Señales. Parece que, sorpresivamente y a una velocidad de cohete oligárquico, el wokismo comienza a saltar por los aires. Musk, Zuckerberg o Disney han dado el pistoletazo de salida y es agradable pensar que, tras ellos, se sumarán otros agentes, hasta hoy entusiastas de la corrección, al derrocamiento de la epidemia ideológica que tanta mediocridad, censura y locura ha traído. El capitalismo, el escurridizo y perspicaz dinero, harán el resto. Esta feliz noticia tiene que ver con la nueva llegada de Trump a la Casa Blanca, modesto edificio donde duerme y despacha el hombre más poderoso del planeta. El que ya se muda, Biden, se despide alertando de que «está tomando forma en EEUU una oligarquía de extrema riqueza, poder e influencia que amenaza nuestra democracia». Estas palabras, además de señalar un magnífico temor, tienen la gracia de la acostumbrada incoherencia: ¿Acaso no se puede calificar de oligarquía a los riquísimos Soros y Bill Gates, regantes rumbosos del régimen woke que nadie votó?
Bobos. Siendo España un país de la Europa meridional, al pillo se le presupone soltura, acaso perspicacia. Resulta así llamativa la naturaleza de esa gruesa lista de capitostes llegados a las instituciones de la mano de Sánchez, anunciado azote de la proverbial corrupción española. De momento, el más listo parece ser Aldama. De los demás figurines, caras de definitivos idiotas, dicho en Luján, vamos conociendo episodios dignos de los petimetres de Wodehouse. Una especie de lechuguinos que, metidos en fechorías, toman siempre la peor decisión, al menos para sus intereses. Véase un Fiscal General del Estado borrando mensajes y cambiándose más tarde el móvil para no dejar rastro. O el hermanísimo diciéndole balbuceante al juez no saber exactamente a qué se dedica el organismo que dirige y en qué dirección se halla. Si fuera el gran Totò, napolitano, tendría gracia, pero no es el caso. El caso es que, si en Ábalos la estética exuda gilismo, escuela de origen tardofranquista todavía en boga, de todo un FGE se esperaría mayor cautela, incluso inteligencia.
Los inmigrantes y el prófugo. A día de hoy, uno de los asuntos que más preocupa a Junts, derecha catalanista, es el de la inmigración. Pero no porque en el pasado constara en su agenda política, recordemos el indisimulado gusto por recibir marroquíes en lugar de hispanoamericanos, demasiado españoles, sino debido a la reciente irrupción electoral de Alternativa per Catalunya, partido independentista que aborrece el multiculturalismo y propone, más o menos, aplicar el ideario de Le Pen a la comunidad autónoma. Así, viendo tal amenaza, Puigdemont ha anotado en su lista de deseos para Sánchez la cesión de varias competencias a Cataluña: permisos de larga y corta duración, órdenes de expulsión y control de fronteras. En su juego, ya casi normalizado, de amagar y nunca golpear para el ko, el prófugo disfruta humillando al Gobierno. Ha exigido una nueva velada en Suiza acompañado del mediador internacional entre el Reino de España y un buscado por la justicia. En cuanto a las deseadas competencias sobre inmigración no oiremos a ningún sociata llamarle racista o fascista.
Caprichos de Irene. La Montero, cuando era ministro, se gastó entre 211.000 y 375.000 euros (las cifras varían según la fuente) en la aplicación Me toca. No se emocionen los lúbricos crónicos, tenía esta app una función pedagógica, el funesto tema de repartirse las tareas domésticas. Todo ideado por unas mentes, las de esa señora y sus compis, tan pueriles e intensitas como crueles. Aquello fue una ocurrencia más, que no falte de nada, y hoy han debido cerrar Me toca por escasez de usuarios. Ni creo que esto desanime a nuestras feministas, la lucha continúa, ni tampoco que les pese lo más mínimo el dispendio.
Nuclear sí, por supuesto. Informa LA GACETA sobre la manifestación en Almaraz (Extremadura) por la defensa de su central nuclear, que el Gobierno cerrará en 2028 si nadie lo impide. De igual modo, y a pesar de los vientos nuevos en Europa (hasta los verdes dejaron de demonizar esa energía), en España seguiremos, melancolía zurda, en la época de la pegatina «Nuclear, no gracias» que tanto rédito dio a organizaciones ecologetas convertidas en multinacionales a costa de parné público y privado, éste último inconfesable. Una píldora más para conseguir el ansiado suicidio europeo. El caso alemán es ilustrativo. En 2023 cerraron el único reactor de los 17 que habían tenido, pasando a depender energéticamente del gas ruso y volviendo a quemar carbón, como si de pronto el cambio climático se hubiera tomado un descanso y Putin fuera candidato a premio Nobel de la paz. Eso sí, los ciudadanos comenzaron a pagar el doble en sus facturas de electricidad. Nuestros vecinos galos lo han comprendido mejor y mantienen sus 56 nucleares, 57 en breve. España «será verde o no será». Y volveremos al brasero bajo la mesa camilla, los largos inviernos y la bombilla de 125, mientras la tele emite el parte, horror, un enorme bloque de hielo se ha desprendido de la Antártida.
Candilejas. Comentaba Rebeca Crespo un hecho que haría las delicias de Lubitsch. El teatro Gaîté Lyrique de París organizó el pasado día 10 de diciembre una conferencia con título Reinventar la acogida de refugiados en Francia. Se supone que lo hizo con la mejor intención, porque, en un acto de coherencia, invitó para la velada a doscientos inmigrantes sin papeles. Mas, al finalizar la charleta, los convidados decidieron quedarse allí indefinidamente. Cumpliéndose más de un mes desde la ocupación, el teatro ha debido suspender todas las representaciones, lo que provoca su ruina caracolera. En efecto, han reinventado la acogida de refugiados, aunque quizás no es como imaginaban.
¿Nueva izquierda? Todavía quedan restos de una izquierda, digamos, romantizada en la «conciencia social», la igualdad, la fraternidad y todos esos deleitosos mitos. Ocupa el espacio del último romanticismo. Yo a sus militantes les preguntaría si, desde la masacre fundacional que fue la Revolución Francesa —nada que ver con aquel lema publicitario «Liberté, Égalité, Fraternité»— hasta su última versión o renovación woke no les asalta alguna duda. El insidioso interrogante, el pecado original cien veces adaptado a los tiempos y sus condicionantes vía Mao o Foucault, tanto me da, que destapa lo de «nueva izquierda» como un gastado oxímoron.