La victoria de Emmanuel Macron supone un alivio momentáneo para una Europa sumida en la indecisión y la incertidumbre. Supone asimismo un soplo de aire fresco. El próximo Presidente de Francia es una persona joven, con carisma y desvinculado, en el momento actual, de los partidos estructurales del espectro político francés.
Francia, al contrario que Gran Bretaña, no se ha dejado seducir por un populismo abyecto cuyos logros fueron conocidos y padecidos por las sociedades europeas a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Enhorabuena a los franceses.
Sin embargo, las mieles del triunfo de Macron, desgraciadamente para él, acabaron el mismo domingo. A partir de ahora tiene que ponerse a trabajar. Y no es precisamente fácil el trabajo que le espera.
En primer lugar, deberá construir un partido que sustente sus políticas de Gobierno, puesto que lo que actualmente tiene es un mero movimiento social que no está presente en las instituciones y que, por tanto, no está articulado políticamente como tal. La inminencia de las elecciones legislativas supone la necesidad de acelerar este proceso y distraerá mínimamente la atención del Presidente sobre algunos de los importantes asuntos que, de inmediato, deberá acometer.
En segundo lugar, Macron deberá comenzar la casa por los cimientos y no por el tejado. Ello supone apostar decididamente por reformas estructurales dentro de su propio país para conseguir modernizar el otrora poderoso apartado burocrático estatal y ahora obsoleto e ineficiente sistema de prestación de servicios públicos. La Escuela de Servicio Público francesa ideada por los prestigiosos administrativistas de aquel país y liderada por Duguit no nos sirve en el momento actual para ubicar el lugar del Estado en un mundo mucho más dinámico, competitivo y abierto. El Estado intervencionista francés debe transformarse pronto y bien en un Estado regulador de corte neoliberal que afronte de manera eficiente los retos que la economía actual presenta. Los medio intentos de apertura económica fallidos llevados a cabo durante la etapa de Sarkozy y Hollande no han hecho más que agudizar la crisis de identidad de Francia y extrapolarla al resto de Europa. Francia no puede liderar Europa si no se lidera a sí misma.
En tercer lugar, Macron debe desempeñar un papel crucial en el impulso del proceso de construcción europea. La debilidad interna con la que sus antecesores han desempeñado su cargo ha debilitado el liderazgo francés en el ámbito europeo, dejando todo el peso en manos de Alemania, con resultados más que discretos. Francia debe aportar otra visión de conjunto a la construcción europea que acelere el paulatino proceso de acercamiento de la toma de decisiones al ciudadano iniciado desde 1986 con la aprobación del Acta Única Europea y profundizado con los posteriores tratados que fortalecen la posición del Parlamento Europeo frente al resto de instituciones, el respeto a la propia identidad de los pueblos que conforman la Unión y la asunción definitiva de políticas transnacionales imprescindibles para que Europa compita con el resto de actores globales y garantice el éxito político y económico de la construcción europea (inmigración, seguridad, política exterior). .
El amplio respaldo con el que ha ganado Macron en la segunda vuelta debe fortalecer su liderazgo interno y externo y debe darle la fuerza política necesaria para crear un partido, reformar Francia y reformar Europa. Tiene una ventaja indudable: la ausencia de ataduras por parte de un partido tradicional que le frene con intrigas de alcoba, egos espurios y visiones parciales y partidistas. Tiene un inconveniente: necesita crear definitivamente y liderar un partido, un país y un continente. De su capacidad para ser inasequible al desaliento dependerá su futuro éxito o fracaso.
Después de la comida que mantuve la semana pasada con un prestigioso abogado francés, quien me habló de su gran capacidad de trabajo e inteligencia, yo apuesto por su éxito, que será el éxito de un país y un continente que, acomodados en su falso bienestar ilimitado, son víctimas de su falta de ambición y valores.