'Ser es defenderse'
Ramiro de Maeztu
Aquellos hombres entendieron como se construye una nación
Por Mario Conde
8 de marzo de 2015

En el juicio seguido contra el FC Barcelona por la empresa MCM que acusa a la entidad deportiva —y algo más, dicen— de mala fe y obstrucción en el cumplimiento de un contrato, actitud tras las que, según la empresa demandante, se esconde una avaricia ilimitada para controlar la publicidad del futuro Nou Camp, en el llamado trámite de “conclusiones”, tuve la oportunidad de leer dos memorables artículos de nuestro Código Civil. 

Confieso que sentí un punto de emoción al reencontrarme con el articulado de un cuerpo legal absolutamente decisivo y capital en nuestra historia, no solo jurídica, sino también política y social. Algunos me decían que estaba mal de la cabeza —quizás tengan razón— porque les comentaba que de vez en cuando, siendo empresario de la industria farmacéutica o presidente de Banesto, me encantaba tomar el Código Civil que utilicé en mis oposiciones a Abogado del Estado, totalmente abarrotado de notas, subrayados, concomitancias y concordancias por mí descubiertas, y leía sus artículos, sobre todo aquellos que en mi época de opositor —una de las mas felices de mi vida—descubría que se trataba de preceptos memorables.

Regresé a mi tierra, a Galicia, una vez finalizado el juicio —que, por cierto, me dejó exhausto— y seguía con el viejo Código almacenado en el desván de mis emociones, y saboreando ese punto de vanidad bien entendida que consistió en que fui capaz de reproducir de memoria el artículado, como cuando tenía 24 años y los recitaba ante aquel Tribunal de oposiciones constituido con solemnidad en la impresionante Sala del Tribunal Supremo. 

En la mañana de hoy, dedicado ayer al descanso, me acerqué por la biblioteca  de mi casa y tomé un singular ejemplar de Código Civil. Es el que correspondió en su día a Enrique Arroyo, diputado por Alicante, y, por tanto, miembro del Parlamento español el día en el que se aprobó el ejemplar original de ese monumento legislativo. Me lo regaló el tío de mi primera mujer, Enrique Arroyo, que lo recibió por herencia, cuando conseguí aprobar las oposiciones y en mérito a las puntuaciones alcanzadas. Me hizo entonces una enorme ilusión. 

Hoy, esta mañana de domingo del mes de Marzo, lo he tomado en mis manos y he acudido en directo a leer los dos artículos, el 1258 y el 1280, que cité ante el Juez que presidía el acto en la Ciudad de la Justicia de Barcelona. Allí estaba intacta la dicción original. Exactamente igual que cuando sonaron mis palabras en la sala. Una inevitable punzada interior recorrió eso que llamamos alma y que algún Premio Nobel le dedicó un libro para tratar de demostrar que científicamente semejante cosa no existe. La Ciencia…Cuantas veces ha tenido que ceder a postulados declarados por ella imposibles al comprobar su realidad incuestionable. Si el genio de los genios, esto es, Newton, levantara la cabeza vería que su maravillosa Física se encuentra hoy en muchos casos desarbolada por la Cuántica. Pero, en fin, dejemos que algunos se entretengan con estas cosas y sigamos con lo nuestro que al día de hoy es ese memorable producto legislativo.

Leí la Exposición que  Manuel Alonso Martínez realizó a S.M. La Reina Regente mientras el Rey Alfonso XIII alcanzaba la edad necesaria para reinar. Me parece —la “Exposición— un documento capaz de…Bueno, depende de cada uno, claro, pero ¿cómo recibir interiormente estas palabras del entonces ministro?: “El Código Civil, que interesa por igual a todas las clases sociales, y realiza, no una aspiración pasajera, sino un anhelo constante del pueblo español, puede ser un título de honor para los contemporáneos a los ojos de la posteridad”

El 6 de Octubre de 1888 la Reina dictaba un Real decreto por el que ordenaba publicar en la Gaceta de Madrid el Código. En ese instante Alonso Martinez sintió una emoción profunda que ya desveló en la Exposición antes referida, porque allí dirigió a la Reina estas palabras suyas: “El Ministro que suscribe estima como un halago de la fortuna ser él quien tiene la honra de someter a la aprobación de V.M. el Código civil”…En el punto a que dichosamente ha llegado en España la obra de la codificación civil, huelga ya todo razonamiento. Pasó la hora de discutir. Hoy se trata no más que de la mera ejecución de un precepto terminante de la Ley

El viejo Código entró en vigor el 1 de Mayo de 1889. El 10 de Marzo de 1881 nace el Cuerpo de Abogados del Estado. El 6 de Marzo de 2015, 134 años después, en la Sala 201 de ese edificio de Cataluña, hay cuatro abogados del Estado, dos en estrados y dos en el público. Suenan los viejos artículos del Codigo Civil por mí recitados. Literalmente a como fueron confeccionados.  Nosotros somos esa posteridad a la que se refería Alonso Martínez, y al menos yo me siento en deuda con aquellos hombres que iniciaron eso que llama “la obra de la codificación civil española”.

 

Pero el viejo Ministro se equivocó. Desgraciadamente en este punto no pasó la hora…El proceso de codificación, tan arduo e imprescindible para construir una nación, mas de un siglo después se vio sustituido por un proceso de descodificación, demoliendo la obra que tanto esfuerzo costó. Por eso cada vez que leo uno de esos memorables artículos del Código civil, uno de los sentimientos que me embarga es una suerte de nostalgia. Aquellos hombres confeccionaron el Código Civil, la Ley de Enjuiciamiento, la Ley del Registro Civil…Sabían lo que hacía falta para construir el principio de igualdad de todos los españoles y la eliminación de señoríos jurisdiccionales que tanto costó abolir, entre otras razones por la ignominia de un rey felón como Fernando VII. Y ahora, 134 años después, nos toca vivir momentos bien distintos. Pero podremos recitar esas palabras del artículo 1258: las consecuencias que sean conformes, según su naturaleza, a la buena fe. Y sentir que al menos hace tantos años unos hombres entendieron como se construye una nación.

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