le ocurrió otra cosa que machacar día sí, día también, a su coyuntural socio, VOX. Un grave error de cálculo motivado por esas vanidades tan comunes como peligrosas. Las mismas que sintió Albert Rivera y hundieron a Ciudadanos. 

La fábrica de sueños catalana. Desde hace demasiado tiempo, casi todo lo malo viene de Cataluña. Incluyo la cocina molecular y a Rosalía. El genio catalán, de tradición alucinado, es hoy una cosa recreativa, a pesar de alguna pluma invicta y de Joglars. En política, o sea, el meollo del asunto regional, ya no se antoja «un país de acogida», como gustaba recordar al nacionalismo templado, sino un «país exportador de problemas». Y no por efecto, solamente, del Procés, que tiene a su mayor símbolo huido, sino del enquistamiento estético, algo todavía más grueso. Aquellos tripartitos experimentales calaron para siempre. Sánchez cosechó aquí un magnífico resultado, lo que da una idea de esa idiosincrasia media catalana, militante gris del nacionalsocialismo (no el de Hitler, sino el guay del PSC). La aritmética parlamentaria, en todo caso, ha devuelto la ilusión a Puigdemont y los suyos. Dicen que el president está eufórico (dentro de lo que el hombre, alegría de la huerta, puede estarlo). Al fin podrá apuntar algo importante en su desvaída agenda, no sólo recordatorios mensuales para que le envíen desde Barcelona panellets y jabugo. El ínclito Artur Mas, neoindepe que en 2012 se creía Cambó, ha declarado que el separatismo «tiene la sartén por el mango». Veremos el precio final del chantaje (lo llaman negociación), si bien Sánchez es político generoso. Que no falte de nada. Mandará a Bélgica a sus celestinos, con galantes y seductoras proposiciones, aunque el de Waterloo se hará de rogar. Lleva demasiados años sin recibir amor. 

Suena ya la música celestial, anuncio del enésimo fin del régimen vigente que tanto ansía la izquierda. Eneko Andueza, secretario general del PSE-PSOE, ambiciona reformar la Constitución e ir hacia “un modelo federal que se ajuste más a la situación territorial que se vive”. España vale una poltrona, nada más.  

¿Sánchez sí pasará?. La euforia en Ferraz la noche del domingo, los saltos a boca abierta de María Jesús Montero y la sonrisa triunfal de Pedro indicaban un estado de ánimo, pero esto no significa mucho más. Mientras los nostálgicos de la Guerra Civil chillaban el «No pasarán», que tiene origen en la batalla de Verdún aunque la estalinista Pasionaria lo popularizara más tarde, en la cabeza del presidente debía sonar un orgásmico «voy a pasar». Entretanto, una derecha sobreexcitada se había dedicado a discutir, antes del recuento de votos, sobre el nuevo papel del dormitorio principal en Moncloa. ¡Verde, no; azul esperanza!

El verano. Escribe una columna salada María Durán. Resulta que le gusta el verano, nos cuenta, porque «nos hace vivir como somos», mediterráneos y criados en los tiernos recuerdos bajo su sol. Sí, el primer beso, los amores iniciáticos, la arena y todo eso. Obvia nuestra columnista los mosquitos, las quemaduras, las noches sin pegar ojo (no precisamente por alguna pasión desatada) y la asignatura pendiente para septiembre. Yo debo ser un español (no digo catalán) muy raro. El calor es tercermundismo. ¿Se han fijado cómo va vestido el personal? Reino de las chanclas, las camisetas sin manga, las gorritas y los bañadores mojados; inevitable e incesante visión de una desnudez pelosa, rolliza, orgullosa. Por no decir de las señoras galvanizadas de aftersún. ¿Y aquél tipo amojamado que pasa en bicicleta con un trasto bramando reguetón? El verano no es un cuento de Rohmer. Debe ser prohibido. Todo lo que uno come por ahí es pésimo y está peor servido. «¿Quiere una mesa para comer? Le apunto a las 17 h». Marisco africano, pulpo chicloso, carnes imposibles y salmonelosis. Llegará el otoño, con el fresco estimulante, sus rebecas civilizatorias y las bellas sombras, mortecinas. Las largas noches en que podremos decir que sobrevivimos, una vez más, al verano.

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