Sarah Wilson fue una de las más de 1.400 víctimas de las bandas de pakistaníes que violaban a menores en la ciudad británica, y de las autoridades que taparon sus casos para no ser tildados de racistas.
Una de las víctimas de Rotherham ha confesado en sus memorias que las autoridades eran perfectamente conscientes de las múltiples violaciones que cometía una banda de inmigrantes y que no hacían nada para evitarlo.
Sarah Wilson tenía 12 años cuando una empezaron a obligarla a tener relaciones sexuales con hombres en contra de su voluntad. La víctima del escándalo de pederastia de Rotherham tiene ahora tiene 23 años y ha escrito unas memorias en las que acusa a las autoridades de mirar hacia otro lado.
Víctima por partida doble
Confiesa que fue una de las ‘docenas de chicas’ de la ciudad que fueron ‘’explotadas y tratadas como basura blanca’’. ‘’Chicas como yo -y nuestras familias- pedimos ayuda a gritos, pero nadie escuchó. Los políticos estaban preocupados de que al abordar el problema de explotación sexual de las bandas de hombres pakistaníes se pudiese dar oxígeno al racismo’’. Wilson y el resto de chicas no sólo fueron víctimas de violaciones, también lo fueron de la corrección política de quienes debieron solventar y atajar el problema, y decidieron proteger a los delincuentes.
Los casos de abusos sexuales estaban tan sumamente extendidos en Rotherham que la joven reconoce en una entrevista con el Mail -recogida por Breitbart– que ella no era consciente de lo que ocurría, lo había normalizado y era algo común a su alrededor. Wilson sostiene que fue sometida a un proceso de ‘lavado de cerebro’ en el que le hicieron creer que era normal mantener relaciones sexuales con hombres mayores a cambio de drogas y alcohol.
La hicieron adicta a las drogas
‘’Desde los once años fui agasajada con regalos por veinteañeros y treintañeros que pretendían ser mis amigos’’, relata. Ella recibía desde teléfonos o ropa hasta drogas a cambio de mantener relaciones sexuales con hombres adultos. A los once años tuvo lugar la primera violación en una explanada cercana a su escuela, una situación que se reprodujo hasta los 17 años cuando ya era considerada demasiado mayor.
‘’Me decían que era bonita y me comparaban cualquier cosa que quería. Por aquel entonces, cuando me llevaban a lugares apartados para mantener relaciones sexuales con ellos y todos sus amigos, me habían lavado el cerebro para que pensase que era algo normal’’.
‘’Algunas noches era conducida a cientos de millas (de la ciudad) y era obligada a tener sexo hasta con siete hombres a la vez’’, confiesa la chica. ‘’¿Cómo podía negarme? Necesitaba el dinero para llegar a casa y ellos me tenían enganchada a las drogas y el alcohol que sabían perfectamente que yo no me podía permitir pagar’’.
Además de crearle adicciones, en caso de negarse a ser abusada sexualmente la amenazaban con poner una bomba a su familia. Fue precisamente su entorno quien la ayudó a salir de esa situación, porque las autoridades hicieron caso omiso: ‘’Los desinteresados e inoperantes agentes apenas pestañearon’’ cuando su madre llamó a la Policía en busca de ayuda.
Una de las más de 1.400 víctimas
‘’Mi madre llamó para denunciar mi desaparición en innumerables ocasiones pero la Policía no hizo nada’’, afirma Wilson en sus memorias llamadas ‘Violada’. Maggie, la progenitora de Sarah, asegura en la entrevista que las autoridades pusieron en bandeja a su hija para que la banda de agresores sexuales hiciera con ella lo que quisiese.
Pero esta joven no es la única. Hace unos años se destapó que podría haber más de 1.400 Sarahs en Rotherham. Allí, bandas de pakistaníes cometieron todo tipo de atrocidades con menores desde los años 90. No sólo violaciones, abusos o agresiones sexuales, también hay casos documentados de asesinatos.
Mientras tanto, las autoridades políticas, judiciales y policiales decidieron mirar para otro lado. Tenían miedo de ser tildados de racistas si destapaban que eran pakistaníes quienes explotaban a menores británicas. Las víctimas eran siempre de las mismas características: menores, blancas, aniñadas, con necesidades económicas y, en ocasiones, con familias desestructuradas. Sarah lo relata en sus memorias, se referían a ellas como ‘basura blanca’ y cuando rozaban la mayoría de edad eran abandonadas a su suerte, en su mayoría con todo tipo de adicciones creadas por sus agresores para someterlas.