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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Alemania año cero

2 de marzo de 2017

Al acabar la Segunda Guerra Mundial, con la derrota y destrucción de Alemania, el neorrealismo italiano a través de uno de sus fundadores, Roberto Rosselini, definió el gran desafío que la Alemania vencida tenía delante de sí con una película: «Alemania año cero» (1948). El título no dejaba lugar a dudas sobre el deseo que tenía la inteligencia europea de que de las cenizas surgiera una nueva Alemania de la que había protagonizado y perdido las dos guerras mundiales. En 1990 la caída del muro supuso muchas cosas para polacos, checos, húngaros, rusos, pero para los alemanes ofrecía además la oportunidad de la reunificación. Hasta 2016 Alemania no ha conseguido tener una tasa de paro inferior a la que su parte occidental tenía en 1990, 4,2%. Además del mayor superávit por cuenta corriente del mundo, 9% del PIB, y un superávit fiscal de 24 mil millones de euros, equivalente al 0,8% del PIB. Solidez envidiable, no por casualidad mientras la mayor parte de los paises europeos tienen el paro como su principal preocupación, los alemanes tienen la integración social reflejo de casi un 40% de la población que tiene sus ingresos estancados. Es bueno e interesante destacar que desde 1999 los alemanes no tienen moneda propia, sino que tienen el euro, y el BCE lleva su política monetaria junto con las de todos los demás países euro.

Los «malvados » que gobiernan ahora en Washington dirían que esta es una prueba palpable de cómo Alemania manipula su moneda  atraves del euro, ya que este se está depreciando permitiendo su tremendo éxito exportador mientras su ahorro interno exigiría una moneda muy fuerte, la más fuerte del mundo. Para aquellos Alemania se aprovecha de sus socios euro compartiendo una moneda depreciada pero no compartiendo su exceso de ahorro con ellos, sino que les impone una austeridad suicida. Los alemanes seguro que les recordarán a los trumpistas que su economía creció en 2016 lo mismo que la norteamericana: un 1,9%, con menos tasa de paro. También que el euro estuvo muy sobrevaluado con respecto al dólar desde 2010 al 2015, lo que permitió a Norteamérica recuperarse económicamente, pero empujó a la zona euro a dos recesiones.

Pero no es la discusión simplista recientemente planteada por los norteamericanos lo que va a definir este nuevo año cero alemán. Es más bien su papel en la UE y en la zona euro. Algunos dirán que después de una victoria en la guerra franco prusiana del 1870 y dos derrotas mundiales en el siglo XX, Alemania gobierna ahora Europa a cambio de su contribución al presupuesto europeo en 24.000 millones de euros anuales (0,7 del PIB) y su posición acreedora con el BCE de 600.000 millones de euros, garantizada por el resto de los bancos centrales. Lo que es evidente es que solo ella en Europa sale de la gran recesión en condiciones de liderazgo, tanto en términos sociales como económicos. La propia integración euro está en entredicho en varios países fundadores del Mercado Común. Si bien es cierto que Alemania nunca rompe la baraja, como una y otra vez vemos en la crisis griega, también lo es que casi todos los demás países euro o no crecen o lo hacen por debajo de Alemania, o tienen demasiado paro y demasiada deuda, o los dos.

Las cosas no van a seguir como hasta ahora a partir de 2018, o al menos no deberían seguir. Con estas tasas conjuntas de crecimiento y con un previsible final de los impulsos del BCE, pedido precisamente por Alemania, la deuda en muchos países no bajará sino lo contrario y una nueva crisis soberana solo la evitan los bajos tipos y las compras de bonos del BCE. La trampa perfecta. Alemania tiene elecciones el próximo otoño y el candidato del SPD Martin Schlutz ha hablado de los bonos europeos para escándalo de sus adversarios cristianos demócratas, todos socios de gobierno en la gran coalición. Puede que esta vez el canciller sea socialdemócrata, aunque los bonos europeos no serán una cosa menor para esa gran coalición, la unión bancaria completa sería quizás más fácil de aceptar, solo falta completarla con una garantía única de depósitos para toda la zona euro. Al final de lo que se trata es de que el ahorro vaya de los paises acreedores a los deudores, como hizo en los primeros diez años del euro; eso sí, habiendo aprendido la lección de que en una Unión Monetaria los déficits exterioeres sí importan, contrario a lo que entre otros el BCE y la Comisión pensaban ante de la crisis.

Los «malvados» de Washington no hablan a humo de pajas, saben que hoy el gran ganador del euro es Alemania y meten el dedo en la llaga. Los alemanes pueden responder que en 2002 eran el enfermo de la zona y que ellos se han sanado con su propio esfuerzo. Lo cual es verdad, pero no lo hubieran conseguido sin el euro y sin el tirón de las demandas internas de sus socios euro generadas por las burbujas. Discusión estéril, pero realidad incontestable que la locomotora de la zona euro puede ser hoy por hoy el país más poblado, con la economía más grande y más fuerte, con la sociedad más próspera: Alemania. Según el Bundesbank suba la presión para que el BCE corte sus estímulos, la necesidad de que su país reduzca sus dos superávits irá en aumento.

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