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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Andrea Levy mete a Rasputín en su alcoba

17 de marzo de 2016

Andrea Levy no ha inventado nada. Coquetea con los chicos de Podemos como las aristócratas que en la Revolución Francesa abrieron las puertas de sus palacios – y sus miriñaques- a los revolucionarios que más tarde las llevaron a la guillotina.  

O como las grandes duquesas rebeldes que, extasiadas con Rasputín, le introdujeron en la Corte Imperial y las alcobas zaristas. Levy sufre del síndrome de las Mitford, aunque su rebeldía sentimental dejaría impertérrita a cualquiera de las hermanas de la aristocrática saga. 

Eso sí que eran transgresiones y no su patético flirteo con el recién estrenado diputado del cambio.  Unity Mitford trató de suicidarse por los desprecios del Führer, la mediana, Jessica se convirtió al marxismo por amor y se enroló incluso en las Brigadas Internacionales para aplastar al bando sublevado en nuestra guerra civil. La más bella,  Diana, consorte del heredero del Imperio Guinness, dio con sus huesos en la cárcel por abandonarle para echarse en brazos del líder fascista británico Oswald Mosley. Hubo en la familia incluso Duquesas que, ya sexagenarias, viajaron a Graceland para rendir culto a su ídolo Elvis o novelistas que se encaprichaban de homosexuales. Pasiones extremas, amores incandescentes, obsesiones compulsivas, infantiles, irracionales, imposibles… 

Ninguna de ellas fue feliz pero Levy, frente a ellas vas en patucos y te explico el porqué:

De cuajar tu romance con el podemita Miguel Vila y no quedarse en anecdótica carnaza mediática para pitorreo y regocijo de los guionistas del Wyoming, un amor entre consortes de opuesta ideología es un oxímoron imposible. Como un italiano que fuera celiaco o un suizo alérgico al queso. Con el tiempo no compensa. Es como cuando te apetece un burrito con queso fundido, salsa barbacoa y piña pero sabes que es mejor un filete de pollo con ensalada mixta. Haz caso a tu nutricionista. 

Tras el ímpetu inicial te verás inmersa en la vorágine afectiva, sexual y educativa del ni pa ti ni pa mí. Llegaréis en bici al Congreso y tratarás de convencerle de que sí, que tú eres muy multicultural, pero más del chino del Palace que del de la esquina de Lavapiés. Ni siquiera una escapada a París podrá arreglar vuestros primeros desencuentros. Mientras tú suspires por ese bolso que viste en el escaparate de Le Bon Marché él sólo querrá pasearte por el mercado de las Pulgas. Ya se sabe que en tiempo de rojos, horror y piojos. 

Los daños colaterales se expandirán sobre tus más allegados. Borrará a tu perro de la lista de espera para el husky perruno de Scalpers y le protegerá del frío con una zarrapastrosa chompa canina. Vestirá a tus hijos varones con tutú, para que exploren su sexualidad desde pequeños, tus hijas tendrán barbies con hiyab. 

Sin ningún género de dudas llegará un momento en el que te sentarás en el salón de tu ático de viga vista en Malasaña, te servirás una copa de vino, una tosta de pan de cereales con brie y con la mirada perdida en una reproducción del último graffiti de Banksi lamentarás haber mandado esos tuits. Tu ego extiende hoy cheques que tu bolsillo no se podrá permitir. 

Levy: ponle freno a tu verborrea digital. Llegará un día en el que atisbarás tradicionales parejas en las que chicas que ordenaron a su pulgar estarse quieto y no mandar esos tuits patéticos, infernales y ridículos  disfrutarán de tardes de compras en IKEA, celebrarán su aniversario en El Paraguas y terminarán las semanas en el cine compartiendo un bowl de palomitas. 

Ya que te ha dado por lanzarte a las malas costumbres mitfordianas te recomiendo que te fijes en Pamela, la hermana que aquejada de un ligero retraso mental, entregó su vida a la cría de gallinas, llegando a introducir la variedad suiza en Reino Unido. Fue, sin duda, la más feliz. 

 

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