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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Churchill o Petáin

31 de mayo de 2017

Asistimos a una vuelta de tuerca más en el desafío al Gobierno, que no al Estado, que las autoridades autonómicas catalanas, que no Cataluña, están llevando a cabo desde hace demasiado tiempo. Las cartas, nunca mejor dicho, están encima de la mesa y muestran a las claras la hoja de ruta de los independentistas: falsa negociación de un referéndum ilegal y, en caso de que el Gobierno central no se avenga a negociar algo que no puede negociar, como bien saben unos y otros, declaración unilateral de independencia.

¿Alguien sabe cuáles son las cartas con las que el Gobierno de la Nación va a hacer frente a este chantaje? Más allá de palabras melifluas y repetitivas, reformas mínimas e ineficaces y gestos genuflexos y claudicantes, incluida la financiación de la juerga independentista, ¿cuál es la estrategia que el Gobierno ha llevado a cabo para afrontar una de las cuestiones más importantes que afecta muy directamente al futuro de nuestro país y que horada la convivencia, especialmente dentro de la propia sociedad catalana? Desgraciadamente, esa es la pregunta del millón de euros.

En todo este tiempo, el Gobierno ha ido a remolque y la iniciativa la han ejercido constantemente los independentistas. El Gobierno se ha refugiado tras el Tribunal Constitucional y ahora pretende hacerlo lanzando al vacío a la sociedad civil. Una sociedad civil no independentista a la que ha dejado en la más absoluta orfandad. Para muestra el botón de la directora de instituto que se negó a abrir las puertas de su centro educativo a los organizadores del 9-N en 2014 y que ha tenido que sufrir la muerte civil ante la pasividad y el desamparo del Gobierno. ¿Quién va a ser capaz de protagonizar actos de tan noble heroicidad si el destino es la crucifixión social ante la falta de apoyo de los que se supone que te tienen que apoyar?

La solución al “procés” no es única y exclusivamente jurídica, como se encargó de recordar el Presidente saliente del Tribunal Constitucional. Tampoco puede partir exclusivamente de una sociedad civil que, tras años de desamparo, desconfía, como no puede ser de otra forma, del apoyo gubernamental. La solución al “procés” recae, esencialmente, en la jefatura del Gobierno, que es a la que nuestro ordenamiento jurídico dota de herramientas suficientes, contundentes y claras para acabar con este desvarío. Estoy de acuerdo, en la línea manifestada por algún cargo del partido en el Gobierno, en que la respuesta a este desafío debe ser proporcional. Sí, Señor (Señora, en este caso), y, por ello, dicha proporcionalidad, ante la gravedad de los hechos, requiere de enorme contundencia. Llegados a este punto, la Constitución atribuye al Gobierno una herramienta que es la única que se revela eficaz en este momento para acabar con estos largos años de desquiciamiento jurídico, político, social y económico en Cataluña. Concretamente, nos referimos al artículo 155 de la Carta Magna, que puede ser tan somero como queramos o tan quirúrgico como sea necesario. Cuanto más tarde el Gobierno en aplicarlo, más quirúrgico tendrá que ser.

Sólo cuando sepamos cuáles son las cartas del Gobierno para hacer frente a la prolongada locura que vive Cataluña, las utilice y reconduzca la situación, mostrando el camino a seguir, podremos exigir al Tribunal Constitucional y a la sociedad civil que siga dicho camino. Son los bueyes los que tienen que tirar del carro y no al revés. Es al Gobierno al que le toca liderar las acciones a emprender y no refugiarse en unos u otros esperando a que amaine el temporal porque no va a amainar. La timidez gubernamental sólo puede convertir el temporal en tifón.

Diálogo, sí. Todo el que se quiera y sea necesario. Pero, primero, cumplimiento estricto de la legalidad constitucional, que es lo mínimo que se les debe exigir a los poderes constituidos en un Estado Democrático de Derecho, que es el que consagra en su artículo 1, apartado 1, la Constitución Española de 1978.

 

Desafortunadamente, no sé lo que va a hacer el Señor Rajoy para parar esta esquizofrenia. No sabemos si pese a las declaraciones emitidas durante los últimos días permitirá otra pantomima como la del 9-N (ya lo permitieron una vez), pero sí sé lo que hizo Churchill cuando tuvo que combatir a aquellos que, al igual que sucede hoy, amenazaban la convivencia pacífica. También sé lo que hizo Pétain. El Señor Rajoy puede estar, por inacción, a cinco minutos de acabar con quinientos años de historia común y de unidad nacional y debe elegir cómo quiere ser recordado. ¿Cómo Churchill o como Pétain?

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