Aquí tienen la foto, aquí tienen el encuentro, y no hay un solo analista de campanillas que vaya a perder su puesto, ni un solo medio que vaya a reconocer que se equivocó.
¿No se cansan de equivocarse? ¿Cómo es posible que toda esa caterva de analistas y opinadores no pierda prestigio ni sueldazo como estrellas de los grandes medios cuando no dan ni una? ¿Acertar no debería ser un modo justo y sensato de evaluar su trabajo?
Sí, hablo del encuentro en Singapur entre Trump y Kim Jong-un, la foto que se ha demorado más de medio siglo, la que le hubiera ganado a Obama un segundo Nobel de la Paz y los ditirambos más serviles de la prensa mundial, el fin de la última guerra de la Guerra Fría.
Y empiezo así porque, cuando Trump empezó ocupándose del asunto norcoreano con bravatas y amenazas terribles, esas vacas sagradas de la geopolítica pusieron los ojos en blanco, se agarraron las perlas y aseguraron que así ya era imposible llegar a acuerdo alguno con Pyongyang.
Y Kim cedió, y se propuso el encuentro. Pero los expertos no se metieron, avergonzados, debajo de la mesa ni entonaron el ‘mea culpa’ ni pidieron perdón por su estúpida arrogancia, aunque La Gaceta, que no tiene exactamente los medios del New York Times o la CNN, había considerado que era probablemente la estrategia correcta.
El dictador norcoreano volvió entonces a sus habituales diatribas chulescas y Trump le paró los pies, cancelando la anhelada reunión. Y La Gaceta dijo entonces -pueden leerlo- que, con toda probabilidad, el pequeño Kim se daría cuenta de que Trump le había pillado el farol, viéndole el órdago, y recogería velas para propiciar el encuentro.
Al contrario, los popes de los grandes medios lo juzgaron un error garrafal, un modo patoso y, oh, tan propio del torpe payaso que habita la Casa Blanca, de dejar pasar una ocasión única.
Pues aquí tienen la foto, aquí tienen el encuentro, y no hay un solo analista de campanillas que vaya a perder su puesto, ni un solo medio que vaya a reconocer que se equivocó.
Los grandes medios llevan semanas diciendo que esta cumbre solo podía tener dos resultados: o Trump se retiraba dando un portazo, en un arranque de ira, o Kim conseguía todo tipo de ventajas sin comprometerse a desnuclearizar el país por completo. La idea es que Kim está jugando con Trump porque no puede, de ninguna manera, deshacerse de sus misiles balísticos intercontinentales. Esto iba a misa, en lo que a los medios ‘de prestigio’ se refiere. Corea del Norte no puede vivir sin sus juguetes nucleares. Error.
Es Kim el necesitado. Esto no es un encuentro de propaganda -no es principalmente un encuentro de propaganda, queremos decir-, mucho menos un intento de tomarle el pelo a los americanos. El dictador norcoreano lleva mucho tiempo planeando esta jugada, y siempre ha sido plenamente consciente de que desmantelar su arsenal nuclear no es opcional en las negociaciones. Cuenta con ello y va en serio.
¿Apostamos?