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tergiversan el comportamiento animal

Disney, Peacock y la CBS utilizan animales para impulsar la agenda trans porque la reducción a dos sexos «no es natural»

Festival de Disney. Europa Press

Recientemente, la cadena estatal canadiense CBC realizó un documental titulado Fluid: Life Beyond the Binary en el que se listan distintos animales hermafroditas, o con distintas características reproductivas, con el desesperado objetivo de argumentan que «cada uno de nosotros estamos en el espectro de género», tomando la definición de «espectro de género» de la teoría de que existen múltiples identidades de género, más allá de la masculina y la femenina. En la misma sintonía se estrenó hace pocos días el documental Queer Planet de la plataforma Peacock, que se presenta a sí mismo así: «La idea de tener dos sexos fijos está claramente pasada de moda (…), todo lo que te enseñaron cuando eras niño estaba mal». Queer Planet también abreva a las aguas de la lista de animales con comportamientos sexuales que los autores pretenden mostrar como dentro del espectro LGBT+: «Pingüinos homosexuales, leones bisexuales y peces payaso que cambian de sexo».

El argumento viene siendo utilizado, casi exclusivamente, para el público infantil también en películas animadas, libros y caricaturas. Sirve para asegurar que, si los animales tienen ciertos comportamientos sexuales que los humanos consideran diferentes a lo «natural», entonces significa que lo natural implica también en amplio espectro promocionado por la teoría Queer. No es sorprendente que se estén promoviendo nuevos caminos de validación de dicha teoría, en el momento en el que se busca poner límites a la atención médica de afirmación de género con denuncias de la implementación de criminales procedimientos destinados a promocionar los cambios de sexo tempranos como algo «natural».

A diferencia de la existencia individual de personas transgénero, el transgenerismo es un colectivismo militante como lo es el indigenismo, el feminismo o cualquier otro sistema de gestión identitaria que ataca el pacto democrático siempre de la misma manera: victimiza a un grupo para obtener privilegios económicos o legales acabando con la igualdad ante la ley. Y finalmente atenta contra los derechos a la libertad de expresión, de asociación y de conciencia en pos de una supuesta superioridad moral en base a la protección del colectivo victimizado. El mecanismo es siempre el mismo y lo es debido a su probadísimo éxito político. Pero la militancia transgénero ha tenido un éxito especialmente meteórico.

En apenas un puñado de años, el transgenerismo ha ganado terreno logrando una influencia determinante en prácticamente todos los aspectos de la institucionalidad, influencia que a otros colectivos les llevó décadas y hasta siglos conseguir. En comparación con éxito de otros movimientos políticos, la amplia aquiescencia conseguida a través de la educación, los medios de comunicación, la legislación, etc, demuestran una influencia muy superior en un lapso inferior. Sin embargo, una serie de traspiés en el marco de la investigación científica vienen asestando a este colectivo varios reveses legales y financieros. En efecto, se trata de uno de los colectivismos más eficaces y a la vez más descabellados y potencialmente dañinos de todo el ciclo del identitarismo woke. Es en este tenor en el que hay que leer esta nueva andanada de material argumentativo en el que animalitos como el pez payaso, el Dragón de Komodo o la Babosa de plátano cobran estelar protagonismo.

Es posible que este éxito político se deba al perfeccionamiento de las estrategias adoptadas. Gran parte de los colectivismos actuales han forjado su camino en base a absorber el fruto de los esfuerzos previos y en este siglo se han transformado en verdaderas industrias moralizantes que venden su pátina ética al mejor postor político o corporativo. Resulta infantilmente gracioso ver cómo se señala la hipocresía de estos colectivos en función del apoyo a algunas causas y el silenciamiento de otras. Esto demuestra cuán adelante están los colectivos identitarios en la comprensión del tablero político y cuán perezosos son sus enemigos. Volviendo al efecto pac-man de la militancia transgenerista, gran parte de su camino a la cima estuvo dado por absorber y corromper los éxitos conseguidos en la lucha por los derechos de los homosexuales o de las mujeres, en los momentos en los que sí los homosexuales o las mujeres sufrían discriminación y abusos. Las preexistencias allanaron el camino y con el agregado de la «T» los activistas del transgenerismo se hicieron con el reconocimiento que pertenecía a quienes habían conseguido todo anteriormente, en épocas oscuras. La militancia transgénero puso sus pies a las grandes organizaciones; llegando incluso a estigmatizar a los militantes por los derechos de la mujer o los gays que no se sumaban a su narrativa. Y por cierto, que dicha estigmatización ha sido de las más violentas y financiadas, restringiendo el debate sobre el impacto de la autoidentificación de género en la vida cívica.

En este contexto surge la pregunta de por qué la necesidad de equiparar el comportamiento de algunas especies animales a la teoría Queer. La realidad es que los colectivistas siempre son ingenieros sociales que prefieren que los cambios se impongan desde arriba hacia abajo, y esto explica la distorsión legislativa y la restricción del debate; escudándose en una tragedia inminente que implica la intervención del poder por la difícil situación de algún colectivo de víctimas. Pero eso necesita una narrativa apropiada, lo que explica la obsesión con la imprimación de las teorías de género en el mundo infantil. La creciente visibilidad de «las infancias transgénero» proporciona validación a la afirmación de que las personas transgénero nacen en un cuerpo equivocado y que, en consecuencia, la autoidentificación de género es parte de normalidad de las personas. Esto proporciona al activismo transgénero una legitimidad que tal vez no fuera demandada por la sociedad pero si por los formuladores de políticas públicas.

Grupos sobre financiados (y actualmente bajo escrutinio como Stonewall, Mermaids, etc) han podido, gracias a esta narrativa, ejercer una influencia desproporcionada sobre el contenido planes de estudios, partidos políticos, sistemas de salud estatal o el mundo del espectáculo, creando un loop por el cual cuanto más se visibiliza la narrativa de los niños transgénero, más niños están expuestos a dicha narrativa que se vuelve socialmente y que genera más productos y servicios para dicho creciente público objetivo. Es dentro de esta estrategia que instituciones como Disney, Peacock o la CBS utilizan animales para impulsar la agenda con el argumento de que la reducción a dos sexos «no es natural» y en cambio sí lo es el espectro de género LGBT+.

Pero tergiversar el comportamiento animal como justificación «científica» para el comportamiento humano puede ser una trampa. La sinopsis de Queer Planet afirma que es una exploración de «la rica diversidad de la sexualidad animal, desde flamencos extravagantes hasta primates pansexuales, peces payaso que cambian de sexo hasta hongos de múltiples géneros y todo lo demás. Este documental observa criaturas extraordinarias, es testigo de comportamientos asombrosos y presenta a los científicos que cuestionan el concepto tradicional de lo que es natural en lo que respecta al sexo y el género». En este sentido, establecer comparaciones con formas de vida inferiores abre nuevos campos de batalla. Por ejemplo, el activista Peter Tatchell intentó presentar argumentos similares en un posteo viral en X en el que hacía referencia a «18 animales que no sabías que eran biológicamente trans», pero dicho listado no hizo más que reforzar la idea de los dos sexos y la desesperación del activismo transgenerista frente a la caída en desgracia de los criminales apoyos a los tratamientos de afirmación de género.

Todos estos intentos de utilizar a los animales para sostener las teorías de género plantean la pregunta de cuál es la necesidad de aludir a lo «normal» entendido como lo habitual o lo típico, y a la vez forzar listados de casos excepcionales del mundo animal que ni siquiera respetan la narrativa Queer. Por ejemplo el pez payaso es un hermafrodita secuencial, cambia de sexo por necesidades reproductivas comunitarias y lo que muda es el tejido de sus gónadas produciendo óvulos en lugar de espermatozoides. Nada de esto valida la narrativa de que Nemo se siente atrapado en el cuerpo equivocado ni de que existan más sexos que los dos que puede asumir. Otro de los bichos citados es el pájaro ruff, cuyos machos en ocasiones imitan rasgos femeninos como estrategia de apareamiento. El artilugio, aunque un poco artero, no cambia el hecho de que siguen siendo machos tratando de prolongar la existencia de la especie con hembras.

El caballito de mar es un caso particularmente interesante en lo que se refiere a tomar al macho como un eventual caso queer justamente por dar por buenos ¡arcaicos roles de género! Resulta que el macho carga cientos de crías mientras que la hembra se va de noche de chicas. La concepción es la de toda la vida: esperma masculino y óvulo femenino, sólo que los machos son los que se quedan con los bebés, de nuevo dos sexos pero con varón deconstruido. Las medusas también suelen estar en la lista debido a su condición de hermafroditas, que además pueden exhibir ambos sexos simultáneamente, pero jamás sabremos cómo se autoperciben, qué pronombres prefieren y si se sienten discriminadas porque no tienen cerebro. Hay comparaciones que son odiosas.

La problematización del sexo y el género es cosa de humanos, más allá de toda broma, pero deja de manifiesto una serie peligrosa de contrasentidos. La humanidad había llegado ya en el siglo XX a una instancia en la que los niños podían vestirse como quisieran, enamorarse de quien quisieran y hacer lo que quisieran sin tener que mutilarse para cambiar de género. Actualmente, en lugar de promover modelos abiertos y novedosos respecto de lo que significa ser un hombre o una mujer con los cambios sociales del siglo XXI, les vende una idea rígida de lo que es apropiado para varones y nenas y, si no concuerdan con estos modelos, en lugar de aceptarlos en su diversidad se les dice que es porque nacieron en cuerpos equivocados.

Mientras se explotan narrativas delirantes, persiste un rasgo extrañamente conservador, propio de siglos atrás cuando la socialización de género era estricta en cuanto a juegos, vestimenta, inclinaciones deportivas, afinidad de amigos, etc. Y aún en esas épocas existía una notable cantidad de niños que se rebelaban contra tales restricciones. Sobran ejemplos en la literatura de personajes principales transgrediendo estereotipos. Esa sana adaptación social se ha cambiado por la patologización de tales actitudes y a los niños desafiantes se les enseña que sus cuerpos deben cambiar para alinearse con los estereotipos de lo que significa ser hombre o mujer. El retroceso es catastrófico.

Desandar esta deriva es una tarea titánica, porque el mundo científico y político han desempeñado un papel fundamental en la formulación de argumentos en torno al género que dio apoyo intelectual y moral al activismo cuando el colectivo asumió el estatus de víctima. Gracias a esto se permitió que muchos comportamientos que no aceptaban la narrativa transgenerista se definieran como transfobia, incluyendo la interpretación de la indiferencia o el silencio como «odio». Lo mismo que ocurre con quienes no aceptan la política de autoidentificación de género. La velocidad con la que se ha validado una narrativa, sesgada y no comprobada, habla a las claras de un espíritu de época pero también de una infligida falta de autoconfianza de los gerentes del colectivo hacia las personas transgénero.

Es innecesario justificar el ser queer. Todos somos depositarios de derechos sin necesidad de demostrar si nacemos homosexuales, trans o heteros. El origen o la condición de «normalidad» o «naturalidad» de la sexualidad es irrelevante o debería serlo. Pero a poco de haber seguido el accionar del colectivo transgenerista se entiende por qué los animales tienen un papel protagónico en la promoción de material divulgativo destinado a convencer a la sociedad de que el cambio de sexo es una característica natural en todas las especies, incluso entre los humanos.

La ciencia ha explicada largamente las formas y causas por las que distintos bichos cambian de sexo: insectos, peces, lagartos e invertebrados cuya biología es diferente a la nuestra. En ninguno de esos casos hay más de dos sexos y ninguno de esos animales se plantea ser otra cosa de lo que es, ni desean ser una planta, un avión o un humano. En épocas en las que se tuercen tanto los hechos y los datos para ponerlos al servicio del activismo político más delirante, es bueno recordar que ni las medusas sin cerebro se dejan manipular con tanta facilidad.

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