«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Sevilla, 1972. Economista, doctor en filosofía y profesional de la gestión empresarial (dirección general, financiera y de personas), la educación, la comunicación y la ética. Estudioso del comportamiento humano, ha impartido conferencias y cursos en tres continentes, siete países y seis idiomas. Ha publicado ocho ensayos, entre ellos El buen profesional (2019), Ética para valientes. El honor en nuestros días (2022) y Filosofía andante (2023). También ha traducido unas cuarenta obras: desde clásicos como Shakespeare, Stevenson, Tocqueville, Rilke, Guardini y C. S. Lewis, a contemporáneos como MacIntyre, Deresiewicz, Deneen y Ahmari, entre otros.
Sevilla, 1972. Economista, doctor en filosofía y profesional de la gestión empresarial (dirección general, financiera y de personas), la educación, la comunicación y la ética. Estudioso del comportamiento humano, ha impartido conferencias y cursos en tres continentes, siete países y seis idiomas. Ha publicado ocho ensayos, entre ellos El buen profesional (2019), Ética para valientes. El honor en nuestros días (2022) y Filosofía andante (2023). También ha traducido unas cuarenta obras: desde clásicos como Shakespeare, Stevenson, Tocqueville, Rilke, Guardini y C. S. Lewis, a contemporáneos como MacIntyre, Deresiewicz, Deneen y Ahmari, entre otros.

Arroz con cosas

27 de junio de 2024

Me dicen que hay una institución académica, SOAS London University, que se ha propuesto «descolonizar» la filosofía —desoccidentalizarla sería— para incluir «teóricos de Asia y África» y así «ceder espacio a nuevas voces». Y como lo que empieza como una boutade no es raro que acabe en un movimiento revolucionario y cochambroso, me parece que es necesario entender de qué va todo esto.

La noticia la destapó The Times, pero viene de antiguo, porque fue en 2017 cuando el sindicato de estudiantes de SOAS —un día tendremos que hablar de los sindicatos de estudiantes— exigió que retirasen a Kant y Platón del currículum «porque eran blancos». Sostuvieron entonces, y siguen haciéndolo ahora, que los filósofos que se enseñan en su universidad deberían proceder de África o Asia, y que si no había más remedio que abordar algunos de los grandes nombres de la filosofía europea debería hacerse desde un punto de vista crítico, dando cuenta (por ejemplo) del contexto colonial en el que surgió el pensamiento de la Ilustración.

Lo que ahora, parece ser, ha ocurrido, es que el huevo que pusieron aquellos estudiantes lo han empollado y finalmente convertido en currículum los responsables del centro. Uno de sus muñidores, el doctor Paul Giladi, ha declarado: «Al pensar en mis propios años en la universidad, vi que mi formación filosófica había estado ciega […] a la riqueza de la sabiduría de África, Asia, Oriente Medio, América Latina y las comunidades indígenas. La razón de esta ceguera era algo que no podía explicar del todo cuando era estudiante. Sólo posteriormente en mi carrera académica fui capaz de reconocer que el entorno de aprendizaje que conformaba mi formación no estaba diseñado para promover el pensamiento crítico, sino a obedecer y reproducir una tradición filosófica ya consensuada que no se pretende cuestionar».

Lo que el doctor Giladi ignora es que no estudiamos a Epicteto, Tocqueville o Nietzsche porque los necesitemos para seguir siendo sojuzgados por Zara, sino porque son gigantes. Y que educarse es dirigirse hacia lo mejor, y no necesariamente a lo multiétnico. SOAS ha optado por incluir a Nishida Kitaro, un filósofo japonés multiculturalista que combate el «eurocentrismo», Uma Narayan, filósofa india que «critica las formas reduccionistas de cultura del feminismo poscolonial» y a los filósofos africanos Kwasi Wiredu, promotor de la «descolonización conceptual», y Nkiru Nzegwu, destacado teórico africano del género. Puestos a seguir el aberrante razonamiento, tendrían que enseñar a Juan Ginés de Sepúlveda, defensor de la «servidumbre natural» de los indios; pero no lo harán, entre otras cosas porque ese tipo de posturas bárbaras están superadas hace tiempo.

La filosofía en particular, y el saber en general, no puede ser «arroz con cosas». Hay muchos motivos para ello, pero sin duda los principales son la prioridad y la jerarquía. A quien estudia esta materia se le debe lo mejor conocido; y se han de quedar fuera la inmensa mayoría de los autores, porque el tiempo es limitado, y la capacidad de asimilar del alumnado también es finita. Confucio, a quien los alumnos aluden, es sin duda una referencia en filosofía moral y política; pero no hay un solo pensador africano entre los cien más importantes. A otro nivel, pero para que se entienda, lo que SOAS pretende sería como incluir en el conservatorio al mismo nivel a Beethoven, Maluma y un músico interesantísimo de Zambia. Pues no, oigan: estamos a lo grandioso, especialmente enseñándose tan poco como se enseña.

SOAS es el acrónimo de «School of Oriental and African Studies», y por lo tanto esa vocación de apertura a estos dos continentes es perfectamente lógica. Pero esos son sólo sus apellidos: «Universidad» es su nombre. La universidad, en tanto empeño de universalidad, debe atenerse siempre a lo universal del hombre. Platón y Kant no ocupan el Olimpo filosófico por blancos y occidentales, sino porque han llevado el pensamiento a cotas no igualadas. Las razones de que así sea pueden estudiarse, concretamente en una asignatura llamada «Historia»; pero que lo menos bueno desplace a lo sublime —enséñenme un texto de Kitaro o Nzegwu que le llegue al talón a los Ensayos de Montaigne— por un afán de «multiculturalidad» es una barrabasada, y como sabe quien tenga paladar no se puede comparar una genuina paella —que es la que es y se hace como se hace— con un alocado y lamentable arroz al que se ha ido arrojando chorizo, maíz y el resto de cosas que los ingleses a menudo le arrojan.

No hay un gramo de colonialismo en el Fedón o La crítica de la razón pura; entre otras cosas porque ni pudimos pensar la categoría de «colonialismo» antes de que Platón abriera la boca. Parafraseando a Alfred North Whitehead, la filosofía entera es una serie de notas a la obra de Platón, y hay que ser muy ignorante para pensar que filosofar, el más universal de nuestros intentos de desentrañar el mundo, puede tener apellidos o colores, más allá del hecho trivial de que toda persona que piensa puede llegar a tener sus influencias, pues no piensa instalado en la estratosfera.

La idea que sustenta estas iniciativas peregrinas es el relativismo a ultranza. Desde el momento en que se instala el principio de que todo lo real es una construcción y cada uno tiene su verdad, nada impide que alguien reivindique que un autor random de Zimbabue merece la misma cuota en la enseñanza que Aristóteles. No existe para el relativista civilización que valga, no existe proyecto humano y universal, sino cosmovisiones en lucha; y lo que va detrás es el caos y la violencia (véase lo que ocurrió en Evergreen al mismo tiempo que algunos estudiantes de SOAS hacían de las suyas). En el campo de la filosofía, importa exactamente cero dónde o cuándo hayas nacido, porque es el valor de lo que has creado lo que determina tu preeminencia, y el tiempo el juez implacable que lo sanciona.

El problema no es «ampliar», sino «sustituir»: debilitar lo esencial para introducir lo pintoresco. La diversidad cultural es riqueza, y en todas la culturas se pueden encontrar perlas de sabiduría y también gastronómicas. Pero de la filosofía, si me hacen el favor, me retiran sus sucias manos ideológicas, porque para esta materia no valen las perlas, sino los argumentos robustos, los sistemas intelectuales, las teorías y en definitiva amueblar sólidamente la cabeza. Tal vez SOAS ni siquiera pretenda ofrecer eso a sus estudiantes (mientras pontifica sobre el «espíritu crítico»): peor para ellos. En todo caso, a esa gente que anda llamando «eurocéntrico» a todo lo que no case con su adolescente visión de que la variedad es la salsa de la vida le ruego que deje en paz a la universidad y haga sus experimentos en casa.

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